¿Cómo alguien tan hermoso podría ser tan horrible? Preguntemos a Zeus.
El solo quería sexo y placer sin ningún tipo de compromiso, no estaba dispuesto a arriesgarse de nuevo por alguien.
Su vida era tan normal, tan metido en su rutina de pasar la no...
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Levitando.
Zeus.
Detengo el auto mirando a la morena correr despavorida de un lado a otro, bajo la ventanilla del carro para hablarle, espero un segundo mirándola de espaldas.
El frío pega en mi frente haciéndome temblar al verla, la sangre baja de su nariz, luce tan pálida amenazando que en cualquier momento caerá al suelo, salgo del auto corriendo hacia ella sin permitir que su cuerpo toque el suelo. El impacto del teléfono cayendo me hace recordar al sonido de un envase, los estragos hacen de mi mente una laguna de recuerdos; mi madre tirada al suelo de lo borracha que está, yo aun lado de ella con lágrimas en los ojos intentando despertarla, papá y sus jadeos con aquella mujer en la habitación.
Veo el rostro de Annya grabándome sus facciones delicadas, esas mismas que la caracterizan, no entiendo que es lo que acaba de pasar, hace un rato estaba con ella, podía ver aquel brillo en sus ojos y ahora yace en mis brazos complemente indefensa, mi corazón se rompe al ver que la sangre no merma.
El dolor es como una daga en el pecho que me hace sangrar al sentir volver a revivir la escena.
— ¡Debemos llevarla a un hospital!— aparece el sujeto de piel oscura que hace un rato, me dio el trago, luce asustado al igual que yo.
No me importa si siente algo por ella ahora, quiero que se aleje de ella; yo voy a cuidarla y protegerla como no pude hacerlo en el pasado con mi madre.
— ¡Lárgate!— cargo a la muñeca. Es tan liviana que la cargo sin problema alguno, otro sujeto me abre la puerta de copiloto y la siento con cuidado mientras le reviso el pulso.
El corazón me late rápido, rodeo el auto ignorado al sujeto que me habla, me importa una mierda lo que esté diciéndome, no voy a dejar que suba. Conduzco hasta el hospital más cercano, esquivo los autos como supongo que está loquita lo haría, no sé mueve y su respiración es cada vez más débil.
No soy una persona sentimental; sin embargo, detesto verla así; en este estado tan deplorable, necesito escuchar su voz, necesito que me recriminé que soy el ser más detestable del mundo, pero me niego a que otro más la tenga, nadie la cuidará mejor que yo.
El ruido del tráfico me taladra el cerebro, ignoro tener que pasar como un loco desesperado, me importa una mierda las infracciones que puedan darme, así como el puto desorden en esta ciudad.
Llegó al hospital y la bajo con cuidado, corro con ella entre mis brazos, adentrándome al pasillo frío y lleno de gente, el lugar solo tiene rostros deprimentes que me contagian la tristeza que no quiero sentir y me hacen recordar el porqué mi odio de estos lugares.
— ¡Necesito un puto doctor!— grito en medio del desespero.
— Modere su voz, señor— me dice una señora anciana.
— ¡Usted no se meta!— la hago de lado — ¡Necesito un puto doctor, ahora!— aparece una enfermera con una camilla, llega otro enfermero y se la llevan por un pasillo.