Capítulo 1: Decisiones

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"Mi barco fue tocado y hundido, pero aquí sigo, flotando entre los restos del naufragio"

Susana Corpla


No hay lágrimas en mis ojos, solo hay silencio, uno enorme que me absorbe cómo la oscuridad acumulada en mi pecho. Creí poder tenerlo todo y me habían lanzado desde el edificio más alto sin compasión, y en el piso sin moverme, no siento nada. He perdido.

Estoy tan vacía y cansada de todo, que lo único que me mantiene en pie ahora es el odio. En este momento no soy buena para nadie, ni para mi hija dormida sobre los brazos de su padre, ni para él que me observa, pero yo no puedo quitar la vista del cielo, porque si lo hago y me permito sentir algo, lo que sea, voy a derrumbarme.

Intento mantener mi vista en los tonos del cielo que cambian mientras más avanza el avión, con cada parte de mi cuerpo lo intento. No quiero pensar más en las diversas formas de matar a Tamara, ni en como la desmembraría si llegaba a tocarle un solo cabello a él.

Aprieto mis manos contra el asiento, no quiero, no puedo pensar en su nombre. No cuando tengo que ser fuerte por las dos personas a mi lado. Debo no rendirme, porque si lo hago la oscuridad ganará y luego de eso ya no habría vuelta atrás.

Mi collar que controlaba mi oscuridad no está más. Ahora la oscuridad es como el aire que me ronda, tentándome con maneras de vengarme. Y el dolor solo lo alimenta, por eso cuando supe que él ya no estaba más, me había roto de una manera tan fuerte que ahora uno de mis ojos es azul.

No me doy cuenta que he roto parte del asiento hasta que Pablo levanta mi mano y la cubre con la suya. Siento su mirada sobre mí, pero no puedo mirarlo. Le había fallado. Había dejado de ser la luz que él siempre tuvo fe que seria.

— Lizzie — susurra intentando tomar mi rostro

Niego con la cabeza cuando me alejo. No puedo dejar que me consuele, y perder el control aquí en un avión, no puedo hacerlo nunca más.

Cierro los ojos intentando alejar ese recuerdo de Venecia cuando rompí cada luna, espejo y mesa de la habitación con mis gritos. Nuestra hija aún tiene un ligero corte en su frente por ello.

— No, por favor — susurro alejando su mano y pegando la mía a mi pecho.

Él asiente y abraza a Gia. Y yo me vuelvo a perder en los colores del cielo.

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Cuando llegamos a la India, Val y Rafael ya están ahí. Mi amiga intenta correr hacia mí, pero su esposo la detiene. Siento a Rafael en mi cabeza y no lo alejo, no hago ni el más mínimo esfuerzo. Supongo que él lo entiende, porque Val va hacia Gia, y no hacia mí. La carga en sus brazos y la hace reír mientras camina lejos con ella.

— Caminemos — susurra Rafael a mi lado. Asiento y lo sigo.

No presto atención a las avenidas, ni a los policías en cada lugar, mucho menos a los controles del aeropuerto para ver si eres humano. No miro ni las calles, hasta que Rafael se detiene frente a una casa.

— Este es el lugar — empieza, hablándole más a Pablo que a mí — Desde aquí se lo llevaron, aproximadamente...

Dejo de prestar atención a lo que dice cuando una abolladura en la puerta llama mi atención. Está cerca al marco lateral. Camino hacia ella, rozo mis dedos y lo veo. Cómo si su recuerdo me absorbiera.

Son dos hombres, dos solbos, lo están cargando, él pelea, y golpea todo al salir. Su pierna impacta el marco de la puerta, y yo salto retrocediendo.

— ¡Lizabeth! — grita Pablo sujetándome antes que toque el piso

LobizonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora