CAPÍTULO XI

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Vuelvo a ser la primera en entrar en la clase. Me siguen Hermes y Deimos. Sólo falta Diana. Ninguno de los tres estamos por la labor de decir nada, y el silencio es tan absoluto que retumba en mis oídos. Por si eso fuera poco, las ausencias se notan demasiado y el aula nos viene grande. Todos mis sentidos se agudizan y se ponen en alerta cuando veo a Diana entrar con Accardi. Sé que hay maldad en él. La percibo. Esta vez no dejaré que su magnetismo me domine.

- Deimos, Selene, Hermes y Diana, acomodaos en las esterillas. No tengo ninguna duda de que todos conocéis la hipnosis. Hoy comprobaremos hasta qué punto alcanza esa sugestión en vosotros-.

¿Hipnosis? Todos están tumbados menos yo. Por lo que sé es una técnica que muchos profesionales utilizan para profundizar y superar hechos del pasado, pero también he leído en alguna ocasión que es capaz de anular tu voluntad. Como el Eduard que he visto esta mañana. ¿Estaría hipnotizado?

- ¿Tienes algún problema, Selene?-.

Su voz suena cálida, musical. Sus ojos, clavados en los míos, me invitan a obedecerlo. A satisfacer cualquier petición que pueda hacer. Sin saber cómo, me deshago de su hechizo.

- Sí, y espero que me puedas ayudar. Desde que estoy aquí no he podido hablar con mi padre. Leire trabaja para él. Me gustaría preguntarle si puedo llamarlo. Debe de estar muy preocupado-.

Sé de sobra la respuesta, pero es lo primero que se me ha ocurrido para ganar tiempo. Bajo ningún concepto estoy dispuesta a dejar que me hipnotice nadie, y menos él.

- No es el momento ni el lugar para tratar ese tema. Te ruego, por última vez, que te tumbes-

- ¿Qué pasa si no lo hago? ¿Purificaréis mi sangre?-.

Me arrepiento al segundo de mi ironía. Su mirada es desafiante. Viene hacia a pasos agigantados. Su mano levantada. Como si fuera una niña pequeña, me acuesto a toda velocidad sobre la esterilla. Vivo en primera persona lo que es sufrir una taquicardia, pero no digo nada.

- Cerrad los ojos y escuchad-.

Algo pasa con la luz. A través de mis párpados cerrados se abren hueco imágenes en blanco y negro. Las acompaña un sonido de percusión que no identifico. No es un reloj, ni un metrómetro ni un tambor. Es seco y contundente. Primero marca el ritmo de un pequeño punto negro que engrandece a cada golpe hasta sentir que estoy dentro de él.

- Yo soy tú único vínculo con el mundo exterior. Tú eres mi discípulo. Yo soy tu padre y creador. Tú eres mi discípulo. Yo sé lo que debes hacer. Tú eres mi discípulo. Yo dirijo tus acciones. Tú eres mi discípulo. Yo decido por ti. Tú eres mi discípulo, me obedeces, no cuestionas y ejecutas porque yo soy tu maestro y tu mentor. Yo soy el dueño de tu alma y tú eres mi discípulo-.

Su dedo se desliza en mi frente, como si dibujara algo. No me atrevo a moverme.

- Diana y Selene, abrid los ojos y poneos en pie-.

Soy consciente de todo. Accardi tiene toda mi atención, pero ningún control sobre mí. Obedezco. Ahí está Diana. Parece completamente ida. Recuerdo las palabras de Alexander. Soy inmune. Y Accardi no lo sabe. Por una vez, no estoy en desventaja. No hay nadie más con nosotros, pero lo escucho reír por lo bajo. Me pregunto qué clase de crueldades estará pensando para nosotras.

- Diana quiero que te acerques a Selene. La deseas. Selene lo sabe y está excitada-.

Hace una pausa y una Diana pasional, completamente entregada, se estremece ante mí para frenar el impulso de acariciarme. Y, mierda, también yo deseo que me toque. Noto cómo enrojezco. Accardi no puede controlarme, pero sí logra sugestionarme. Esta excitación que me invade...Sólo Eduard me ha hecho sentir así.

Accardi suspira y viene hacia nosotras. Está disfrutando del espectáculo. Somos muñecas con las que jugar a placer. Quisiera salir corriendo, porque intuyo sus próximas decisiones, pero lo echaría todo a perder. Me digo a misma que ocurra lo que ocurra seré capaz de enfrentarme a ello. De repente se abre la puerta.

- Señor Accardi tengo que hablar con usted-.

Es Ate. Leire entra corriendo tras ella.

- Lo siento muchísimo. No he podido impedir que lo interrumpa-.

- Señor, si no dejo a Eduard libre terminaremos por morir los dos-.

- ¡Cállate!-, dice Leire, -lo que tengamos que hablar, hagámoslo afuera-.

- Tranquilas. Están bajo mi control. Nada de esto está pasando para ellas. ¿Cuál es el problema Ate?-.

- Cada vez es más difícil controlar a Eduard. Yo me debilito por momentos y él también. Su psique es demasiado fuerte y por mucho que sea su madre y por mucho que me quiera, no puedo frenar por más tiempo su resistencia-.

- Entonces ya sabes lo que hay que hacer...-.

- ¡No!-, grita Ate, -prefiero morir a matarlo, porque si acabo para siempre con su libre albedrío Eduard dejará de ser mi hijo. ¡Será un zombi al que dirigir! Esto se acabó-.

Ate se dirige a la salida pero Leire la agarra de un brazo para retenerla mientras Accardi le grita.

- ¿Quién coño te crees que eres? ¿Eh?-.

La abofetea y Ate cae al suelo. Accardi parece poseído. Está completamente fuera de sí. La patea en el estómago. Leire se pone en medio y desvía el próximo golpe. El zapato de Accardi se estrella en la garganta de Ate. El crujido resuena atronador. Silencio.

- Está...¡está muerta señor!-.

Accardi tarda en reaccionar. Se revuelve violentamente hacia Leire. La agarra por el cuello y diría que la levanta del suelo. Trago saliva como puedo. Creo que voy a desplomarme de un momento a otro.

- Maldita mujer. Esto es culpa tuya. Nunca, jamás, vuelvas a ponerte en mi camino-.

La suelta. Suspiro y Leire me mira. Accardi también. ¿Me han descubierto?

- Retiraos a vuestra habitación, acostaos y dormid hasta mañana. Al primer rayo de sol os despertaréis como si nada de esto hubiera pasado. Recordaréis la clase de hoy como una charla teórica sobre la necesidad de la jerarquía y estaréis deseando verme. A partir de ahora y para siempre, yo soy y seré vuestro líder-.

Sigo de cerca a Diana para imitar cada uno de sus movimientos. No quiero meter la pata. Salimos del aula, dejando atrás el cuerpo inerte de Ate junto a la puerta, y subimos a nuestras habitaciones. Me encierro en la mía y lloro sin consuelo y en silencio. Sólo puedo pensar en Eduard.

Es casi medianoche y sigo sin conciliar el sueño. De pronto, un flechazo al corazón. Un aullido. Soy toda agilidad y en apenas unos minutos ya estoy adentrándome en el bosque. No hay nada que pensar. Sigo por instinto la misma ruta que hice la última vez hasta llegar al claro. Ahí está. Sus ojos, fieros, brillan más que nunca, amenazantes. Pero no me detienen. Es Eduard. Me abalanzo sobre él. Por más que lo intento no dejo de llorar. No lo hago por Ate. No lo hago por mí. Lloro por él y por el sufrimiento que le causará el saber que su madre ha muerto.

Él gime y empuja su cabeza contra la mía. Creo que lo sabe. Está inquieto y se revuelve entre mis brazos. Lo sujeto del lomo con fuerza. Alza la cabeza hacia la luna y lanza el más largo y triste de los aullidos que nadie haya podido escuchar nunca.

SELENEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora