CAPÍTULO DOS

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│ ✐; CAPÍTULO DOS
│ ┆ ✐; UN AFABLE ENCUENTRO
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Quizás, debió reconsiderarlo antes de acercarse así. Él había quedado comprensiblemente sin palabras, observándola mientras fruncía el entrecejo; por supuesto, gracias al acento notó que era extranjera. No obstante, Esther continuó sin moverse ni pestañear, abrazando la imposible esperanza de recibir una respuesta positiva. Cualquier ser humano prudente y poseedor del sano juicio habría rechazado dicha proposición, alegando estar demasiado ocupado. Pero el muchacho seguía mirándola y no había malicia en su mirar.

A Esther le pareció buenmozo desde un principio, incluso podría confundírsele con algún heredero de conglomerados. No obstante, echando aquel imprudente vistazo al computador afirmó una cosa: también era escritor y había escrito «Borrador N°23» en negritas. Lentamente él se rascó la barbilla, observándola; sus ojos seguían brillando, aunque no de mala manera. Transcurrieron unos cuantos segundos hasta que decidió responderle:

— Negociemos —respondió con el marcado acento gallego—, si me quedo aquí sentado por una hora, ¿cuánto podrías darme?

Sin embargo, aquella negociación no siguió su curso. Él estalló inmediatamente en carcajadas, aunque sin hacer escándalo alguno evitando incomodar a los clientes, y después le indicó con su mano diestra tomar asiento justo delante. La venezolana ignoró haber ido acompañada al lugar, tan solo ensimismada en el sujeto; y cuando estuvieron separados gracias a la mesa, sonrió.

— Perdona, me has pillado por sorpresa. He venido aquí desde que tengo memoria y hasta ahora no me había pasado nada similar. Coméntame más sobre tu propuesta, si es posible.

El billete de cinco euros no pasó inadvertido en las manos ajenas. Naturalmente, cuando Esther intentó tendérselo, él evitó cualquier ofrecimiento mediante una afable sonrisa. Debía tener unos cuantos años más que ella, pues lucía joven, aunque de rostro maduro. Él terminó su café con un solo trago y, sin inmutarse, la misma mesera rellenó aquella taza hasta el tope, retirándose de nuevo. Resultó evidente que en verdad era un cliente común. La chica sonrió.

— No he sido muy amable hasta ahora, ¿cierto?

— Tampoco buscaba amabilidad. —él continuó mirándola—. Me has pillado redactando, pero lo agradezco. Nada bueno puede salir de un dragón recolectando uvas, supongo. ¿Cómo te llamas?

— Me llamo Esther, un placer. ¿Y tú? —volvió a sonreír.

— Soy Xoel.

Sin embargo, antes de que pudiese idear una respuesta, sintió una inadvertida presencia y, cuando se volvió a mirar, halló a Sabela bosquejando la sonrisa más emocionante del universo. Luego, de manera sorpresiva, arrastró una silla cercana para situarla en el otro extremo, acomodándose el cabello hacia atrás. Xoel no parecía incómodo ni mucho menos impresionado. Esther alzó las cejas, analizando qué diablos sucedía entre ambos jóvenes.

— Esti, veo que has conocido a mi amigo. Xoel es buen chaval. Lo conozco desde que éramos niños —Sabela no sabía si sonreír o reírse hasta dolerle las mejillas—. Pero ¿cómo le has conocido?

— Me ha ofrecido cinco euros por sentarse aquí. —dijo Xoel.

No pasaron ni cuatro segundos para que Sabela estallara en carcajadas. Las carcajadas más ruidosas del universo. Era el ataque de risa más excéntrico del país, claramente. Tan excéntrico que golpeaba la mesa mientras lágrimas saltaban por sus mejillas. Los presentes volvieron las cabezas hacia ella, atraídos gracias al escándalo; Xoel, no obstante, parecía bastante acostumbrado a esas reacciones.

Todo por cinco eurosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora