Capítulo 💎12💎

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Ganarme su confianza

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Ganarme su confianza.

Esa era la misión. Para ello, debía poner en práctica una simple palabra que la mayoría de los seres humanos empleaban diariamente para no convertirse en el patito feo de la sociedad.

Fingir.

Se nos va el tiempo fingiendo, reprimiendo, guardando. Todo, para que esa minúscula cuerda invisible que mantiene el equilibrio, no se quiebre. Con Alessia di Rossi no sería la excepción. Cada argumento, cada susurro, cada acercamiento con ella, estaba fríamente calculado. Cuando eres dueño de una vida como la mía, no existe la inapreciable posibilidad para el amor. Todo se tornaba flemático y mecanizado, como un robot.

«Deberás hacer lo que sea necesario para conseguir tu objetivo»

Enamorarla era la única posibilidad. Cuando te enamoras tus defensas disminuyen, la capacidad para razonar colisiona y el sentido de pertenencia hacia ti mismo, se disgrega. Eres una marioneta en manos de otro mortal.

Sé que al final acabaría con ella. La destruiría hasta los huesos. No quedaría nada de La Reina de Diamantes.

—Americano, una vez más fuiste el héroe de la historia. —Bastian se acercó hasta la cabina del avión, dejándose caer en el asiento del copiloto.

Unas horas de vuelo después, ya regresaba hacia Tesalia, con los tailandeses a bordo. Solo se escuchaban risas y tintineos de copas. Eran tres hombres de ascendencia marcada, característicos ojos achinados, piel tenuemente morena y fibras capilares azabaches.

—Solo hago mi trabajo, Bastian. —No aparté la vista de los controles, pero sentí su atención a mi derecha.

—Eres peligroso, americano. En poco tiempo haz salvado en más de una ocasión la vida de la señora. Ya vives en la mansión, y ahora mírate aquí, rescatando un negocio millonario. Estás creando una deuda grande con ella.

Lo observé rotundamente, retándolo con la mirada. Bastian era demasiado receloso, de esos tipos que generaban muchas interrogantes. ¿Por qué él no fue el piloto? ¿Cómo un veterano de guerra como Stoica no sabía pilotear un avión?

—Eres demasiado desconfiado, Bastian. La señora no tiene ninguna deuda conmigo. Yo trabajo para ella y recibo una remuneración. Con eso se paga el trabajo.

Bufó, negando.

—Mi padre decía que existe una deuda mortal que no se paga con dinero. La deuda de la gratitud; esa, es eterna. Al menos que uno de los dos muera.

—Muy sabio tu padre. Dime, ¿alguna vez has tenido una deuda así? Eterna.

Mi instinto me indicaba que ese tipo de deudas era lo que lo unía a Alessia di Rossi. Solo una gratitud eterna justificaba tantos años de devoción.

—Las deudas eternas son invisibles, no se revelan —alegó—. Sabes que existen, pero no hay indicios materiales que lo comprueben. Americano, ¿aceptas un consejo?

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