Capítulo 20

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Pasado el mediodía Ailen decidió que era momento de partir hacía su casa. No quería que por azares del destino se encontrará a su padre, y por eso debía evitar llegar después de las tres de la tarde que era lo más temprano que recordaba que había llegado en ocasiones pasadas.

Aún algo reacia se despidió de su ojiazul y le prometió ser paciente y cuidadosa.

Haga lo que haga no dejes que te saque de tus casillas. No vallas a enfrentarlo.

Le habían advertido ya muchas veces y sí, sabía que tal vez le costaría porque lo que más quería hacer era gritarle improperios y defenderse como pudiera de sus cometarios filosos y venenosos. Apenas y lo soportaba antes, sabía que tendría que morderse la lengua y pasarse la bilis que le causaba el saber las cosas que había hecho con ella.

Sabía que al menos tenía el factor sorpresa, mientras su padre pensara que la tenía en sus manos ella podía ganar tiempo. Se preguntó si también por esa razón le suspendió las citas con la doctora Kane.

Aún no estaba del todo claro que es lo que pasaba por la cabeza del hombre. ¿Creía o estaba seguro de que no mejoraría?

En todo caso habría cancelado sus citas para retrasar su progreso, truncar el avance y probablemente evitar su mejoría. Pero que idiota era, pensó Ailen, aunque le gustaba platicar y desahogarse con la doctora Kane ella misma le había dicho que no había mucho que hacer más que trabajar con ejercicios de memoria, y que mejor que salir con Sam por ahí para refrescarla. En todo caso ella ya sabía lo que debía y muchas cosas más.

Peleas entre sus padres, los gritos de su padre, regaños exagerados, sus miradas de desprecio, ahora lo sabía en su mayoría todo y estaba más convencida que nunca que su lugar no era ahí en esa casa. Tenía que irse, estaba lo suficientemente grande para hacerlo.

Pensaba en mil cosas mientras caminaba hacia su casa, Sam la acercó en el auto de su padre lo más que pudo y se habían despedido con un largo beso y las insistencias de la pelinegra a qué tuviera cuidado.

Le gustaba eso.

Descubrir que no estaba sola había sido liberador, pero que además el amor que se tenían fuera floreciendo de nuevo la llenaba de vida y fuerza para afrontar lo que seguía. Que no estaba muy segura de qué era.

Antes de llegar tuvo la sensatez de verificar que era seguro entrar. Le marcó a su madre que atendió al primer timbre. Sin saludos ni nada, simplemente preguntó si estaba sola en casa y le dijo que sí.

Era todo lo que quería saber así que colgó a pesar de oír que su madre pretendía seguir hablando.

Cruzó las rejas y caminó a paso lento hacia su casa, como ya había avisado a su madre que estaba por llegar prácticamente se encontraba en la puerta casi esperándola.

Ailen se enderezó y tomó una gran calada de aire. Esperaba no tener que toparse a ninguno por al menos unos días, no quería tener que lidiar con ella y sus lloriqueos.

Como lo había pensado al acercarse más vio como su madre reprimía las ganas de llorar y a Ailen solo se le revolvió el estómago y le dolió por la ira reprimida.

Ella no parecía querer moverse de la entrada. La castaña esperaba que se hiciera a un lado para poder pasar, pero no veía intenciones de su madre de hacerlo, al contrario, ella se acercó aún más.

— Cielo, tenemos que hablar.

— No tenemos nada de qué hablar—. Le cortó con brusquedad.

— Sabes lo que pasó —. Dijo su madre, aunque parecía más una pregunta. Ailen se sorprendió contestando más cansada que histérica, era presa del cólera y le estaba constando no volver a echarse a llorar.

En el corazón se perteneceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora