Capítulo 15: Vida compartida

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Tuvo suerte al salir antes de que el tráfico se colapsase debido a la hora punta, Lucía 1 y tráfico 0. Aún seguía sin entender la fascinación por los coches automáticos, comprendía que era más sencillo fabricar híbridos y coches eléctricos totalmente automáticos, pero, por qué. Para ella, la conducción era uno de los placeres de la vida, no había nada como conducir sin rumbo cuando se sentía perdida o viajar por carretera para descubrir nuevos lugares. Odiaba no poder tener el control de las revoluciones, no poder apurar a la hora de cambiar o que los cambios fueran inapropiados para la situación. Una máquina o un algoritmo jamás podría adaptarse totalmente a la arbitrariedad de la conducción. No era lo mismo conducir en una ciudad que en carretera, no es lo mismo ir revolucionado para tener control del coche y la velocidad a que el coche cambiase de marcha sacrificando el control y aumentando la velocidad para no revolucionarse.

Llegó un poco antes de la una, estacionó donde pudo y se dispuso a entrar a la corporación yendo directa a recepción para que le pusieran una tarjeta y pudiera moverse con libertad por el edificio.

—Buenas tardes, venía a una reunión programada del equipo directivo y de Recursos Humanos en la cafetería. Mi nombre es Lucía Noceda Espinoza —saludó educada y correcta, esperando una respuesta del personal de recepción sin descuidar su postura. Reflejaba seguridad y respeto.

—Buenas, señora Noceda. Recibimos una llamada de los señores Blight para recordarnos de que hoy vendría a una reunión y que tuviéramos preparados algunos detalles para usted —saludó un hombre algo más joven que ella, haciéndole entrega de una tarjeta identificativa.

—Son muy minuciosos en el tema de negocios, no me extraña que hayan querido tenerlo todo controlado y bajo control —dijo con una pequeña sonrisa, colgándose la identificación—, ¿les importaría indicarme dónde se encuentra la cafetería? No sé si este edificio tiene el mismo diseño que la corporación americana.

—Déjeme acompañarla, será un placer —contestó una de las mujeres encargadas de la recepción.

—Por supuesto, el placer será mío. Después de todo, no conozco el edificio —respondió agradecida, haciendo un ademán para indicarle a la mujer que se adelantase y que ella la seguiría detrás.

—Desde que recibimos la llamada de los señores hemos estado bastante impacientes por conocer a esa persona tan importante. Según nos dijeron, lo más probable es que ocupe el puesto de nuestro director ejecutivo, ¿cierto?

—Así es; actualmente, la amplia mayoría de nuestros productos más vendidos e influyentes han sido diseñados por mí, con un software propio y una ciberseguridad infranqueable —informó, ajustando bien su corbatón para dar una imagen impecable. La primera impresión siempre era la más importante.

—Entre usted y yo, en esta facción no tenemos grandes ingenieros ni informáticos. Nos encargamos más del aspecto de publicidad y marketing, aunque encontrar un equilibrio sería perfecto.

—Lo tendré en cuenta, gracias por la información —agradeció, una vez que habían llegado— y gracias por haberme guiado y haber conversado conmigo. No estaba en tus obligaciones, pero lo hiciste. Eso dice mucho.

Se despidió con una sonrisa, entrando a la zona de descanso preferida. Supuso que la mesa que estaba en la segunda planta con varios carteles de reservado y algunas personas vestidas a medida se trataba de la mesa en la que se reunirían. Después de asegurarse al preguntar a uno de los camareros, subió las escaleras para afrontar una de sus primeras pruebas profesionales fuera del ejército; en la vida real donde la guerra se libraba en el terreno profesional y comercial.

—Buenas tardes, me presento, soy Lucía Noceda. Teníamos programada una reunión para hoy —saludó segura y cordial, transmitiendo calma.

—Buenas tardes, por favor, tome asiento donde considere oportuno. No tenemos asientos asignados —respondió un hombre de cabello canoso y gafas. Parecía importante.

Esclavas del destino (Lumelia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora