CAPÍTULO XII

70 5 2
                                    


Han salido de la nada. Nos rodean por todas partes. Sus gruñidos, roncos, rompen el silencio de la noche y dejan a la vista sus colmillos, tan blancos, afilados y preparados para desgarrar lo que se les ponga por delante. Habrá más de una decena. Eduard parece tranquilo. Se pone al frente. No sé por qué no tengo miedo. Siempre he creído que la ausencia del miedo es la determinación del inconsciente. Y ahora mismo la necesito.

Eduard emite un nuevo aullido. Suena distinto. Suena a llamada. Una llamada a la manada. No necesito palabras. Sé lo que ocurre. Eduard, a través del lobo en el que está, lidera al resto. Todos corren en la misma dirección. Eduard me mira una última vez antes de seguirlos. Segura de hacer lo incorrecto, también yo voy tras ellos.

He llegado demasiado tarde, pero no tanto como para no ver la caída de uno de los lobos, víctima de la electrificación de las vallas del helipuerto. Han ido a liberar a Eduard. Lo busco en su forma canina y doy con él. Está cavando. Me arrodillo a su lado y lo ayudo con torpeza. Si no tengo cuidado sus garras destrozarán mis manos. Siseo al lobo más cercano. Es una hembra. Le grito pidiendo ayuda, enseñándole cómo mis manos se hunden bajo la nieve. ¡Me entiende! Se coloca frente a Eduard. Ya han quitado la nieve, y entre los dos la tierra será pan comido. Se acerca un tercer lobo, pero retrocede. Va a tomar velocidad. Pretende saltar la valla. Me pongo en pie con los brazos en alto y retrocede. Uno más que capta mis mensajes. Eduard me mira. Parece sonreírme.

El trabajo en equipo da resultado y pronto pasan uno tras otro por el túnel cavado bajo la valla. Paso en último lugar y sigo la misma dirección. Escucho disparos a lo lejos y se me para el corazón. Nunca antes he sido tan veloz como ahora. Cuando llego al cobertizo, dos lobos luchan contra un hombre y un tercero yace en el suelo con un tiro en la cabeza. Eduard no está. Hay una pistola a pocos metros del hombre, que me ve y me pide ayuda. Cojo la pistola y lo dejo atrás. No puedo hacer nada por él. No tengo remordimientos. Nadie en este maldito lugar puede ser bueno.

Llego a la parte de atrás del cobertizo, y lo veo. Eduard, su cuerpo, parece dormido sobre un colchón en el suelo. Está conectado a un gotero. Arrodillado junto a él un hombre le apunta a la cabeza. Cuatro lobos, Eduard entre ellos, gruñen a escasa distancia. El hombre me mira.

- Haz que se vayan o te juro que lo mato-.

- Vete y te dejaremos vivir-.

Lo digo tan segura de mí misma y con tanta contundencia y liderazgo que lo hago dudar y baja el arma. El Eduard lobo aprovecha y se abalanza sobre él. Los colmillos, en su muñeca. Los otros tres lo imitan. No le dan oportunidad alguna de apretar el gatillo ni siquiera una vez. Intenta huir y a mordiscos le van desgarrando la vida.

Voy con Eduard y le arranco el gotero de un tirón.

- Lo siento, lo siento. Eduard, despierta por favor-.

Y lo hace. Y me abraza débilmente. Nos interrumpe un estruendo horrible, acompañado de luces provenientes del cielo. ¡Helicópteros! Un sexto sentido me dice que no han venido a ayudarnos.

- Eduard, levanta, tenemos que irnos-.

Aparecen dos lobos de la nada. Son los que atacaban al primer hombre que me he encontrado. Caigo en la cuenta de que si Eduard está despierto, conmigo, posiblemente no tenga ya ningún tipo de vínculo y menos todavía control sobre la manada. Fruncen el morro, enseñándonos sus fauces.

- ¡Marcharos si no queréis que os maten!-, les grito.

Pero en vez de irse, se acercan y lamen el rostro de Eduard. Mordisquean su ropa, tirando de ella. Están aquí para ayudarme. Miro a Eduard con admiración. Incluso así, en el mal estado en el que lo he encontrado, con un aspecto enfermizo, débil y vulnerable, desprende una fortaleza impropia de este mundo. Abre los ojos y... ¡se han vuelto grises! Se apoya en mí para levantarse.

- Todos a la cabaña. Síguelos Selene-.

Sostengo a Eduard como puedo mientras avanzamos. A golpe de vista parece que son los tres los helicópteros que están tomando tierra. Lentamente vamos dejando atrás el barullo que se ha formado en el helicóptero y nos perdemos en la oscuridad de la noche y la espesura del bosque. El camino me parece interminable.

- Necesito parar un momento-, le digo.

Nos sentamos en la nieve. Estoy completamente sudada. Eduard coge mis manos y las besa. Busca mis labios, y los míos los suyos, y así es como quiero vivir para siempre. Bajo el hechizo de nuestros besos.

- ¿Te he dicho ya que me vuelves loco?-.

- Todavía no-, y le sonrío.

- Estoy irremediablemente enamorado de ti. ¿Tampoco te dicho aún que te quiero? Ya sabes, del verbo amar-.

- Tampoco-.

Los lobos se inquietan. Qué poca paciencia, la suya. Yo aquí olvidando por unos segundos el infierno que nos rodea y les da por interrumpir.

- Está bien, está bien. En marcha-, murmuro con resignación.

Esta segunda etapa no es más llevadera que la primera ni mucho menos. No sabía que pudiera haber subidas tan duras. La nieve, además, dificulta cada paso. Los lobos se adelantan y vuelven y así sucesivamente. Una zona rocosa. Lo que nos faltaba. Intento agarrarme de un saliente, pero Eduard pesa demasiado y su colaboración es bastante limitada. Me empujan desde atrás, levantándome el trasero, y logro subir y alzar a Eduard. La veo. Es la loba que nos ayudó a cavar. Le hago una señal de agradecimiento.

Estoy a punto de darme por vencida cuando la silueta de la cabaña asoma entre las ramas. Hago acopio de toda la fuerza que me queda hasta que por fin conseguimos entrar. Tumbo a Eduard en la cama y me acomodo a su lado. Nos tapamos, pero es una de las noches más frías que recuerdo. El sudor que arrastro se convierte en un arma de doble filo y me congela por dentro. Nuestros cuatro compañeros de viaje saltan con cuidado hasta nosotros y extienden el pelaje de sus cuerpos sobre los nuestros. Es ahora, que dejo de hacerlo, cuando me doy cuenta de lo mucho que estaba temblando. Eduard no ha dejado de mirarme. El gris se ha ido y de nuevo brilla el hipnótico verde de sus ojos. Me invade la paz. El bienestar. Vuelve a llenarme el calor y el sueño me cierra los ojos.

- Te quiero Selene-.

SELENEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora