CAPÍTULO IX

74 6 2
                                        

Imposible. No hago más que dar vueltas en la cama. ¿Cómo voy a conciliar el sueño si no sé dónde está Eduard y si está bien? Necesito algo más que invocar su nombre para encontrarlo. Me levanto y paseo de un lado a otro una y otra vez. Si no puede venir a por mí es porque lo tienen retenido.

Observo el exterior desde la ventana. Hay media luna y todo se ve bastante oscuro. Tétrico, diría. Se oye algo a lo lejos. Afino mi oído. Un aullido. Me resulta familiar. Es idéntico al que escuché en el bosque. Tengo una intuición. Más que eso. Tengo la necesidad de ir a su encuentro. Me calzo y me pongo el abrigo. Si es cierto que la sangre tiene efectos narcóticos difícilmente me cruzaré con nadie, pero es mejor que sea cauta y salgo lo más sigilosamente posible.

Afuera me espera un aire limpio y apacible. Aunque hace frío, el viento no sopla y la profundidad del bosque no me parece ahora tan aterradora como en mi primera incursión. De nuevo, otro aullido. Suena triste, lejano y lo bastante prolongado como para saber qué dirección tomar. Estoy segura de que es Eduard. Si puede entrar en una persona, ¿por qué no en un animal?

Avanzo decidida y me adentro en el desordenado y denso arbolado que pronto me rodea por todas partes. Los arbustos recubiertos de nieve, lo abrupto del terreno y la inmensidad de los árboles que se extienden hacia el cielo me obligan a parar si quiero no perderme. Necesito otra señal. Y ahí está. Como si me hubiera leído el pensamiento. Él también avanza hacia mí. Estamos cerca.

Llego a un claro en el bosque. Nunca había estado allí. La luna no brilla demasiado, pero después de caminar bajo la espesura de las ramas que se amontonan sobre mi cabeza, ese espacio despejado parece iluminado a mis ojos. Ahí está. Ya lo veo.

Antes de ir hacia él doy un vistazo a su alrededor. Sé que van en manada y que si me equivoco estoy muerta. Está solo. Es un animal extraordinario. Avanzamos a la vez. Ya solo nos separan unos metros y me paro. Estamos casi en la mitad del claro. Me fascina su majestuosidad. Es grande para su especie, de lomo gris y largas patas blancas. Está delgado, y me pregunto si acaso hambriento. Pero sobre todo me pregunto si es Eduard. Me está mirando directamente a los ojos. Hago lo mismo, con el corazón desbocado y con una mezcla de incertidumbre, miedo y esperanza. El desenlace está cerca.

Agacha la cabeza. Todo él se agacha, y viene a rastras hacia mí. Lloro de felicidad. Es él. Eduard. Lo abrazo tanto como mis brazos me lo permiten. Mis besos se pierden en la espesura de su suave pelaje. Tiene tanta fuerza en su cabeza que me empuja y caigo sobre la nieve. Me lame toda la cara y siento su esencia. La de Eduard. Cierro los ojos.

Llevamos un rato abrazados. Ojalá pudiera hablarme. Ojalá Eduard tuviera la capacidad de comunicarse mentalmente conmigo. Ahora que sé que está vivo, tengo que saber dónde está. Le pregunto y me pongo en pie.

- Llévame al sitio en el que estás Eduard. Te seguiré-.

Emprendemos el viaje. Tan juntos y, a la vez, tan separados. Después de un buen trecho, el lobo se detiene y me mira. Se agacha y hago lo mismo. A rastras, entreabro la maleza y distingo una edificación. Tiene una pista de aterrizaje. Es el helipuerto.

No hay actividad. El recinto está vallado e intuyo que electrificado. Intento grabar cada detalle en mi mente. Hay un gran hangar, seguramente para el almacenaje. Y al lado un cobertizo.

- ¿Estás ahí, verdad?-.

Diría que asiente con la cabeza. De repente se levanta y se pone en posición de ataque. Está gruñendo. No sé muy bien qué hacer. Me arrastro en la dirección contraria para huir de lo que le acaba de asustar y de un salto el Eduard lobo se planta delante de mí. Hay alguien. Levanto la vista. Es Ate.

- Ate-, balbuceo,- ¿qué haces aquí?-.

- Levántate Selene, tienes que irte. Ahora. ¿Es Eduard?-, pregunta señalando al lobo.

- Sí. Ate, ¿dónde está? ¿Qué pasa? Quiero verlo un momento-.

Ate me coge del brazo. El lobo salta sobre ella. No la ataca. Es una advertencia, pero la ha derribado.

- ¡Basta Eduard! No voy a hacerle daño-.

Ate se queda sentada y me pongo a su lado.

- Por qué no puedo ver a Eduard-.

- Él está destinado a ser el padre de una líder, Selene, que no puede concebir contigo. Cuando haya cumplido su papel, se marchará-.

- Eduard no quiere a Diana, ni siquiera le gusta. Eso no va a pasar-.

- Oh, sí, ya lo creo que ocurrirá. Cuando esté preparado volverá al internado y, si quieres vivir, más te vale que todo salga bien y rápido. No interfieras, Selene, y haz tú también lo que debes. Del resto de las parejas del internado nacerá la pareja de esa líder. Si tienes suerte con Alexander, podría nacer de ti-.

- Eso es absurdo. Y, además, ¿qué pasa con el compañero de Diana? ¿Conoce Deimos vuestros planes?-.

- Por supuesto, niña. Eduard sólo será el padre biológico por razones que alguien como tú no puede entender. Deimos y Diana la criarán-.

¿Niña? Cuánto odio esa palabra. Me recuerda a Leire. El lobo se coloca detrás de mí y apoya el morro sobre mi hombro. Inclino mi cabeza sobre la suya y lo beso. Da la vuelta y se tumba, dejando caer su parte delantera en mi regazo. Lo acaricio.

- Cómo eres capaz de hacerle esto a tu propio hijo...-.

- Precisamente lo hago por él. Si de verdad lo quieres, lo dejarás en paz. Al final conseguirás que la Orden acabe con él-.

Ate se pone en pie y se sacude la nieve de la ropa.

- Ahora vete antes de que sea demasiado tarde. Es inútil pedirle a Eduard que no te siga. Pero te diré algo hijo, si no quieres poner en peligro a Selene, acompáñala hasta que salga del bosque, deja al lobo libre y cumple con tu deber-.

Se va por dónde ha venido. Me levanto también y cojo su cabeza entre mis manos.

- Eduard, no voy a dejarte. Encontraremos la manera de estar juntos y de salir de aquí. ¿De acuerdo?-.

Asiente. Y emprendemos el camino de regreso.

- Ya casi estamos-, le digo. Pero ya no está. El lobo ha desaparecido y se ha llevado a Eduard con él. Está a punto de amanecer. Estoy decidida a frenar todo esto. Estoy dispuesta a lo que sea.

Nada ni nadie va a impedir que estemos juntos.

SELENEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora