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Después del almuerzo fui directo a mi casillero y agarré las dos mochilas dispuesta a marcharme. No veía a Edward por ninguna parte así que sabía que no debía preocuparme. El problema llegó cuando salí y ahí estaba él, al parecer, esperándome. Maldecí para mis adentros.

-¿A dónde vas?- preguntó caminando a la par mio.

-¿Por qué no entraste?- pregunté como respuesta sin mirarlo.

-Sabía que ibas a irte.- dijo como toda respuesta.

-En ese caso, adiós.- dije dispuesta a irme pero él me tomó del brazo.

-No, adiós no. ¿Qué escondes?¿A dónde vas?

-Edward.- supliqué. -Sólo me siento mal.

Él hizo silencio y siguió mis pasos.

-¿Y esas mochilas?¿Qué hay ahí?- preguntó.

-Cosas.- me limité a responder.

-¿Qué cosas?

-Mis cosas.

-¿No vas a volver a tu casa?

Suspiré con lágrimas en los ojos y volteé fijando mi mirada en él.

-Ya no tengo casa.- dije con un hilo de voz. -Por mi culpa no hay nada. Mi mamá me pidió plata y yo no tenía. Ella debía mucho pero yo no lo sabía. Volvió a meterse con el mismo tipo mafioso de antes. La mataron. Edward, la mataron. Ya no hay nada, esto es todo lo que tengo. No queda nada, embargaron todo, otra vez.- sollocé. -¿A dónde voy? No lo sé. Tengo miedo. No tengo familia y es mi culpa. Si hubiera tenido la plata, ella estaría viva porque se la hubiera dado.

-No es tu culpa.- dijo él acercándose pero me aparte y lo miré fijamente sabiendo que mis ojos reflejaban todo mi dolor.

-Si, lo es.- susurré.

Él volvió a acercarse y me rodeó con sus brazos.

-Hace mucho que no te veía llorar.- susurró en mi oído.

-Desde que papá murió.- respondí con un hilo de voz.

-Vos no tuviste la culpa.- volvió a susurrar contra mi cabello.

Él era único. Era mi hermano del alma, siempre había estado ahí para mi. Tenía 17 años y lo conocí a penas cumplí los cuatro años. Nuestros padres solían trabajar juntos, por lo que nos criamos uno al lado del otro. Mi padre falleció cuando yo cumplí los 12 años y Edward fue quien me ayudó en todo. Por momentos sentía que era la única persona a quien realmente le importaba, tal vez fuera así.

-Vamos a casa.- dijo entonces sin darme oportunidad alguna de oponerme.

Al llegar a su casa le contó lo sucedido a Anne, su mamá. Ella no tardó en prepararme una habitación y, junto a Edward, me obligaron a quedarme. Anne siempre fue como una madre para mi y desobedecerla nunca fue algo que estuviera en mis planes aunque no me parecía correcto quedarme allí.

Por más que Edward no quería, esa tarde asistí al trabajo y él se negó a dejarme sola, por lo tanto, vino conmigo. A pesar de encontrarme allí permanecía ausente, hundida en los recuerdos que bombardeaban mi mente, y Edward me devolvía a la realidad con un abrazo o algún gesto con intensiones de distraerme.

Al volver a la casa le tendí mi paga a Anne y, esta vez, fui yo quien la obligó a aceptarla. Sabía que no permitirían que me marchara así que aportaría, aunque mi sueldo no fuera la gran cosa, aunque ellos contaran con el dinero suficiente, de cualquier otro modo sentía que estaba abusando de su generosidad.

Me dejé caer en la cama y lloré. Lloré toda la noche y, a cierta hora de la madrugada, sentí los pies fríos de Edward junto a los míos y sus brazos en torno a mi.

Remember meDonde viven las historias. Descúbrelo ahora