CAPÍTULO VI
Quiero seguir durmiendo. Estoy viviendo el estado más placentero que se puede tener en sueños. Sé lo que es. Es un sueño lúcido. Estoy volando otra vez, y esta vez no hay nada ni nadie que pueda asustarme. Siento el calor de los rayos de sol que atraviesan la ventana que hay junto a mi cama. Es hora de levantarse. Debe de ser tardísimo. Y además llevo ya tres días sin salir de la cama. Fue Eduard quien me encontró en el bosque. Me salvó la vida. Cada vez que lo pienso, se me eriza la piel. Lo imagino llevándome en brazos y me parece una visión de lo más romántica.
Sé que estoy completamente recuperada del estado de hipotermia con el que llegué. Suspiro, todavía aletargada, abro los ojos y me estiro en la cama, sintiendo una maravillosa relajación en todo mi cuerpo.
Me incorporo y la sensación de bienestar perdura. Estoy convencida de que la tendré durante todo el día. Estoy pletórica. Con ganas de seguir adelante. Me siento fuerte y decidida. Estoy contenta.
Eduard entra en la habitación con cara de preocupación. Le basta un vistazo para darse de cuenta de mi estado de ánimo, y se acerca con paso firme y decidido. Me besa en la mejilla.
-¿Preparada?-.
-¿Para qué?-.
-Para que te dé las respuestas que buscas. ¡Te espero afuera!-.
Lo bueno de llevar cada día este inmaculado uniforme blanco es que una no pierde el tiempo pensando qué ponerse. A falta de maquillaje o cualquier otro elemento de distracción, estoy lista en cinco minutos. Después del frío que pasé en el bosque paso de lavarme el pelo. Secarlo me lleva mucho tiempo y tengo ganas de tener, por fin, alguna respuesta.
Cuando salgo me maravilla el buen tiempo que hace hoy. Un día fantástico. Hace frío, sí, y todo sigue nevado. Pero el sol aprieta con fuerza y lo agradezco. Se está genial. Eduard me espera y me coge del brazo. Caminamos como juntos como lo hacen las parejas. Sobre todo las ancianas. Pero no pasa nada porque, hoy, todo está bien.
Inmersa en mi estado de felicidad no me doy cuenta de que estamos andando directamente hacia una persona. Ate. Al verla me suelto inmediatamente del brazo de Eduard. Antes de que pueda decidir qué hacer, Eduard me calma y me recuerda que debo confiar en él. Lo hago.
-Buenos días, Selene-.
-Selene, aunque ya la conoces, quiero presentarte formalmente a Ate, mi madre-.
Qué manera tan brusca de darle la vuelta a un momento tan bonito. Esto de ir de sorpresa en sorpresa es muy desconcertante. Si tuviera que poner un ejemplo diría que me siento como un caniche en una carrera de galgos. Me repongo con relativa celeridad de mi asombro y pongo atención en lo que me dicen.
-¿En serio?-, pregunto.
No me esperaba algo así. Claro que eso no es ninguna novedad. ¡Van a demostrarme sus poderes! Porque para mí, en mi mundo, el ocupar el cuerpo de otra persona es un poder. Quiero prepararme para que todo salga bien y eso les hace gracia. Resulta que no tengo que hacer nada. Sólo confiar en mi instinto y en mis sensaciones.
Eduard se marcha y me quedo a solas con Ate. Coge mis dos manos y las zarandea suavemente para transmitirme serenidad. Prácticamente se pega a mi cuerpo y me abraza. Me pide que cierre los ojos y lo hago. Me besa la frente. Y la mejilla. Y...cuando me besa en los labios sé que ya no es ella. Sus manos bajan hasta mi cintura. Noto cómo sus pulgares avanzan hasta llegar justo abajo del estómago. Estoy... no sé...¿excitada? Sí. Lo estoy. De repente me viene a la cabeza la imagen de Ate. Abro los ojos y me separo.
Me da la risa nerviosa. Es perturbador saber que Ate me ha besado. Sí, ya sé que no era ella, pero ¡era su cuerpo! Y sus labios.
Eduard interrumpe mis cábalas justo a tiempo. Me asaltan varias dudas.

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SELENE
RomanceNada es lo que parece. Nadie es quien dice ser. ¿Existe el destino? ¿se puede cambiar el futuro? Selene tendrá que descubrir las respuestas a estas y otras preguntas mientras se ve obligada a vivir las surrealistas experiencias que ocurren en el int...