Capítulo 8: Ironías del destino

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La noche había caído en aquel paraje desolador y apocalíptico, inundado por los escombros y la incertidumbre de aquellos afortunados que habían sobrevivido a la catástrofe. Había padres que se preguntaban por qué habían sobrevivido ellos y no sus hijos, había personas que no perdían la esperanza de encontrar a quienes más querían; había otros que lo perdieron todo, dejando simplemente una sensación de hastío existencial y una necesidad imperiosa de querer morir. Puede que la situación no fuese la más propicia para un encuentro amoroso de un antiguo amor agridulce, no obstante, ¿no era en las situaciones de vida o muerte cuando más se acercaban los corazones y las personas?

La teniente coronel Noceda montaba guardia en los alrededores del campamento, ya que ni en una situación así podían bajar las defensas, el hombre es experto en aprovechar cualquier debilidad para fortalecerse así incluya irrumpir en un campamento militar de heridos; los escrúpulos desaparecían a favor de la riqueza que podrían acumular los furtivos. Lucía se encargaba de asegurar la posición de todos los que intentaban encontrar algo de paz para sanar sus heridas y de que los médicos pudieran proseguir con su labor sin mayor distracción o impedimentos.

Aún sentía un dolor punzante en su cabeza, por no hablar de lo que experimentaba en el resto de sus heridas graves y abiertas. Probablemente, si no se hubiera reencontrado con Amelia y de no ser por su deseo de protegerla, sorprenderla y apoyarla a la hora de hacer un gran trabajo humanitario, haría bastante tiempo que no podría levantarse de la cama, puede que desde las primeras heridas. Pero no podía dejarse llevar por esos deseos, debía permanecer fuerte, no dejaría sola a la doctora una segunda vez; no podría perdonárselo si así lo hiciera.

La joven de cabello de fantasía desconocía si era por aburrimiento, por ser observadora, por curiosidad o por todos aquellos motivos, por lo que había empezado a cronometrar mentalmente cada vez que Lucía pasaría delante de su tienda médica. Su altura y porte eran inconfundibles, así solo pudiera ver su sombra proyectada por las velas, a juzgar por su postura y la velocidad de su movimiento podría adivinar sin tener en cuenta todo su cuerpo magullado que no estaba capacitada ni para permanecer en pie.

—Esa idiota... —murmuró para sí misma.

Aunque, pensándolo bien, quién era ella para juzgarla. Era alguien que no dormía en un día entero y que ni siquiera había ido a comer cuando tocaba aprovechando que la militar no estaba para tener cierto control sobre su alimentación y bienestar. Ambas eran tan similares en algunos aspectos como totalmente opuestas en otros, quizá era eso lo que las atraía como imanes.

Amelia suspiró, haciendo una pequeña ronda de guardia por todas las camas de los pacientes y así asegurarse de que todos se encontraban estables. Por suerte, las operaciones de rescate y demolición avanzaban a buen ritmo, ya que el sistema rotatorio permitía una actividad constante e ininterrumpida. Si afilaba un poco sus sentidos podía oler el lejano olor de la pólvora y el fuego de las explosiones y escuchar esos ruidos de los escombros cayéndose y destrozándose por el impacto; no quedaba mucho tiempo para que pudieran salir de allí. Al menos ella, como personal médico, tras curar y estabilizar y siendo una simple voluntaria, no la mantendrían allí más de lo necesario.

La noche estaba cerrada y oscura debido al cielo sin Luna y a las nubes de polvo que cubrían la zona, si no fuera por su reloj no sabría si habría pasado una hora o varias. En cuanto las manecillas marcaron las cuatro de la madrugada, su hermana entró a la tienda para relevarla y que así pudiera descansar algo.

—Te sorprenderá ver a quién tienes aquí —le dijo divertida y burlona Emira, picando su curiosidad y consiguiendo que sacase la cabeza fuera de la tienda y comenzase a observar a su alrededor hasta encontrar el motivo de su diversión y sonreír junto a ella—. Hace casi dos horas que la relevaron y se negó a irse a dormir, supongo que quería acompañarte o verte antes de dormir y no quería molestarte... Se ve muy linda cuando está dormida.

—Puede verse mucho más adorable, está durmiendo tensa y en guardia. Te lo demuestro —contestó la neurocirujana, poniéndose de cuclillas frente a la militar y extendiendo una de sus manos para rozar su rostro. Inmediatamente, la morena reaccionó atrapando su muñeca y abriendo los ojos, relajando la fuerza de su agarre en cuanto comprobó que se trataba de ella.

—Veo que me he quedado dormida... —murmuró calmada, con una voz ronca y oscura. Su voz siempre adoptaba esos matices cuando estaba recién levantada.

—Venga, pasa a la tienda que te hago un último chequeo en tus heridas antes de ir a dormir. Te has estado excediendo constantemente, no queremos pasar nada por alto y que resulte en una fatalidad —ordenó la doctora, consiguiendo que su acompañante se levantase del suelo y entrase seguida de ella sin protestar lo más mínimo. Puede que estuviera demasiado agotada hasta para ello.

Lucía tomó asiento en una de las camillas, cerrando sus ojos como si el peso de la gravedad fuera demasiado como para mantenerlos abiertos. Se veía exhausta, estaba trabajando hasta el desplome, literalmente y en caso de darse dicho desmayo, no estaría muy lejos de esos momentos. Amelia lo sabía, igual que sabía lo cabezota y orgullosa que era ella, prefirió no decir nada y limitarse a una revisión estrictamente profesional, ayudada por Emira. Mientras que la menor se encargaba de supervisar la herida de su cabeza, la mayor comprobó el estado y cambió el vendaje que envolvía y protegía a las quemaduras de segundo grado.

—Si tuviéramos el equipo suficiente, te diría de hacerle una analítica de sangre para atarla a la cama si fuese necesario y que dejase de agotarse trabajando —regañó la rubia, asegurándose de que Lucía captase la indirecta, ya que sonrío divertida como respuesta.

—Una cuerda no podría mantenerla en la cama, te lo aseguro. Llegaría a comérsela para salir y ayudar —respondió la castaña sin ápice de diversión o vacile en su voz. Estaba siendo totalmente seria.

—Solo hay una alternativa posible para mantenerme en la cama por muucho tiempo y no es dormir, lo malo es que tampoco estaría guardando reposo, pero no me cansaría tanto como trabajando, eso es seguro —bromeó, haciendo muestra y alarde de que su sarcasmo seguía tan vivo como siempre.

—Sigue soñando, Noceda. Sigue soñando... —susurró en su oído, mientras apretaba el vendaje alrededor de su cráneo y sonreía victoriosa porque su debilidad por los susurros y la proximidad no había disminuido nada desde que eran adolescentes.

—En ese caso, intentaré soñarte entonces y hacerte todo lo que no me permites en estos momentos... —continuó la ex jugadora de baloncesto, dejándole una idea interesante que ocupase sus pensamientos cuando se fuera a dormir y poder permanecer en su mente todo el tiempo.

—Eres insoportable...

—No veo que eso llegue a desagradarte, Blight. No mientas, las niñas buenas no mienten.

—No soy una niña...

—¿Entonces por qué le gusta tanto a una parte de tu cuerpo que te llame así? Hubo un tiempo en el que juraste que lo eras y que lo serías siempre... Creo que ella no olvidó tu promesa.

La militar se levantó, despidiéndose de ambas hermanas con una sonrisa y un gesto de mano, antes de regresar a su tienda e intentar dormir, aun sabiendo que el insomnio le ganaría la batalla puesto que no estaba cerca de Amelia. Era curioso ver lo mucho que tardó en deshacerse de esa dependencia y necesidad para dormir, pero que solo le bastó una noche en sus brazos para volver a sentir esa necesidad imperiosa para sentirse segura. La vida era una pura ironía.

—Tan solo espero poder salir de aquí para poder verte con normalidad y relacionarnos para curar esas heridas que nos produjo la distancia... El daño que te hice inconscientemente, al decidir por ti, que lo mejor para ambas sería desaparecer de tu vida para que brillases y te centrases en un futuro que quizá sonaba demasiado bien para ser cierto. Nadie escapa del destino, ni tampoco de sus ironías... —susurró la mestiza para sí misma, después de haberse quitado la ropa, haberse cambiado y yacer insomne y reflexiva sobre la cama. Quizá el día siguiente sería el último que vivirían de esa manera.

Esclavas del destino (Lumelia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora