La fiebre me consume por dentro. Todo mi cuerpo parece arder en las llamas del odio. Los gritos ahogados en este tiempo se funden en uno que rompe mi garganta cuando lo lanzo al cielo. Sale con tanta fuerza que hasta las paredes parecen retumbar. El miedo aparece en los ojos de Accardi, que suelta mis brazos como si hubiera sido sacudido por una descarga eléctrica. Cuando mi voz se apaga oigo aullidos en el exterior. Siento la presencia de la manada cada vez más cerca. El gris del iris de Eduard me lo confirma. Todo sucede tan rápido que el estruendo de las balas se queda en un par de tiros sueltos. Ganan los gruñidos y las súplicas de ayuda que acallan los lobos a cada bocado. Cierro los ojos y puedo ver mantos de sangre cubriendo la nieve. Es tarde para dar marcha atrás.
Accardi se abalanza sobre mí y, de nuevo, sale despedido y choca contra la pared. Sentado en el suelo, dolorido, todo en él emana su desconcierto. Mientras, a mí me rodea una extraña energía que me protege. Me siento intocable. Todos mis sentidos están al cien por cien. Puedo notar cada mililitro de la sangre que recorre mis venas. Distingo cada paso que viene hacia mí, tanto los del piso de arriba como los que se acercan desde el fondo del vestíbulo. Todos me rodean, pero ninguno se atreve a acercarse.
Diana, Momo, Hermes, Accardi, Leire y mi padre en un semicírculo. Eduard y yo, uno al lado del otro, en medio. Sé que algo está a punto de suceder. Miro hacia la puerta. Giro el pomo en mis pensamientos, y se abre. Tres lobos entran muy despacio. Sus calmados pero terroríficos gruñidos simbolizan la ferocidad que ahora comparto con ellos. Cuatro, cinco... Hasta siete lobos nos guardan las espaldas. Leo los rostros de Diana, Momo y Hermes. Si la duda estuviera formada por imágenes, serían las de ellos. En los demás, en nuestros contrincantes, no hay miedo. Hay auténtico terror. De todos los escenarios posibles, nadie había supuesto este. Pero aquí estamos.
- Quiero saber dónde están los demás. Y Vacivus. ¿Dónde está Vacivus?-.
Apenas reconozco mi voz. No es el tono. Ni más aguda, ni más grave. Es la seguridad que hay en cada palabra que pronuncio.
Titubean y se miran entre sí. Finalmente Leire toma aire y me responde.
- Ellos... ellos están juntos-.
- Dónde-.
- Han sido trasladados a otro recinto. Vacivus seguirá dándoles clases allí-.
Suelto una carcajada y hasta a mí misma me resulta demoníaca.
- Querrás decir que Vacivus seguirá experimentando con ellos allí. Quiero saber dónde está exactamente-.
- No lo sabemos, Selene. Tienes que creernos. Sólo Vacivus lo sabe. Por seguridad, no compartimos la totalidad de la información-.
Observo a Accardi y me pregunto qué ha sido de la prepotencia y superioridad de hace sólo unos instantes. Ahí está, con la cabeza agachada, buscando pasar desapercibido. Un cobarde. Eso es lo que es. De los que atacan a los más débiles mientras se esconden de sus iguales y huyen de los que son mejores. De haber tenido la oportunidad habría escapado. Es de los que abandonarían a Leire y a mi padre a su suerte. Me acerco a él sonriendo. Estamos cara a cara.
- ¡Despierta!-.
Chasqueo mis dedos en su oído y se sobresalta. Ya no veo en él el más mínimo atractivo. Al contrario. Me repugna. Me asquea todo en él. Mi corazón empieza a latir demasiado rápido y un sudor frío que baja por la nuca. Tiemblo. Le doy la espalda y vuelvo con Eduard. Sólo él sabe lo asustada que estoy ahora mismo. Y también sabe por qué. Soy capaz de matar a Accardi. En este momento está a años de luz de mis capacidades. Pero no es mi potencial lo que me asusta. Son mis deseos. Estoy a un paso de convertirme en una asesina.
Eduard me toma el relevo. Sus ojos, todavía grises, son el indicador de que también él está a la altura de vencer al que se atreva a plantarle cara. Está a punto de hablar cuando mi padre se le adelanta.
- Selene, cariño, ¿qué te pasa? ¿Por qué haces esto?-.
Una nueva oleada de calor acelera mi pulso. Maldito mentiroso. Un repentino recuerdo de mi madre nubla mi mente.
- Tú la mataste-.
- ¿Qué? ¿A quién Selene? Cariño para y piensa en lo que estás haciendo. Vamos a sentarnos y a hablar tranquilamente-.
- ¡Mataste a mamá! Me vendiste, papá. Me cambiaste por una vida de lujos y dejaste de lado a mamá por esa... por esa basura humana. Mamá sabía que sola jamás os ganaría, a ti, a los de la puta Orden. Y se quitó la vida para no ver cómo me quitabais la mía-.
- No dices más que tonterías, Selene. Yo te quiero más que a nada en el mundo, yo...-.
- ¡Cállate-.
Cae de rodillas y se lleva las manos a la garganta. Se asfixia. Eduard se pone entre nosotros y coloca sus manos en mis hombros. Apoya su frente en la mía.
- Shhh... Selene, no quieres hacer esto-.
Fijo mi mirada en él y recobro el bienestar que solo da la paz. Le sonrío. Y me nace un beso espontáneo y breve que le confirma que estoy de vuelta. Sigo siendo yo. Eduard me regala una tregua y toma el mando de la situación.
- Cómo salimos de aquí-.
- Sé pilotar. Puedo llevaros a la población más cercana y desde allí podréis ir a donde queráis por carretera-.
- ¿Y qué pasa con nosotros?-, pregunta Momo.
- Diana y tú os quedáis. Hermes, puedes venir si quieres-.
Suspiro satisfecha. No estaba segura de cómo iba a resolverlo, y lo hecho como yo misma lo habría hecho. Soy una sorpresa incluso para mí. Desconozco cuántas cualidades permanecen intactas y adormecidas en mi interior, esperando la oportunidad de salir a escena. Sé que el exceso de confianza es un error, y que si yo no me conozco del todo parece lógico pensar que tampoco sé mucho de mis enemigos.
- Nos vamos-, dice Eduard.
Los lobos velan por nuestra seguridad y mantienen su posición mientras nos dirigimos a la salida. Afuera el escenario es dantesco. Me fijo en los detalles más escabrosos. Uniformes destrozados, pieles desgarradas, mucha sangre, rostros desfigurados. Nunca antes he visto un cadáver. Aprieto los labios y trago saliva. Nada de esto es nuestra responsabilidad. Lo único que queremos es sobrevivir, y hacerlo en libertad.
Miro a Leire con desprecio. Mi madre jamás me habría dejado allí. ¿Es posible que esté protegiendo a su hija Diana? Quién sabe si se ha ofrecido para alejarla del peligro que suponemos para ella. No me importa si es así. No les deseo la muerte. Pienso también en la posibilidad de que nos conduzca a alguna clase de trampa. No. No es plausible. No está en condiciones de subestimarnos después de lo sucedido. Seguro que Leire sabe muy bien de lo que mi huésped interno es capaz de hacer, ahora que por fin ha despertado.
Conoce bien el bosque y sus atajos nos sitúan en el helipuerto en menos de media hora. Nadie se ha encargado de poner en orden los destrozos de la noche. Las puertas del helicóptero elegido por Leire se quedaron abiertas, así que entro junto a Hermes. Eduard sigue de cerca a Leire, que busca en la chapa del helicóptero y abre una especie de compartimento. Coge unas llaves. No llego a creerme que todo esto esté pasando de verdad. Si la vida sigue avanzando tan rápido dudo que la pueda soportar.
Estamos en el aire. Todo se ve muy diferente desde aquí arriba. Veo a la manada, a lo lejos, rondar por el recinto. Por la posición sé que uno de los lobos está aullando, aunque el estruendo de las aspas del helicóptero no me dejen oírlo. Los demás acuden a su llamada. Parecen colocarse en formación de ataque. Tiro de la manga de Eduard para que los vea y se despida de ellos, pero Eduard no está para mí. Tiene la mirada perdida y sus ojos están más grises y brillantes que nunca. Me parecer advertir una especie de mueca y un ligero asentimiento con la cabeza. Regreso a los lobos, pero ya no están.

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SELENE
RomanceNada es lo que parece. Nadie es quien dice ser. ¿Existe el destino? ¿se puede cambiar el futuro? Selene tendrá que descubrir las respuestas a estas y otras preguntas mientras se ve obligada a vivir las surrealistas experiencias que ocurren en el int...