CAPÍTULO VII

84 6 9
                                        

CAPÍTULO VII

Siempre he tenido la sensación de vivir en una insatisfacción constante. La plenitud que he sentido en los momentos más felices de mi vida apenas perduraba unos instantes. Ninguna vivencia parecía ser lo suficientemente buena como para no desear algo más. Algo mejor. Hasta ahora.

Nada en este mundo ni en ningún otro que pudiera existir puede superar el despertar entre los brazos de Eduard. Tengo la fortuna de haber alcanzado el más imposible y ambicioso de mis deseos. El amor corre por mis venas y crece a cada segundo que pasa.

Hace rato que estamos despiertos, hablándonos únicamente con la mirada. Puedo ver con claridad que este repentino querer es mutuo. Es auténtico. Fuerte e inquebrantable. Ya no hay pasado ni futuro que rompa la magia del presente. Mi confianza en Eduard es absoluta. Ahora sí estoy dispuesta a escucharlo, a creerlo con la ceguedad del enamorado.

-¿Empezamos por el principio entonces?-, le pregunto.

Tenemos una sonrisa permanente que de vez en cuando me hace reír. Parecemos dos tortolitos.

-Muchas veces he pensado que esto no me ocurriría jamás. Que no encontraría a esa persona a la que hablarle de la locura que me ha tocado vivir. Contigo siento que no tengo nada que esconder. Que puedo contártelo todo. No habrá secretos contigo Selene-.

Me pongo en su lugar. Sabe que está a punto de hablarme de historias inverosímiles, y a pesar de todo está dispuesto a hacerlo. Así que libero mi mente de todo lo que se puede dar por sentado, de lo que es posible y de lo que no, de cualquier atadura a lo creíble. También yo estoy dispuesta a creer cada una de sus palabras.

Me aparta con delicadeza el pelo que cae a ambos lados de mi cara y lo trenza bajo la nuca. Uf. Me invade un no sé qué.

-Lo primero que tienes que saber es por qué estás aquí. ¿Recuerdas la esfera que tenéis tras vuestro lóbulo izquierdo? No es ninguna marca de nacimiento. Es un implante-.

Hace una pausa para sopesar mi reacción. No tiene nada que temer. Asiento sin decir nada. Es su momento de hablar y el mío de escuchar.

-Se trata de un chip que estimula funciones cognitivas hasta ahora desconocidas por los humanos. ¿Has oído alguna vez la teoría de que sólo utilizamos el diez por ciento de nuestro cerebro?-.

Asiento de nuevo. Eduard percibe la expectación y curiosidad que tengo por saber más y me dedica una sonrisa. Lo adoro.

-De acuerdo, sigamos entonces. La Orden de los Elegidos captó a diez familias para poder implantaros este dispositivo al nacer y comprobar su eficacia pasados los 15 años-.

-¿Cómo consiguieron convencer a mis padres?-, pregunto intrigada.

-Como a todos los demás, Selene, con dinero. Buscaron familias adineradas con graves problemas financieros. Éstos quedaron resueltos. Y vosotros pasasteis a pertenecer, de alguna manera, a la Orden de de los Elegidos-.

Me quedo pensativa unos instantes.

-¿Y lo de nacer el mismo día?-.

-Esa parte fue la más sencilla. No sólo el mismo día, sino que prácticamente lo hicisteis también a la misma hora. Lo único que tuvieron que hacer fue adelantar y programar los partos para que todos nacierais por cesárea con la menor diferencia de tiempo posible-.

Todo mi cuerpo está en tensión y mi mente está al borde del colapso. No es una información fácil de digerir. Eduard pasa su brazo sobre mis hombros y me acerca a él. Me besa en la frente. Alzo la mirada. He descubierto lo mucho que me gusta mirarle a los ojos. Su sola presencia me cautiva. Es como un imán. Me atrae como nunca me había atraído nadie antes. Nos damos un largo y cálido beso y me vuelve a suceder. Otra vez este irrefrenable deseo que me arde dentro.

-Selene, tenemos que regresar-, susurra.

-No quiero volver. Quiero que nos vayamos juntos a donde sea. No importa el lugar-.

-Ojalá...-.

No necesito utilizar toda mi capacidad cerebral para intuir que ese ojalá esconde algo que desconozco.

-Estamos encerrados, Selene. Sólo hay una manera de salir de aquí. Hay un helipuerto que sirve de conexión con el mundo exterior. Lo construyeron para abastecernos de todo lo que podamos necesitar. Por lo demás, estamos aislados. Esta cabaña es mi refugio. Fue un regalo de Ate, mi madre, y nadie sabe que existe. Ahora mismo se estarán preguntando dónde hemos pasado la noche y si estamos vivos o muertos. Cuanto más tardemos, peores serán las consecuencias-.

Tiene razón. Si se les ocurre montar un dispositivo de búsqueda darán con la cabaña y no tendremos ningún sitio seguro en el que poder estar juntos.

La vuelta se me hace cortísima. Cuanto más sé, más preguntas me hago. Estamos casi en la fuente de la entrada cuando Ate abre la puerta del internado. Y la veo. Justo detrás de ella. Es Leire.

La sorpresa me petrifica en el acto. Por el contrario ella camina con decisión y rapidez.Eduard tampoco reacciona. Parece no entender lo que está pasando. Leire me golpea en la cara con la mano abierta y lo hace tan fuerte que me tambaleo. Eduard me sujeta y mirada a su madre desconcertado. Al fondo del pasillo puedo ver a Diana. Hay algo malévolo en su mirada. No está sorprendida. Está disfrutando.

-Selene, creo que ya conoces a Leire, la madre de Diana-, dice Ate.

-¿Qué? ¿Cómo?-.

Leire atraviesa a Ate con la mirada. Mi cabeza va a mil por hora enlazándolo todo. Eduard sabe quién es Leire. Lo que no sabe es su conexión conmigo. Ate me da la clave que necesito para situar a Diana como una enemiga potencial. Y, lo más importante de todo, si hay alguien que mande en La Orden de los Elegidos es, con toda certeza, Leire.

Miro a Eduard con tristeza. Me saltan las lágrimas. Tengo tanto miedo. Tanto terror de perderlo. Tiemblo. Tanto que mis dientes castañean por lo bajo.

-No dejaré que nadie te haga daño-.

Son las últimas palabras que le escucho. Leire me agarra bruscamente por el brazo. Eduard la empuja, pero Ate interviene. Lo frena. Leire recupera mi brazo y, por segunda vez, me lleva con ella a empujones. Quiero hacerle frente. Golpearla. Pero sólo puedo llorar. Nosotros, Eduard y yo, estamos solos. Y los demás son más. Y estamos atrapados. Y sólo puedo llorar. Suplicar al aire. Llorar. 

Continuará...

SELENEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora