Capítulo 10: A la luz de las velas

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Se sonrieron con complicidad y calidez, la británica se acomodó contra su brazo mientras paseaban hasta el coche y, al verlo, Amelia supo que tenía la aprobación de sus padres, ya que ese coche eran muchos de los que estaban en su propiedad. Era un jaguar de color negro, ejecutivo, exclusivo, que conjuntaba con la manera en la que vestía Lucía en esos momentos. Llevaba un pantalón de traje, una camisa gris oscuro y una americana negra de corte largo. Era una mujer camaleónica, le sentaba igual de bien llevar una sudadera y unas Jordan que un traje con zapatos de tacón.

—Adelante, serás mi guía hasta tu casa —le dijo, abriendo la puerta del copiloto con una pequeña reverencia y ofreciéndole su mano como apoyo para entrar más cómodamente al vehículo.

—Perfecto, no todos los días tengo tan grata compañía —murmuró juguetona, se alegraba de verla y, sobre todo, de verla conducir. 

Lucía sonrió, segura de sí misma y de manera traviesa, antes de empezar a conducir. No le gustaba demasiado que el coche fuera automático, sin embargo era una ventaja para tener una mano libre siempre. Maniobraba con su mano izquierda, atenta a cualquier movimiento o cambio sobre la calzada, contrastando con las intenciones de su mano derecha, posada sobre el muslo de su contraria. Inicialmente fue un contacto inocente y tranquilo, pero en cada semáforo rojo iba subiendo por su piel, acariciando y presionando, mirándola de refilón mientras mordía su labio inferior o lamía sus labios. Amelia no era una mujer del montón y podría disfrutarla en exclusiva.

—¿Me vas a cocinar algo delicioso para cenar? —preguntó con una voz seductora, cruzando sus piernas para atrapar la mano de Lucía entre sus piernas y acercarla aún más a la zona cero.

—Hmmm, podría sorprenderte mientras tomas un baño, sí —respondió sin mover su mano, prefería desesperarla y volverse loca al imaginar cómo debía estar y evolucionar a cada roce y palabra que compartían.

—¿Y vamos a beber vino?

—Carne a la brasa con una guarnición de setas, gambas cristal, brotes de bambú y una buena botella de vino tinto, ¿es suficiente para usted, señorita Blight?

—¿Y de postre? Soy de las que quieren empezar por el plato dulce...

—Podría preparar un souffle de chocolate y frutos rojos si me lo pides bien —propuso reflexiva y traviesa, notando cómo se movía intencionalmente para que su mano pudiera tocar por sí misma el estado de su zona más sensible y apretó sus piernas. Lucía suspiró pesadamente, mordiéndose con fuerza—. Lo prepararé, tú ganas...

Llegaron finalmente a su destino a pesar de todas las distracciones que tenían, Amelia pasó directamente a tomar un baño y relajarse, mientras que la morena cumplió con su palabra, atándose un mandil para no manchar su ropa, comenzando a preparar toda la comida paciente y minuciosamente, a sabiendas de que la doctora se tomaba su buen tiempo en el baño para bañarse y otras cuestiones igualmente relajantes.

Mientras cocinaba, escuchaba música clásica, especialmente a Chopin y a Debussy, encendiendo algunas velas para dar ambiente y abriendo una botella de vino para hacer la cata y asegurarse de que satisficiera el paladar exquisito de la Blight. Tras casi una hora cocinando y con la carne a fuego muy lento, la esperaba sentada en el mullido sofá mientras tomaba vino con queso recién partido. Escogió ese lugar para tener total visibilidad de la escalera y ver cuándo y cómo bajaba, agradeciendo que no se encontrase bebiendo al verla.

La doctora llevaba un vestido ajustado, con transparencias de encaje negro, con una pierna totalmente al descubierto y la espalda libre. No llevaba sostén y, a juzgar por la pronunciada apertura del vestido, tampoco llevaba nada debajo. Eso, eso iba a condenarla durante toda la cena, eso y que llevase el cabello húmedo y hubiera gotas de agua deslizándose por los lugares que más se moría por acariciar, besar y morder. Su perfume era embriagador y sus movimientos se habían vuelto totalmente seductores, lentos y decididos, estaba tan ensimismada que no pudo ni reaccionar hasta que sintió que se sentaba sobre su regazo mientras la miraba profundamente a los ojos y le sonreía, buscando soltar algunos botones de su camisa para acariciar y besar toda la piel que quedó al descubierto.

—Tienes suerte de que hayas preparado tú la cena, porque sería capaz de saltarme la comida e ir directa a por mi postre favorito —ronroneó junto a su oído, robándole la copa de vino tinto para beber un poco y luego besarla de forma lenta y descarada, satisfecha por lo que su presencia causaba en su acompañante.

—Espero que hayas tardado tanto para mojarte bien para mí —gruñó, respondiendo a sus provocaciones con una voz ronca y autoritaria, deslizando su mano llena de anillos por su piel desnuda y sus nalgas, mordiendo el labio de la británica como forma de demostrar lo mucho que le estaba haciendo perder la cabeza el hecho de que no llevase nada debajo.

—Siempre estoy bien mojada y preparada para ti...

—Maravilloso, gatita. Ahora, ¿vamos a cenar? He tenido la educación y paciencia suficientes para castigarme quedándome en la cocina cocinando y no subir a comerte entera. Para que veas lo mucho que me preocupa tu alimentación...

—Tampoco me hubiera importado un poquito de ayuda para alcanzar mis... objetivos.

Lucía sonrió, terminando el vino que quedaba en la copa, poniéndose de pie sin esperar que la doctora se levantase de sus piernas, sosteniéndola por sus nalgas para que no perdiese el equilibrio.

—¿No decías que íbamos a cenar? ¿Tantas ganas tienes?

—La verdad es que sí, pero no quiero quemar la carne. Toma asiento, por favor. No quiero que pienses que solo pienso en hacerlo cuando estoy contigo —murmuró, dedicándole una mirada dulce, antes de dejarla con cuidado en el suelo y servir la carne, llevándola hasta la mesa donde todo estaba meticulosamente preparado.

—¿Has pensado abrir un restaurante? Creo que te iría bastante bien si sabes preparar cosas así...

—La cocina es simplemente un hobby y, dado que una señorita prefiere no cocinar demasiado, ¿por qué no podría mimarte un poquito? —respondió, separando ligeramente una de las sillas para que Amelia tomase asiento y acercarla nuevamente— Espero que disfrutes de la cena, con un poco de vino estará aún mejor.

Después de haberle servido una copa de vino tinto, tomó asiento justo frente de ella y comenzó a comer en silencio. No por incomodidad, más bien por respeto. Sus facciones estaban relajadas, pero ligeramente centradas en percibirlo todo y en Amelia, su silencio y porte cuidado y elegante cuando lo pretendía conseguía que pareciese casi irreal. La doctora podía observar la definición de su rostro, la musculatura en su cuello o sus manos.

—Si sigues mirándome así, será difícil comer —protestó, ligeramente avergonzada—. Odio que me vean comer, me da tanta rabia como vergüenza, solo hago excepciones contigo.

—Eres adorable cuando te avergüenzas y eso es algo que me encanta, lo sabes bien.

—Si no fuera porque es de mala educación levantarse de la mesa, te dejaría aquí sola y comería dándote la espalda... —masculló mientras cortaba el entrecot de ternera.

—Entonces, aprovechando que no me puedes ver, te desnudaría con la mirada y empezaría a pensar lo que se esconde debajo de la ropa y en cómo pretendo dejar tu espalda...

Lucía respondió con un escueto «ajá» para evitar entrar en materia de provocaciones, cerrando sus ojos para calmarse y detener los pensamientos inapropiados; Amelia rio al saber que sus provocaciones eran efectivas y que debajo de esa máscara de perfección y elegancia, se moría de vergüenza y de ganas de callarla.

—Prefiero contestarte en el dormitorio, belleza... Te lo devolveré todo y haré que te arrastres de rodillas suplicando que te toque como solo yo puedo hacerlo, voy a poner una correa en tu cuello y pienso disfrutarlo más de lo que imaginas. Oh, el juego empieza ya y no te permito cerrar o cruzar las piernas. Vas a mojarte por pura desesperación e imaginación, no te pondré un dedo encima hasta que lo vea conveniente, Amelia. Será tu castigo y tu deleite.


Esclavas del destino (Lumelia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora