Capítulo 24

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Un grito de dolor cruzó la habitación junto con la detonación. Ailen cerró los ojos esas milésimas de segundo, sintiendo náuseas y la vida yéndose de ella como si el disparo hubiera sido directo a su propio corazón. Todo su mundo se detuvo y se sintió desfallecer. Sus energías agotándose.

Pero oyó de nuevo un quejido gutural que no era de Sam, ni de su madre. Supo reconocer el gritó, aun así levantó con temor su vista y entonces se dio cuenta. El señor Samuel Leray estaba sobre sobre su padre forcejeando para desarmarlo. Tenía medio cuerpo ensangrentado, pero aun así había podido inmovilizarlo un poco.

Ailen buscó con la mirada a su novia, necesitaba verla, su corazón aún sin poder tranquilizarse, cuando por fin la localizó, estaba en el suelo a lo lejos, tumbada sobre sus rodillas y algo aturdida. La pelinegra se movió y eso relajó a Ailen, que de todos modos estaba algo shockeada. Apenas la vio corrió hacia ella y la castaña intentó lo mismo más animada y aliviada de verla bien.

― ¡Ailen Dios mío! ― Sam también tenía lágrimas en sus ojos mientras analizaba su rostro y las heridas que tenía. ― perdóname perdóname— Murmuraba mientras se deshacía emocionalmente. La abrazó con fuerza y besó su cabeza repetidamente.

―Estas aquí, estás aquí Sam― murmuraba en su lugar Ailen, mientras ambas se abrazaban en el suelo y se aferraban con puños a la otra.

― Imbécil, ¡desgraciado mal nacido! ―. Gritaba el señor Leray mientras molía a golpes al otro hombre. Ailen lo vio. Estaba un poco más tranquila pero no del todo. Agradecía que hubiera llegado justo a tiempo. No sabía cómo, pero el hecho de que hubiera aparecido como un ángel guardián a Ailen la tenía feliz y aliviada.

Segundos más y... Dios no quería pensar en eso.

― ¡Ailen! ¡Sam! ―. Entonces se giraron hacia la mujer que ya no estaba en las escaleras, estaba junto a los hombres que aun reñían en el suelo, la castaña vio que ahora era ella quien trataba de hacerse del arma mientras ellos forcejeaban y el señor Samuel trataba de hacer que la soltara. ― váyanse. ¡Ahora!

― No ―. Un susurro inaudible salió de su boca. ¡La iba a matar! A ella y al padre de Sam. Encontraría la forma, vio que le había asestado un golpe al señor Leray justo en la mandíbula y lo había desestabilizado, vaciló un poco, pero pudo golpearlo un par de veces y derribarlo.

― ¡Papá! ―. Gritó la pelinegra tratando de ir a ayudarlo, pero Ailen se aferró a ella como una niña pequeña. En parte por miedo a perderla, en parte porque no reaccionaba.

― ¡Váyanse! ―. Gritó de nuevo la madre de Ailen, haciendo un gesto desesperado con la mano.

― Vámonos ―. Reaccionó por fin Sam, dirigiéndose a Ailen que estaba aferrada a ella. ― Aily, cariño, hey mírame.

La castaña no reaccionaba. Ya no lloraba o no lo sentía, sus músculos estaban rígidos y su mente era caos.

― Debemos irnos ¡ya! ―. Sam se vio obligada a forcejear un poco con ella mientras esta se ponía de pie aún algo reacia. ― ¡Por favor Ailen vamos! mírame.

Se tomó un segundo para colocar el rostro de la de ojos miel sobre sus suaves manos. Sus ojos dorados carecían de brillo, estaba aterrada. Estaban perdidos.

― Te amo ―. Le dijo Sam y le deposito un delicado beso en los labios que tenía visiblemente lastimados. ― Estoy aquí, no me iré de tu lado, pero debemos irnos por favor amor, vámonos.

Sam sollozaba también, pero no tan descompuesta como la castaña, hasta que por fin la castaña cedió y asintió levemente, la pelinegra se acercó a depositar un tierno beso sobre sus lastimados labios de nuevo. La tomó de la mano y corrieron fuera de la casa. Sam se maldijo en ese segundo al recordar que había dejado su carro en la parte de atrás de la residencia Carson. Debían rodear y Ailen no parecía con demasiada energía para hacer aquello.

En el corazón se perteneceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora