Epílogo

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"Quizá no se trate del final feliz, quizás se trate solo de la historia"

Desconocido

LIAM

Quiero que esto se acabe ya.

Es lo que pienso mientras sostengo la mano de Izabela, quién ha entrado en trance y tiene los ojos blancos. Y a la vez tengo la mano de Juan Carlos Echevarría entrelazada con mis dedos flacos que sudan.

Estoy nervioso, me duele la cabeza y la culpa me retumba en el cuerpo, como recordatorio que estuve a punto de traicionar a Vahamonte, por mi inapropiado amor de adolescente. Soy un lobizón gay, la vergüenza de mi familia, aunque ya no tengo una que pueda avergonzarse.

Mi tía Cleo, el último miembro, había muerto de un paro cardiaco, fue una cariñosa anciana que odiaba al mundo entero menos a mí. Fue lo único que me quedaba de mi vida pasada, sin ella soy otro lobizón huérfano cómo mis compañeros a mi lado. Mi deseo de recuperarla empezó desde que supe que el libro blanco no era un mito. Que JC me lo ofreciera, fue un trato tentativo.

Soy una mala persona, siempre lo fui, por eso por un segundo pensé en matar a mi compañera, sonaba justo, vida por vida. Pero le había agarrado cariño a la que un día fue una mocosa fea y llorona, y que ahora era una mujer preciosa, valiente y que luchaba cómo una amazona, aunque pequeña. Ese segundo fue suficiente para que ella rompiera la conexión, no la culpo, ni yo confiaría en mí.

Le devolví el favor y le di parte de mi fuerza. Debió darse por servida, nunca haría algo así antes, soy egoísta, y, sin embargo, aquí estamos, usando el único deseo que los ancestros le van a conceder a nuestra generación y lo estamos usando con un humano.

Pablo Galerrosa, un hombre imponente, alto, ojos negros, cabello desordenado y perfecto y cuerpo de deportista. Mi querida Izabela tenía un gusto exquisito con los hombres, quién no quisiera salvar a un hombre así, si no fuera humano, tal vez sería su verdadero amor, mala suerte para ella, los matrimonios humanos se pueden anular, en cambio, el de los lobizones no, y ahora su otro amor, es su esposo y no hay marcha atrás.

Juan Carlos Echevarría, alto, ojos cafés o marrón claro, si queremos ser específicos, tiene cuerpo agarrado, y corazón compasivo, uno que está sufriendo ahora. Mi amor de adolescencia sufre a mi lado, mientras toma mi mano sudada, y no me mira. La historia de mi vida.

Los lobizones podemos percibir los sentimientos, olerlos inclusive. Para mí el amor huele cómo canela, y el dolor huele cómo azufre. Y es la mezcla de ambos lo que tengo metido en la nariz desde que empezó esta odisea.

Revivir un humano, por los ancestros, ¿Quién hace eso? Podríamos estar reviviendo a mi tía, una lobiza, o a alguien poderosa cómo la comandante para que mate a los lobos, pero no. El dolor de Izabela había cubierto todo NY de azufre, removido el maldito piso, ¿Cómo íbamos a negar la oportunidad de quitarle ese dolor? Tampoco soy un monstruo.

No, el monstruo es el amor. Ese sentimiento innecesario que hacía que los ojos de Juan Carlos estuvieron llenos de dolor y lágrimas, que la cabeza y el corazón de Izabela pelearan constantemente, y el por qué su humano estaba muerto, manchando de sangre mi pantalón marrón. Tal vez si soy un monstruo.

Ryder y Andrea están a nuestro lado, ambos vivos. No gracias a mis nulas habilidades cómo doctor, sino a la misma Andrea y su bolso con equipo médico. Para ser una humana que estuvo atrapada en un sótano durante casi toda la invasión es bastante ingeniosa. Se cosió a sí misma y a Ryder. Unas gotas de sangre de lobo, que teníamos, puesto que está por todo el piso, y listo. No estaban curados, pero en proceso es mejor que muertos.

LobizonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora