CAPÍTULO VEINTITRÉS

52 8 119
                                    

╭┈ ↷
│ ✐; CAPÍTULO VEINTITRÉS
│ ┆ ✐; ÚLTIMO IMPACTO
╰─────────────────

— Para ya de moverte, hombre. No quiero ningún escándalo ni drama cuando corte mal tu cabello. Quédate tranquilo. —Esther siempre gozó de inquebrantable paciencia, incluso en situaciones desagradables; no obstante, cortarle las puntas a Xoel parecía misión imposible. Suspiró, alejando pacientemente aquellas tijeras—. ¡Que pares, cielo!

Breixo, quien llevaba media hora riéndose a carcajadas y degustando patatas fritas, soltó un burlón bufido. No obstante, Xoel continuaba teniéndole cierto resentimiento por haber «conquistado» a Noa; y su bufido acabó siendo olímpicamente ignorado. Esther suspiró por onceava ocasión en media hora, procediendo a cortarle las doradas y maltratadas puntas, intentando tener cuidado. Era de mañana y el clima helaba, pero aun así estaban reunidos tranquilamente en el porche, comiendo bocadillos y disfrutando del hermoso paisaje.

«Viernes, 16 de diciembre de 2022», marcaba el móvil de Esther; y Xoel estaba bastante entretenido jugando un juego de carreras en su móvil, que había descargado precisamente para la ocasión. La venezolana, exhausta porque él apenas y podía quedarse quieto, accedió a que jugase aquellas carreras infantiles mientras esperaba. «Parece un niño pequeño con juguete nuevo», pensó ella; después de todo, nada interesante había en su viejo teléfono poco moderno. De hecho, el gallego parecía sufrir un poquito por ser Android.

— ¿Cuándo dejarás de comportarte así? —preguntó.

— Hasta que me venga en gana. —bufó.

Básicamente estaba haciendo berrinche. Resultaba gracioso porque parecía bastante concentrado en el juego de carreras, personalizando aquel automóvil escarlata, que Esther no sabría responder qué modelo costoso era, y comportándose cual niño pequeño haciéndose el ofendido. La venezolana rogó paciencia a Dios, observando el cielo azulado con brevedad, y después continuó cortando las puntas. Había descubierto una cosa: Xoel odiaba cuando le tocaban el cabello. Y, en ausencia de su madre, fue turno de ella hacerlo.

— Vaya cariño el tuyo. Recuérdame no enemistarme contigo. —«en serio parece un niño pequeño», pensó; minutos después, depositó las tijeras sobre una mesita cercana y apreció el resultado final: muy extrañamente, todo quedó recto y sin imperfecciones—. Ya está. Mira, que si ha quedado fatal entonces fue porque no te estabas quieto. Compadezco a tu madre; te tiene una paciencia que Dios se la guarde, porque naguará¹, muchacho, me desesperas.

— Lo has hecho tú y seguro ha quedado bien.

Algo que sabía hacer muy bien era cortar cabello. Doña Isabel, muy pacientemente, después de mucho insistir, le había enseñado a apañárselas sola delante del espejo, utilizando pelucas viejas y tijeras recién afiladas, comentando que ir a peluquerías era costoso. Esther aprendió varios cortes, incluso distintos flequillos, hasta perfeccionar técnicas cortando su propio cabello en estilos rectos. También, sabía secárselo y planchárselo por sí misma; quizás, podría usar tintes sin ninguna dificultad, aunque no quería intentarlo hasta tener canas; pero de encontrar encanto en ellas, las dejaría estar.

Le había cortado únicamente las puntas maltratadas y descubrió que aquellos lacios cabellos eran secos, no desagradablemente grasosos como sus propios rizos, y pensó que podría salir excelente genética de ahí. Esther solía lavarse el cabello dos veces por semana, porque no soportaba tanto estrés pretendiendo ocultar tal desgracia. Xoel demostró estar contento con el corte, le agradeció besando sus labios con ternura, notando un sabor dulce en ellos; y ella, casi nerviosa, respondió estar usando bálsamo sabor a fresas, ocasionando que él besase aquellos labios de nuevo, muy ensimismado.

Todo por cinco eurosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora