CAPÍTULO TREINTA Y DOS

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│ ✐; CAPÍTULO TREINTA Y DOS
│ ┆ ✐; CONSTELACIONES
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El banquete sería en el jardín trasero de la casa de Breixo, quien estuvo encantado prestándoles aquella estancia que usaba bastante poco. La venezolana atravesó el umbral mientras sonreía, mirando cómo Xoel básicamente quedaba boquiabierto observando a su esposa. Todos avistaron cómo se iluminaban aquellos ojos tan azules como el cielo. Disfrutaron una cena bastante deliciosa, amando cada detalle, y luego tomaron asiento para oír los discursos ofrecidos por sus conocidos, familiares y amigos más cercanos. Doña Isabel empezaría.

— Escribí un discurso precioso para hoy, está escrito a bolígrafo rosa y en una hoja color crema. Cuando lo escribí, pensé que me quedaba corta porque tenía tantas cosas por decir, por hacerte saber este día tan especial. Pero leí ese discurso esta mañana y no me convencieron las palabras. Recuerdo que, cuando subí al avión, estaba angustiada pensando si esta decisión era correcta, si estarías feliz viviendo en un país desconocido. Luego volví a verte con Xoel. Sonreías tanto como sonríes ahora. Y tu sonrisa, el brillo en tus ojos, me hizo recordar a tu madre. María habría dado todo por estar aquí ahora, Esther; y por eso agradezco estar aquí, pues eres mi niña y te amo tanto...

Esther sintió las lágrimas reaparecer. De pronto, todos los bonitos recuerdos atravesaron el inmenso océano de su memoria. En todos aquellos escenarios estaban sus abuelos, más jóvenes que ahora, y habría dado cualquier cosa por reproducirlos en un DVD para demostrarle al mundo cuánto amaba a Isabel y Vicente. Pero atesoró cada uno de ellos prometiéndose crear muchos nuevos.

— Te vi contenta, feliz. Abrazando una sensación que nunca antes sentiste por nadie. Te vi y dije: «¡mi niña ya creció!», entonces me encontré llorando mientras preparaba tu vestido de novia. —Isabel sonreía y se parecía mucho a Esther—. Me alegra que estés viviendo esto y tener la bendición de presenciarlo, hija. Bienvenido a nuestra pequeña familia, Xoel. Cuidaremos mucho de ti.

— ¡Gracias! —exclamó Xoel—. ¡Y arriba las arepas!

— ¡Puaj, que saben a cartón! —dijo la pelirroja.

Fue turno de Noa y Breixo, aunque ninguno parecía tener ánimos para ofrecer un discurso significativo; todavía no habían bebido mucho, pero bastante se notaba que estaban más allá que acá. La gallega sonrió falsamente cuando observó a los recién casados. Xoel inspiró hondo, sabiendo que pronto tendría una terrible jaqueca. Nada bueno salía cuando su hermana bosquejaba dicha sonrisita.

— La verdad es que no me caes bien. —Noa se inclinó sobre el micrófono, relajada; pero su mirada manifestaba mucho más que sus palabras—. Pero mi hermano te quiere, y eso es suficiente para mí. Por como llegues a hacer alguna gilipollez te golpearé, ¿vale?

— ¡También te quiero, Noa! —respondió Esther.

— Cuando me pedisteis que diese un discurso pensé que estabais con fiebre o algo. En plan, ¿qué queréis que diga? —Breixo no dudó en apartar a Noa con cuidado, aunque impidiendo su marcha—. Me recordáis a Sabela y a mí cuando miramos películas de Barbie hasta arriba de... lechuga. En serio, parecéis la Barbie y el Ken. Me dais diabetes. Sois tal para cual. Ni se os ocurra dejarme a un niño porque me cuelgo. Gracias, disfruten del banquete.

El discurso de Breixo fue tan honesto y simple que todos los invitados se echaron a reír, pronto intercambiando opiniones sobre lo cursis y románticos que eran los recién casados. Esther fingió lanzarle un beso volador y él, entretenido por la situación, decidió devolvérselo. Noa mantuvo su expresión amargada todo el tiempo.

Todo por cinco eurosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora