CAPÍTULO DIECISIETE

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│ ✐; CAPÍTULO DIECISIETE
│ ┆ ✐; VERDADERO AMOR
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Diciembre llegó poco después.

Para principios de mes, Esther notó que muchas cosas habían tomado otras formas en su vida diaria, incluso desde despertarse hasta dormir temprano, sin necesidad de seguir bebiendo pastillas. No solo incrementó su dulce relación con Xoel, que estaba basada en la más absoluta sencillez, sino que fomentó nuevas amistades y, como si no hubiese sido posible, aumentó su afecto hacia Sabela. Los abuelos notaron ese cambio drástico y consolaron, asimismo, sus leves penas mayores debido a la preocupación inicial. Isabel, su abuela, quería conocer al buen mozo muchacho, pero seguía guardando calma, aguardando por el momento exacto para saludarse.

— Abuelo, te aseguro que es un buen hombre.

Esther sostenía el teléfono con ambas manos, recostada entre almohadas con fundas blancas y cubierta hasta las narices con el edredón, pues estaba en esos días del mes. Llevaba quince minutos haciendo videollamada con sus abuelos; ambos oían, expectantes, cuántas cosas había hecho su nieta con Xoel.

— ¡Buen hombre, dices! —Vicente replicó, exhausto; como todo abuelo protector, estaba armando un escándalo solo por oír que, contra absolutos pronósticos, se habían besado—. En mis tiempos, los más valientes hombres nos acercábamos con serenatas para halagar amorosamente a nuestra dama enamorada. ¡Dios sabe cuánto pasé queriendo cortejando a mi mujer! Ah, pero me dices tú que mediante palabras bonitas has caído bajo su hechizo.

— Podría decirse que sí. —sonrió.

— Niña, ¿sabes cuántos hombres fingen amor para quedarse con muchachas tan hermosas, nobles e inteligentes como tú? ¡Muchos! Jamás sería incorrecto decir que eres buen prospecto, Esther. Todo hombre coherente querría tenerte, hija mía.

— ¡Cálmate, viejo, que me asustas a la niña! —dijo Isabel, mirando negativamente al canoso anciano que actuaba como un completo cascarrabias, aunque con razón—. Sabela ha consentido este lindo noviazgo, entonces sí es buen muchacho para nuestra Esther. Las posibilidades de fracasar son menores cada día.

Vicente inspiró profundo, asintiendo.

— Hija mía, dulce niña de mis ojos... sabes que solo quiero cuidarte, protegerte de aquellos hombres pretendiendo hacerte daño. Debo disculparme si te he causado alguna molestia.

— Por supuesto que comprendo, abuelo.

«Xoel no es como todos los demás», quiso decir. Sin embargo, ni siquiera tenía certeza de su propio pensamiento, pues no bastaba con conocerle durante pocas semanas; por ahora, había demostrado indudable gentileza y disposición al conocimiento ajeno, adoptando pequeñas acciones que ningún hombre burlesco pensaría poner en amorosa práctica, como bendecir alimentos o ir a misa. Esther era consciente de cuánto demostró él hasta ahora.

Ojalá no estuviese mintiendo solo por diversión.

Nueve minutos después, terminó la videollamada excusándose con sentirse sin fuerzas debido al incomparable dolor; pues, cuando menstruaba, Esther padecía horribles dolores que le provocaban jaquecas y náuseas. Durante años estuvo sufriéndolo. Cuando fue al ginecólogo por primera vez y le hicieron su respectiva evaluación médica, concluyeron que su útero estaba inverso; entonces, dichos dolores podían compararse con dilatación de dos centímetros. Brindándole cierta esperanza, su doctora había exclamado: «¡por lo menos, llevarás un parto natural bastante bien!»

Pero si ahora estaba hecha un ovillo producto del dolor, apenas consentiría imaginarse el parto natural. Esther odiaba medicarse, excusándose con querer soportar cada espasmo, pues algún día podría desencadenarse una emergencia que requirriera fuerza absoluta; no obstante, guardaba varios medicamentos para cuando no pudiese soportarlo. Mientras tanto, bebía chocolate caliente buscando aliviar aquellas punzadas y, asimismo, tolerarlas a su manera.

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