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| Regina |
Si haría esto lo haría con valentía y orgullo.
Aún cuando la valentía quizá no era mi mayor característica.
Pero gracias a Merlin, tenía a mi lado a Barty; el único y astuto Barty Crouch, mi mejor amigo y quizá mi alma gemela.
— ¿Estas segura de esto? — me pregunto.
— Si, eso creo — asentí no muy convencida.
— Mira, se que el director Dumbledore nos permitió venir pero no es necesario que hagas esto si no lo quieres hacer — me tomo la cara sosteniendo esta a través de mis mejillas.
— Lo quiero y lo haré — le sonreí mientras tomaba sus manos puestas en mi.
— El amor... — alcance a escuchar que susurro el director Dumbledore.
— Que pena con usted director, no tenía que acompañarnos hasta Austria —
— Siempre es bueno recordar a nuestras personas especiales señorita Ancrum... — eso último lo dijo con confusión — o — lo interrumpí.
— Gracias por permitirme esta visita — entramos al castillo y se sentía realmente frío.
Camine por diversos pasillos y unas largas escaleras que precian interminables. Estaba segura de estar ahí, sin embargo no sabía exactamente qué hacer o cómo actuar, además era un criminal de guerra, un purista de sangre que no soportó a los muggles, ¿y si me odiaba? pero..., ¿ser una Grindelwald me convertía en una sangre pura? ¿ya no era mestiza?
Tantos cuestionamientos solo me hicieron sentir un retortijón en la barriga, me sentía como una hormiga en este mundo al caminar en el castillo que alguna vez controlo Grindelwald.
Finalmente y después de un extenso camino llegamos.
Di unos pasos para entrar a la celda, sin embargo el director se quedó estático.
— ¿No entrara conmigo director? — lo mire suplicante.
— Oh nada de eso señorita Ancrum, considero que hasta aquí es necesaria mi presencia, solo usted debe encarar su pasado/presente — tan enigmático como siempre.
Mire al suelo y luego de exhalar profundamente me animé a entrar.
El cuarto era tan lúgubre y oscuro como la persona que estaba sentada al fondo de este mismo, traté de mirar más allá de lo que la tenue luz me permitía pero solo me encontré con un par de iris azul y verde, casi tan iguales a los que toda mi vida me habían incomodado.
— Buenas tardes, soy... — fui interrumpida.
— Se quien eres, pero ¿como es que estás aquí? —
El hombre que tanto era temido en la primera mitad del siglo XX cayó de rodillas a dos metros de mi, su aspecto era de espanto pero por alguna razón solo me hacía compadecerme de él; ¿este era el gran mago tenebroso del que me habían contado?