El día parecía ser tranquilo. El cielo tenía un alegre sol bañando la ciudad de dorado, no había viento amenazando con algún cambio de clima, no hacía calor y sobre todo, no había trabajo.
Pero en casa todo era diferente, desde la entrada a la recamara todo estaba desordenado, había pares de zapatos inundando el suelo, diferentes corbatas adornando sin cuidado la puerta del closet, camisas sobre la cama y dos personas nerviosas en distintos extremos de la habitación.
—Necesito que seas sincero, niño, ¿cuál de estas corbatas queda mejor? — Alcé una morada y una roja frente a él.
—Uhm, la roja te hace ver sexy, pero la morada me hace tener ganas de besarte en cada momento. — Podría haber reído ante eso, pero los nervios no me dejaban. Pero él si estaba aprovechando para reírse de mí.
—Vamos, solo dime qué hacer. — Me sentía un niño pequeño en este momento.
—Solo usa la roja, combina mejor con tu camisa blanca. — Su comentario seguía siendo para burlarse de mí. — Cierto, la quemaste. — Esa sonrisa...
—Voy a terminar yendo desnudo y no te gustará. — Ni siquiera eso detuvo su risa.
—Aun no entiendo cómo fue la quemaste, es decir, ayer la tenía lista en su bolsa y sin arrugas. — Es mi momento de sentirme avergonzado.
—Me senté en ella...
— ¿Qué? — Volvió a dejar salir su risa en alto.
—Estaba tan nervioso que cuando la dejé en la cama me senté en ella, así que tuve que plancharla de nuevo, pero la plancha estaba demasiado caliente y se quemó. — Levantó la camisa que estaba en el suelo y rió de nuevo al ver el agujero en ella. — Vamos, deja de reír y dime qué usar, llegaremos tarde. — Esta mañana Guillermo había ido a casa de su madre para llevarla a hacer las compras y al volver estuvo listo en menos de media hora.
—Me parece que deberías usar la camisa morada y no llevar una corbata. — Me sonrió por un momento y luego su rostro se puso rígido, antes de correr hacia baño, eso me sorprendió. Esperé unos segundos antes de ir tras de él y toqué la puerta.
— ¿Guille? ¿Estás bien? — Unos segundos y no respondió. — ¿Guille? — Repetí mientras tocaba de nuevo. Escuché como abría el grifo y eso me relajó un poco hasta que lo vi salir. — ¿Qué sucede?
—Vomité un poco. — Su tono de voz parecía tratar de relajarme. Solo me hizo fruncir el ceño.
— ¿Te duele el estómago? — Negó con la cabeza. — ¿Alguna comida que podría caer mal o alergias? ¿Comiste algo si quiera? — Volvió a negar pero esta vez parecía divertido. — ¿Has ido al baño regularmente en estos días? ¿Qué tal tu apéndice? — Se acercó y me dio un beso en la mejilla.
—Algunas veces olvido que mi novio es un médico. Y todo está bien, desayuné con mamá, no tengo alergias, no tengo el apéndice desde los quince y definitivamente no quiero hablar contigo sobre el uso del baño. Solo relájate. — Rió un poco y sacó un frasco de su pantalón. — Es la migraña, algunas veces me hace vomitar.
— ¿Te duele mucho? ¿Deberíamos quedarnos en casa para que descanses? —
— ¿Pero qué dices? ¡Sam no se casa todos los días! Solo me recostaré un momento mientras terminas de arreglarte y todo estará bien. —Solo lo juzgué con la mirada. — Sí, sí, tú eres el médico aquí. — Sonreí. — Pero yo soy el que ha vivido con las migrañas, sé cómo tratarlas, así que ve a planchar esa camisa y trata de no quemarla, mientras tomo una siesta. — Le saqué la lengua como venganza e hice lo que me ordenó. Realmente esperaba no quemar esa camisa.
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