CAPÍTULO VIII

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¡RECOMENDACIÓN DE LA AUTORA!

ESCUCHEN LAS CANCIONES EN LAS ESCENAS CORRESPONDIENTES

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El humo salió con lentitud de su boca, permitiéndole saborear el último resquicio del cigarro que tenía en su mano, sus ojos estaban fijos en la nada, las manos aún le temblaban, el corazón aún le iba a mil y el sudor frío que recorría su espalda lo petrificaba por momentos. Se sentía tan inquieto que, ni siquiera a estar acurrucado acariciando a su niño, conseguía hacerle conciliar el sueño, llevaba una media hora ya apoyado en el balcón de la planta superior, esperando, y rogando secretamente, que un pequeño ápice de sueño le diera la necesidad de volver a acurrucarse junto a su niño. El reloj en su muñeca emitió un sutil pitido pero hizo caso omiso a la llamada de atención y siguió fumando permitiendo que el aire frío le helara los huesos, buscando ahora no quedarse dormido camino al trabajo. Tiró el cigarro tras darle una última calada que parecía no acabarse nunca.

Las escaleras le parecieron eternas cuando intentó bajarlas, no iba todo lo sobrio que debería para bajar unas escaleras, y mucho menos para ir a trabajar. El chorro de agua fría que cayó sobre él consiguió hacerle recuperar un poco la razón y volver a pensar fríamente, ahora recordaba porqué decidió estar ebrio esa noche. El suave cuerpo de su niño ya no poseía su color original sino una mezcla de rojo, morado, rosa y blanco que le resultaba desagradable al recuerdo, podía ahora, fríamente, reconocer que los estridentes sonidos que salían de su boca eran de puro dolor, al contrario que los suyos, que no expresaban otra cosa que placer, aquel recuerdo atormentó su mente durante toda la noche, su pequeño no hubiera merecido aquellos actos tan horribles ni siquiera por haber cometido el delito más grave que un pequeño de diez años pueda llegar a cometer.

Sería mentira decir que lo aterraba el hecho de cómo estaba llegando a ser con él y lo que eso podía provocar en una cabecita tan manipulable como la suya, pero ya estaba lo suficientemente hasta arriba de mierda como para mandar todo a la mierda, su chico era suyo y podía hacer lo que quisiera con él, o de eso estaba intentando convencerse desde que se había acostado al lado de un pequeño Jimin desmayado y con una hemorragia que, por más que intentó, no había manera de cortar.

[...]

La habitación aún estaba oscura cuando se adentró en ella, apenas podía distinguir con dificultad un pequeño bulto entre las sábanas que respiraba parsimoniosamente. Acarició su frente con una sutileza poco propia de él, lo arropó dulcemente y besó su mejilla. Quitó el pañuelo que había estado reteniendo la hemorragia desde que se levantó a fumar, la sangre cayó como una cascada de aguas carmín que cubrió en seguida con otro pedazo de papel. Aquella expresión tranquila que lograba vislumbrar entre tanta oscuridad le hizo latir con rapidez el corazón, pensando en si estaría tan tranquilo si estuviera despierto. Salió de la cabaña con rapidez pues llegaba veinte minutos tarde, esperando que, a su llegada, Jimin lo recibiera como usualmente lo hacía y no como si fuera el peor ser que había pasado frente a sus jóvenes ojos.

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Jimin observó el reflejo de su cara, las lágrimas tardaron poco en aparecer en sus ojos. Su reflejo ya no era él, bajo sus ojos había una sombra violácea, aún había alguna secuela de su nariz rota, las heridas de su cara, torpemente cosidas, le hacían parecer un muñeco de trapo mal cosido, sus labios, anteriormente suaves, estaban partidos dolorosamente pero era eso mejor que ver los dos pares de dientes que se encontraban bajo ellos. Era la primera vez que se tomaba el tiempo de ver su rostro en detalle. Quitó la vista de su cara, dejándola ahora en su cuerpo, su piel estaba amoratada, enrojecida y completamente rasguñada, pero prefería mirar eso a mirar el desastre en el que se había convertido su cara. Jimin se sentó en la taza del váter, esta vez no le iba a permitir el gusto a Yoongi de llorar por lo que le había convertido.

PAYASO 《YOONMIN》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora