Capítulo 13: On your knees

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Amelia besó su mano y sus dedos, acompañando las caricias de sus labios con las de su lengua, al mismo tiempo que sus manos viajaron por el cuerpo escultural de la mestiza, deslizando aquella molesta camisa hasta que yació en la cama, fuera de su cuerpo y el sostén terminó en el suelo. Enmudeció, sintiéndose avergonzada y maravillada por igual dada la perfección de su musculatura y proporciones, acariciando con una suavidad absoluta muchas de sus cicatrices. Conocía lo suficientemente bien a su amante para saber que no le estaba pidiendo que le quitase el pantalón, al menos, de momento.

Le sonrió sensual, alborotando su cabello haciendo que cayese sobre uno de sus hombros y doblando su cuerpo para poder alcanzar sus pechos con los labios, mirándola pidiendo permiso. Lucía asintió, cerrando sus ojos y temblando ligeramente, sus labios estaban recorriendo con una parsimonia inhumana la cicatriz de bala de su pecho mientras una de sus manos buscaba entrelazarse con sus dedos helados para reconfortarla. La morena le dedicó la sonrisa más dulce y cálida de la noche, murmurando un te amo junto a su oído, antes de robarle un beso y morder su labio inferior como provocación.

—Eres una jodida diosa... Totalmente inhumana, desde tu belleza a tu cuerpo o tu voz. ¿Qué haces con alguien como yo, Amelia? —halagó, buscando su cadera con su mano libre mientras la atraía por la unión de sus manos, presionando su espalda baja para provocar que no existiera el espacio entre un cuerpo y el otro.

Amelia la deleitó con su risa inocente y sensual, una de esas risas contagiosas que te llenan de felicidad sin saber muy bien cómo o por qué, volviendo a alborotar su cabello para apartarlo de sus ojos, acariciando su mano en un gesto tan cariñoso como intenso. Había empezado a mover sus caderas de manera lenta e intensa, apoyándose en la mano de Lucía y comandada por la otra mano de la mestiza que descansaba en su cadera. Prefirió no responder con palabras, sino que le dejó actuar a su cuerpo y todo el deseo que habían estado guardando.

Alternaba los ritmos de su cadera para que no pudiera habituarse a la fricción, sin soltar una de las manos de su morena ni dejar de arañar incluso hasta hacer sangrar todo su cuerpo, pellizcar sus pezones o tirar del piercing en el pezón de la antigua militar, inclinándose muy de vez en cuando para provocarla con besos o lo que no llegaba a consumarse, tan solo para escuchar sus gruñidos y protestas. Una fina capa de sudor comenzaba a hacerse presente en su cuerpo, volviéndola aún más sexy para los ojos de su amante, destacando su figura y porte divino. Lucía mordió su labio, antes de darle una nalgada e introducir su mano bajo el encaje con la intención de mover la tela hacia un lado y que la sensibilidad fuese aún mayor.

Sus ojos chocolate buscaron el oro de la mirada de la Blight justo cuando terminó su trabajo para premiarla así con mayor placer, clavando sus uñas en su pálida piel y empezando a hacer fuerza para acompañar a cada uno de sus movimientos. Sabía lo mucho que amaba moverse lento, pero no estaban haciendo el amor de momento, por lo que volvió el ritmo uno mucho más frenético e intenso. Amelia empezaba a tener pequeños espasmos y temblores, sus acciones estaban funcionando a la perfección.

—¿Qué tal vas, preciosa? —cuestionó sensual, acariciando su mano con delicadeza antes de llevársela a la boca y mordisquearla tan solo para que gimiera excitada y tuviera dificultades para respirar y responder.

—Voy bien...

—¿Ah sí? Permíteme hacerte sentir mejor entonces... —respondió divertida, aprovechando que estaba sobre los almohadones para flexionar ligeramente su torso y que toda la rigidez se hiciera presente, sosteniéndola por las caderas cuando perdió parte de su fuerza— Deja que me encargue de todo, relaja tu cuerpo...

Amelia apoyó sus dos manos a cada lado de los hombros de Lucía, permitiendo que aquella pudiera tomar sus caderas con ambas manos y pudiera moverla con mayor fuerza y velocidad, moviendo sus propias caderas para alterar la dureza y fricción hasta enloquecerla. Fue cuestión de pocos movimientos y algunas nalgadas que la británica empezó a cantar por esa boquita, gimiendo, jadeante, maldiciendo o diciendo todo lo que la amaba, jugando a dibujar en las sábanas de algodón o arrugándolas para evitar hacer tanto ruido.

Esclavas del destino (Lumelia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora