Durante los 35 minutos que llevaba en aquella silla, había acomodado la tela de mi falda unas 80 veces. La rompería, los nervios me harían rasgarla, sin embargo, sólo esperaba que se rasgara después de salir de esta agonía que me era esperar. Eran las 9:00 de la mañana, y al aire parecía oro en medio de las casi 300 aspirantes a una vacante tan básica en una de las empresas más importantes de toda Nueva York. Mis ojos se iluminaron cuando vi aquel anuncio pegado en una sucia pared de Queen. Acababa de renunciar, no soportaba más tener que limpiar una mesa más, o tener que escuchar a los impertinentes clientes quejarse por la temperatura de su comida. Necesitaba salir de aquel diminuto cuarto, y respirar por primera vez un poco de aire puro.
Poseía parcialmente la experiencia para este trabajo, nunca me había intimidado el desconocimiento, pues bien decía mi madre que la razón de la vida era aprender algo nuevo cada día. No dude en correr a la casa de alquiler más cercana y gastar mi último cheque alquilando una desteñida falda de color negro, y unos zapatos que me generaban ampollas por cada paso que daba. Gasté mis últimos diez dólares tomando el autobús, y mi último dólar en un bagel que comenzaba a producirme agrieras. No sabía si obtendría el puesto, o si sería capaz de entrar tan siquiera a aquel cubículo donde algunas mujeres salían mucho más pálidas que las hojas de papel que sostenían en sus manos, pero estaba aferrada a la idea de que mi madre y mi abuela merecían más. Muchísimo más.
Las mujeres a mi alrededor parecían mucho más preparadas para el puesto, y sus atuendos caros eran el aire de superioridad en sus miradas. Sin embargo, eso no me detendría, no volvería a aquel mugriento lugar. No volvería a llorar hasta quedarme dormida. Mi corazón me decía que estábamos a punto de alcanzar grandes cosas. El momento temido finalmente tuvo lugar. Una mujer de cabellos castaños, estatura promedio, ojos rasgados color verde y con costo traje que hormaba a la perfección su cuerpo anunció mi nombre en voz alta. Me levanté con timidez de mi asiento y en un rápido escaneo vi su nombre en el gafete de su traje. Crystal. Crystal Terrence.
En la sala se encontraba la chica junto a otras tres personas. Pidieron mi hoja de vidas, referencias, y el resto de los documentos solicitados. Tome asiento en una silla a casi un metro de distancia de los entrevistadores y guarde silencio mientras se pasaban entre manos mi resumen de trabajo.
— Laboralmente activa desde los 18 años. Puertorriqueña. ¿Cuál es su mayor interés en el puesto señorita Jones? — Crystal levantó su mirada luego de proporcionarle mi resumen a sus compañeros.
— Quiero crecer en el campo, me gustaría dedicarme a algo diferente. Algo más estable. — Sonreí.
— ¿Cuánto tiempo ha trabajado en oficina? — La otra mujer en la sala enarcó su ceja antes de dirigir su mirada hasta mi dirección.
— No, aún no he tenido la oportunidad. Pero se cosas sobre archivo físico y digital, creación de apuntes y citas. Se manejar todos los paquetes de Office y se lidiar con la atención al cliente. Cabe decir que se trabaja r bajo presión, es mi fuerte. — El recuerdo vivo de un cliente gritándome justo en mi oído inundo mi memoria.
— ¿Por qué crees usted que es perfecta para el puesto? — Inquirió el otro hombre en medio de Crystal y la otra mujer.
— No creo que sea perfecta para el puesto, no tengo certeza de serlo. Pero no me asusta el desconocimiento y mi motivación principal es aprender y brindarles un trabajo de calidad. — Sentí mis manos temblar sobre mis estáticas rodillas.
— Perfecto, puede retirarse señorita Jones. Nosotros le volveremos a llamar. Gracias por venir. — Expresó Crystal con una cordial sonrisa en su rostro.
Salí de aquella habitación con la respiración entrecortada, todo mi cuerpo palpitante y mi existencia a punto de desvanecerse. Corrí hasta e baño y empape mi rostro con agua esperando que aquello pudiese bajarme la tensión y ansiedad que en ese momento corria en mi cuerpo. Necesitaba preparar a mi corazón para el hecho de que quizás este no era el trabajo, pero no me rendiría hasta encontrar el indicado. Sabía que tendría grandes cosas preparadas, no me rendiría ni tampoco me desanimaría. Algo bueno aparecería. Tome un par de toallas de papel, y mi bolso antes de salir del baño. Camine a través del vestíbulo y regresé a la sala para tomar el ascensor. Presione el botón y espere un par de segundos. Hasta que la puerta de la sala de entrevista volvió a ser abierta.
— Las personas que nombre podrán quedarse. — Crystal vocifero haciendo que el silencio de la sala se tornara en absoluto.
— Clarissa Jones. — Sentenció.
— Muchas gracias, el resto puede retirarse.
La mirada de Crystal me buscó hasta encontrarme al pie del ascensor con la mandíbula desencajada y el rostro empapado. La mujer se acercó hasta a mi al elevador, y volvió a presionar el botón. No sabía si llorar, gritar o abrazar a la mujer que ahora me miraba un poco confundida. Las puertas del elevador se abrieron y esta ingreso en segundos.
— Sígame por favor, sus labores empiezas desde ahora.
— Por cierto, Bienvenida a Edevane Company señorita Jones. Un largo camino le espera. — Selló con una última sonrisa.
Ingreso junto a ella al elevador y cerré mis ojos. Por supuesto que lo haría, mi destino estaba por comenzar.
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A término indefinido©. [+18]
Chick-LitClarissa Jones se mudo a los 18 años a la gran ciudad de Nueva York motivada a cubrir el tratamiento su abuela. Ha tomado cada trabajo que tocó su puerta, pero durante dos años ha sido una secretaria más del Emporio joyero mas grande de todo Estados...