¡S ha vuelto!

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"¡Hola, hola, hola!" cloqueó la madre de Blair, a la vez que besaba las delgadas y suaves mejillas de cada uno de los van der Woodsen.

¡Beso, beso, beso, beso, beso, beso!

"Sé que Serena no estaba contada entre los invitados, querida!" susurró la señora van der Woodsen con tono preocupado y confidencial "Espero que no te moleste"

"Por supuesto que no" dijo la señora Waldorf "¿Has venido a pasar el fin de semana, Serena?"

Serena van der Woodsen sacudió la cabeza y le entregó su clásico abrigo Burberry a Esther, la criada. Se acomodó un mechón tras la oreja y sonrió a su anfitriona.

Cuando Serena sonreía, usaba sus ojos, aquellos ojos oscuros, casi azul marino. Era un tipo de sonrisa que una se sentía tentada a imitar, mirándose en el espejo del cuarto de baño como una imbécil. La sonrisa magnética, deliciosa, de "no puedes quitarme los ojos de encima, ¿verdad?" que la mayoría de las supermodelos se pasaban la vida intentando perfeccionar, a Serena le salía de aquella manera sin siquiera intentarlo.

"No, estoy aquí para... " comenzó a decir.

"Serena ha decidido que el internado no es para ella" interrumpió la madre de Serena apresuradamente, arreglándose el pelo como si no pasara nada.

Era la versión entrada en años de la calma inalterable. La familia van der Woodsen al completo era así. Todos eran altos, rubios, delgados y con una ecuanimidad pasmosa. Todo lo que hacían: jugar al tenis, llamar a un taxi, comer espaguetis, ir al cuarto de baño, lo hacían de aquella forma ecuánime. Serena en particular. Ella tenía el don de ese tipo de calma que no se puede lograr con sólo comprar el bolso ideal o los vaqueros perfectos. Es la chica que todos los chicos desean y que todas las chicas desean ser.

"Serena volverá al Constance mañana" dijo el señor van der Woodsen, lanzándole a su hija una mirada, y en sus ojos azul acero se reflejó una mezcla de orgullo y desaprobación que le daba un aspecto más amenazador de lo que era realmente.

"Pues, Serena, estás preciosa, cielo. Blair estará encantada de verte" trinó la madre de Blair.

"Mira quién habla" dijo Serena, abrazándola "¡Estás delgadísima! Y la casa es una preciosidad ¡Cielos, tienes unas obras de arte fantásticas!"

La señora Waldorf sonrió, obviamente satisfecha, y rodeó con sus brazos la delgada cintura de Serena. "Cariño, quiero que conozcas a un amigo muy especial, Cyrus Rose" dijo "Cyrus, ésta es Serena"

"Una preciosidad" dijo Cyrus con su vozarrón. Besó a Serena en ambas mejillas y la apretó un poco demasiado "Además, abraza bien" añadió, dándole una palmadita en la cadera.

Serena lanzó una risilla, pero no se alteró. Había pasado mucho tiempo en Europa en los últimos dos años y estaba acostumbrada a que la manoseasen inofensivos europeos salidos que la encontraban totalmente irresistible. Era un imán para los manoseadores.

"Serena y Blair son amigas íntimas, íntimas, íntimas" le explicó Eleanor Waldorf a Cyrus "Pero Serena se marchó a la Hanover Academy en undécimo curso y ha estado viajando este verano. Fué muy duro para Blair no tenerte el año pasado, Serena" dijo Eleanor, con los ojos llenos de lágrimas "Especialmente con el divorcio. Pero ya estás de vuelta ¡Qué contenta se pondrá Blair!"

"¿Dónde está?" preguntó Serena ansiosamente, su piel perfecta y clara enrojecía ante la idea de volver a ver a su vieja amiga. Se puso de puntillas y estiró el cuello para buscar a Blair, pero pronto se encontró rodeada de padres: los Archibald, los Coates, los Bass y el señor Farkas, que se turnaron en besarla y darle la bienvenida.

Serena los abrazó, feliz. Aquélla era su gente, y hacía mucho que no volvía a casa. Estaba deseando que todo volviera a ser como antes. Blair y ella irían juntas a clase, se pasarían la clase de fotografía en el Prado de las Ovejas de Central Park, echadas boca arriba, sacando fotos a las palomas y las nubes, fumando y bebiendo coca cola y sintiéndose como artistas de renombre. Tomarían cócteles en el Star Lounge del hotel Tribeca Star otra vez, y, como siempre, tendrían que quedarse a dormir en la suite que la familia de Chuck Bass tenía allí, porque acabarían tan bebidas que luego no podrían volver a casa. Se sentarían en ropa interior clásica en la cama a ver películas de Audrey Hepburn mientras bebían ginebra con zumo de limón. Copiarían en los exámenes de latín como siempre lo hacían; Serena todavía tenía tatuada en la curva del brazo, con rotulador indeleble: amo, amas, amat, ¡Gracias a Dios que se llevaban las mangas tres cuartos! Conducirían la vieja camioneta Buick del encargado por la propiedad de los padres de Serena en Ridgefield, Connecticut, cantando los estúpidos himnos que cantaban en el colegio y comportándose como dos viejas chaladas. Harían pis en el portal de las casas de sus compañeras de clase y tocarían el timbre para luego salir corriendo. Se llevarían al hermano pequeño de Blair, Tyler, al Lower East Side y le dejarían allí para ver cuánto tardaba en volver a casa. Una obra de caridad, en realidad, porque Tyler era ahora el niño que más sabía de calles en St. George. Irían a bailar en grupo y perderían cinco kilos de tanto sudar con sus pantalones de cuero. Como si necesitaran perder peso. Volverían a ser las mismas, fabulosas.

Gossip girl #1- Cosas de ChicasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora