1. SENTENCIA

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Allí sentada en la fría silla metálica, con las esposas colocadas en la espalda, los tobillos atados a la silla, y la capucha negra sobre la cabeza, iba poco a poco recobrando la conciencia sobre lo que hace unas cuantas horas había acontecido. A mi mente corrían los recuerdos a manera de flashazos, y las sienes me punzaban con cada uno de ellos.

"Comandante Vanessa Navarro, por los delitos de corrupción..."

Un alarido de dolor brotó de mi garganta. - ¡Ayuda! – grité con todas mis fuerzas, aunque internamente sabía que nadie me escucharía. Intente moverme, pero resultó en vano- Los hombros me dolían por las esposas a mis espaldas, y sobre mis tobillos yacían un par de cuerdas que lo único que lograban hacer era cortarme la circulación.

A mi mente venían las imágenes de una escena que poco recordaba; un lago color escarlata se tendía a unos cuantos metros de mí; observé cómo un hombre blanco, alto, con un significativo tatuaje en la cara, y que vestía un traje gris caía desvanecido a un costado de este; dos sujetos me tomaron por la espalda y me esposaron, colocando mi cuerpo sobre el escritorio; posterior a eso colocaron una capucha negra sobre mi cabeza y me sacaron del lugar a rastras...

Me esforcé por recordar algo más, pero lo poco que recordaba era estar en la sala de juicio del Tribunal de Justicia de la Unión Europea en Bruselas. Semanas antes había sido arrestada cuando celebraba una fiesta en mi departamento en Francia. Tras una ardua investigación se había confirmado mi colaboración con la mafia; posterior a eso lo que mi mente lograba rescatar era insignificante; llevaba días sin dormir, la comida de la prisión realmente era asquerosa, los días transcurrían y lo único en lo que podía pensar era en todo lo que había perdido por una estupidez.

No sé cuántas horas habían transcurrido hasta entonces, pero me sentía fatigada; el silencio y la oscuridad comenzaban a volverme loca; fue entonces cuando escuché el rechinido de una puerta atravesando la sala, escuché los pausados pasos de alguien acercándose, y un fuerte olor a sudor se apoderó de mi nariz cuando lo tuve a mi costado; se acercó a mi oído y con voz burlona se dirigió hacia mí.

– Hola, princesa, ¿te acuerdas de mí? – Lo identifiqué como el cerdo que tenía postrado a mi izquierda en aquel vehículo; me sacudí tanto como el dolor me permitía, con la intención de alcanzar su rostro con mi cabeza, lo escuché chasquear la lengua tres veces acercándose a mi oído. – Tranquila, princesa, no querrás terminar como saco de box, ¿o sí? – dijo soltando una carcajada al final.

El rechinido de la puerta metálica hizo eco nuevamente en la sala. Escuché una voz femenina que inmediatamente reconocí; hace años no escuchaba su voz. Se acercó y se dirigió al hombre que se encontraba en la sala.

– Mercurio, te puedes retirar, déjame a solas con nuestra invitada – sentí como un par de dedos recorría mi espalda de hombro a hombro, y me rodeaba a paso lento; con el simple roce de sus dedos la piel se me erizó; supongo que notó lo que su roce delicado provocaba en mí, pues la escuché soltar una risa disimulada.

- ¿Quién demonios eres y qué quieres de mí? – Espeté furiosa.

La mujer que supuse se encontraba frente a mí, se rio dirigiéndose hacia mí – Ay Vane ¿acaso no me recuerdas? – se acercó a paso lento y se puso a horcajadas sobre mí, sus piernas rodeaban mi cintura y sentía el calor que irradiaba su cuerpo tan cerca del mío. – Pero ¿qué pretendes...? – solté intentando que no notara que me faltaba el aliento.

- Intento que recuerdes nuestra última noche juntas – espetó un poco molesta, acto seguido sus dedos recorrían la costura de mi camisa y quitaba con extrema lentitud cada uno de los botones. Por más que intenté controlar mi respiración, esta se tornó agitada, me sentía excitada; tomó la capucha que me cubría el rostro y la subió lo suficiente como para dejar a la vista únicamente mis labios, me estremecí al sentir los suyos acercándose al hueco que se formaba entre mi clavícula, el olor de su cabello inundó el pequeño espacio que había entre nosotras.

Con cada minuto que pasaba me era imposible controlar las reacciones de mi cuerpo; sentí su lengua recorriendo mi clavícula, seguido de sus labios recorriendo mi cuello a besos hasta llegar a la comisura de mi boca; lo siguiente fue una explosión de sensaciones que abarrotaron mi cuerpo. Cuando sus dientes atraparon mi labio inferior y lo halaron con extrema lentitud, me fue imposible reprimir el gemido que escapó de mi boca. La escuché reír sutilmente, comenzando a besarme lentamente; en cuestión de segundos nuestras lenguas se habían entrañado en una batalla a muerte; era la misma batalla que habíamos sorteado hace años, esa que parecía no tener fin; escuché sus jadeos que junto con los míos formaban una sinfonía arrítmica; sentí sus manos arañando mi espalda y descendiendo por mi cintura; acto siguiente una de sus manos recorría mi vientre hacia abajo, introduciéndose por debajo de mi pantalón y rozando con sus dedos mis bragas empapadas. Fue entonces cuando logré articular unas cuantas palabras que solté displicente – ¡Basta! Alexandra, por favor, detente.

La escuché reírse, retirando con sutileza la capucha negra de mi cabeza; me miraba fijamente y se retiraba lentamente de mi regazo. – Así que si te acuerdas de mí – pronunció con ese tono egocentrista que la caracterizaba.

Claro que la recordaba; se veía igual o más guapa que la última vez que la vi hace cinco años, o como la primera vez que la vi, hace más de veinte, y ahí estaba ella otra vez, como en cada uno de mis sueños, su cabello largo de tono castaño, recogido en una coleta mal hecha, sus ojos marrones de un tono tan claro que parecían hechos de miel, su piel bronceada, la camiseta sin mangas color blanco que dejaba a la vista sus brazos tatuados, su figura delgada, los pantalones color verde militar que le llegaban a la cadera y un par de botas tácticas. Nadie hubiera sospechado que aquella mujer de apariencia ruda se encontraba a finales de su treintena, y mucho menos hubieran imaginado que su nombre figuraba en la lista de los más buscados de la Interpol.

Y ahí estaba yo, ansiando terminar lo que ella había empezado; quería comerle la boca a besos, fundir su cuerpo con el mío, y desaparecer de la tierra a un mundo en el que solo estuviéramos ella y yo, un mundo en el que yo no fuera policía y ella una delincuente.

- ¿Qué? Te quedarás así sin decir nada – soltó en tono cansino.

- Y qué esperas, que te dé las gracias por secuestrarme ¿o algo por el estilo? Pues gracias, Alex, gracias por todo, gracias por arruinar mi vida; gracias a ti estoy hasta el culo de mierda, ¡GRACIAS! – le espeté con desprecio.

Soltó una risa irónica; la observé mientras cruzaba los brazos. – ¿Secuestrarte? Dirás salvarte nuevamente o dime, ¿acaso no lo notaste? Por favor, Vanessa, donde quedó tu instinto policial que tanto presumías – su rostro reflejaba molestia – o es que acaso no notaste que aquel sujeto iba a por ti, ¡Tienes un puto signo de pesos en la cabeza y tal parece que ni siquiera lo has notado!, has frustrado los planes de la mafia internacional, capos de todo el mundo te están buscando...-

- ¿Y qué? ¿Decidiste venir a salvar a la princesa del dragón? – solté burlonamente, - por favor, Alex, no pongas cara de que te preocupa. Si mi cabeza tiene una bala esperando, hubieras dejado que me mataran, total lo he perdido todo y eso solo es gracias a ti, ¿o acaso olvidas que fuiste tú quien me ayudó a hundirlos a todos? – la miré con odio, la sangre hervía por mis venas, los ojos se me llenaron de lágrimas, observé la decepción en su rostro, y se alejó de mí con aplomo y paso firme. La perdí de vista, y escuché su voz al fondo.

– Les diré que te preparen una habitación, hablaremos mañana – lo último que escuché fue la puerta azotándose a mis espaldas.

Un par de lágrimas rodaron sobre mi rostro; me resultaba difícil creer todo lo que estaba ocurriendo, ¿cómo habíamos llegado hasta aquí?

***


EL PESO DE LA PLACA - (+18) - LGBT+ (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora