14 que no es 14

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El sol daba directo a su cara de forma molesta, no tenía memoria alguna de haber cerrado las cortinas lo cual era una desgracia porque no recordaba haber tenido una noche de sueño tan reparadora como esa, parecía haberse desconectado de todo realmente, pero sol estaba arruinando eso.  Matías no tuvo otro remedio más que entreabrir sus ojos, quitarse la sábana de encima para levantarse, ir a cerrar las cortinas de su habitación y volver rápido a la cama. Comenzó a acomodarse entre las almohadas cuando lo recordó.

—¿Qué día es hoy?— se preguntó a si mismo aún con sus ojos cerrados, somnoliento —Sábado, ayer fue viernes y hoy es sábado— se respondió en medio de un bostezo.
Continuó arropándose después de confirmar que ese día no tenía que ir a la oficina, había algo en su cama esa mañana que le hacía no querer salir de ella, alcanzó una de las acolchonadas almohadas y la abrazó inspirando su aroma relajándose, poco a poco perdiendo la lucidez sumergido en el aroma.
—¡Por una mierda!— saltó en la cama —La reunión con Alma, mierda mierda mierda—.

Se sentó de golpe e inició a buscar por todos lados desubicado, hasta que divisó el reloj digital en la mesa de noche a su lado, eran las 10:27 am, su reunión era a las 11:00 en punto, en promedio tenía media hora para vestirse y llegar al edificio donde estaba la oficina de la vieja omega. Se levantó de la cama sin pensarlo para dirigirse al baño, solo había dado el primer paso cuando sintió el temblor por todo su cuerpo, especialmente en sus piernas y casi cayó al suelo.

¨Puta madre y ahora qué¨; pensó al ver cómo todo su cuerpo dolía, sentía que un tractor le había pasado encima. ¿Cómo era posible? ¿era porque ya tenía 23? ¿ya no aguantaba una simple noche de tragos con su hermana?; comenzó a avanzar apoyado en la cama, despacio dándose masajes en su espalda baja, si un tractor pudiera pasarle encima definitivamente era así como se debía sentir.

No recordaba cómo había llegado a su apartamento, mucho menos a su habitación, pero si algo era seguro, era que había probado cada vasito que Olivia le había puesto enfrente y ahora se arrepentía de no haber dicho no a los últimos cinco o seis.

No era una reunión de negocios a la que se dirigía, solo estarían Alma y él discutiendo, por lo que no le veía sentido a cambiarse o ducharse para ella, mucho menos con todo el malestar en su cuerpo, parecía que iba a entrar en celo. Lo cual era imposible. Se dejó la pijama, pero sobre ella colocó el primer suéter largo que sus piernas le permitieron buscar en el cuarto, el tiempo no estaba de su lado para ir a arreglarse con la calma del mundo frente al espejo como hubiera querido, el reloj cada vez que volteaba a ver a otra dirección parecía avanzar por tres minutos; con pasos lentos salió de la habitación en dirección al comedor, donde dejaba las llaves de su auto y su teléfono antes de dormir, para su sorpresa, al llegar a la mesa no estaban en el frasco de azúcar donde siempre las colocaba, fue en ese momento donde su corazón comenzó a latir de prisa hasta que las vio colgadas en el portallaves.

—Olivia— dijo con una mueca de enojo, si su hermana había dejado que una sola hoja tocara la pintura de su auto las iba a pagar aún más.

Toda esa situación era culpa de ella.

Tenía las llaves, pero ¿donde estaba su teléfono? Minerva no parecía estar por ningún lado en su apartamento, quizá era ella quien lo había dejado en su habitación la noche anterior y se había marchado con alguna alfa que conoció en el club, justo esa mañana todo, no tenía tiempo para buscar a ninguno de los dos así que agarro las llaves de Ángel, con un par de lentes de sol que encontró en el camino a la puerta y salió de su apartamento.

Al salir, los aromas del edificio entraron por su nariz al instante sin dejarle poder evitar olerlos y de inmediato sintió náuseas vacías, no había nada en su estómago que pudiera devolver, jamás se había sentido de esa manera después de una noche de fiesta. Era incómodo. Caminó con una mano en su estómago con la idea que quizá así, bajaría un poco la sensación que el ácido del asco le estaba dando, olas de mareo una tras otra lo atormentaban sin descanso, llegó a las puertas del elevador y estas de inmediato se abrieron dándole paso a un cuarto aislado de olores, no estaba del todo consciente si tenía que ser sincero consigo mismo, pero ese respiro de aire purificado dentro de las paredes metálicas había sido el cielo; en segundos se abrieron de nuevo dando paso al estacionamiento del edificio. Cuando puso un pie fuera, el sol del mediodía lo cegó al instante y se preguntó si la puta estrella siempre había brillado tan fuerte, sumando el calor insoportable, sentía la piel pegajosa y eso solo aumentaba su asco por todo.

La Canción de HieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora