#Jensoo |||
Ella se probó un biquini ridículamente pequeño y se hizo una fotografía para mandársela a su mejor amiga y compartir una broma privada. Pero se la envió por error a la hermana de su amiga, la exitosa abogada Jennie Kim
Cuando Kim descubr...
Era prácticamente imposible sacarse una foto en biquini en un reducido probador, pero Jung Jisoo observó risueña su último intento.
El flash se veía como una mancha blanca en parte de la imagen, pero dejaba intuir lo suficiente.
–¿Va todo bien? –preguntó la vendedora.
–Perfectamente, gracias –contestó Jisoo.
Tanto la vendedora como ella sabían que no podía permitirse un biquini con el precio exorbitante que tenía aquel, pero Jisoo no había podido reprimir el impulso de probárselo y, por unos segundos, imaginar que se iba de vacaciones.
Mandó el mensaje, tecleando torpemente y sin parar de reír.
–¿Seguro que no necesita ayuda? –insistió la vendedora.
Claro que necesitaba ayuda, pero de otro tipo. En cuanto pulso el botón de enviar, le contestó –No, gracias. La verdad es que no es mi estilo.
Y comenzó a hacer contorsiones para quitarse la minúscula prenda.
Al verse de soslayo mientras se inclinaba hacia delante, se ruborizo.
El biquini era indecente e inadecuado para un cuerpo como el suyo, con el menor movimiento sus senos se desbordaban por la tela.
En cualquier caso, no era un dilema, puesto que ni podía pagarlo ni iba a irse de vacaciones en muchos años. Y solo había una persona en el mundo con la que compartir aquella broma... su amiga Yunjin Kim.
Solo ella entendería la broma y sabría que no necesitaba respuesta.
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Jennie Kim miró la hora y reprimió un resoplido de frustración.
Tras varios juicios seguidos, atendía una reunión que se prolongaba más de lo necesario. Observó la amargura que destilaban los padres y al pequeño Haruto Watanabe, de once años, que parecía querer hacerse una bola y desaparecer a medida que sus padres se lanzaban acusaciones de un lado al otro de la sala.
Los padres del chico estaban más interesados en destrozarse mutuamente que en el bienestar de su hijo. Y Jennie perdió la famosa calma por la que era conocida en su profesión.
–Es mejor que lo dejemos aquí –interrumpió bruscamente– Mi cliente necesita un descanso. Volveremos a vernos la semana que viene.
Miró en torno y los demás abogados asintieron. Luego miró al niño, que mantenía una expresión impasible, que Ella conocía muy bien porque la había adoptado numerosas veces en su vida, la expresión de quien no quería que nadie supiera cuánto sufría.
Veinte minutos más tarde colocaba el maletín lleno de documentos en el maletero y se planteaba cómo pasar el resto del día. Necesitaba desfogarse, disfrutar de un poco de placer físico. Le dolía la cabeza.