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│ ✐; CAPÍTULO VEINTISÉIS
│ ┆ ✐; OH, DULCE NAVIDAD
╰─────────────────El reloj anunció medianoche treinta minutos después de acabar aquella videollamada inesperada. Sin embargo, mientras oían a los demás deseándose «¡Feliz Navidad!», Esther y Xoel hicieron una breve oración juntos. Fue bastante simple, aunque significativa. Bajaron escaleras tomados de la mano, sonrientes. Los presentes estaban dispersos alrededor del árbol navideño, repartiéndose los obsequios que fueron planeados con mucha anticipación. No pasó desapercibido cuando Breixo, fingiendo absoluta inexpresión, le tendía una caja a Noa; y ella, teniendo aquellas mejillas sonrojadas, agradecía silenciosa. Nunca hicieron preguntas; las respuestas vendrían solas.
— ¡Regalos, Esti! ¡Adoro los regalos! —exclamó Sabela.
Pasaron al menos una hora abriendo regalos y brindando, mientras escuchaban distintas canciones sonando en la radio. Sabela le había regalado una preciosa pijama de dinosaurios a Esther; y la venezolana, sonriente, le regaló dinero en efectivo, ocasionando incontables risas entre los presentes. Hubo mucho entusiasmo en la expresión de Xoel cuando recibió una corbata; se la había dado Noa, y él amaba cada detalle que ella pudiese ofrecerle. El rubio y apuesto gallego, o Santa Claus, según aquella chispeante tarjeta, le dio a su novia unos lindos tacones escarlatas, diciéndole: «para que seas un poquito más alta», consiguiendo que ella le besase con indudable ternura.
Sabela y Xandre, quienes habían pasado el intercambio bastante acalamerados, decidieron retirarse primero a la habitación; y Breixo, fingiendo desinterés, aunque también sonando un poco relajado, les deseó buenas madrugadas, regresando a su charla con Noa. Querían quedarse un rato más brindando delante la chimenea. Xoel y Esther, románticos como de costumbre, bromearon sobre locas tradiciones navideñas alrededor del mundo, intentando olvidar que estaban acompañados por rebeldes emocionales. Cuando la tensión se volvió insoportable, también se retiraron para descansar.
──── ∗ ⋅ ⋅ ∗ ────
Cuando Xoel despertó más allá del mediodía, removiéndose entre aquellas blanquecinas sábanas, observó a su novia depositar sus botas delicadamente en el clóset, intentando hacer el menor ruido posible. Usaba un grueso suéter rosáceo y pantalones blancos; los preciosos cabellos atados en una coleta baja, y estaba desmaquillada. Bastó con musitar un delicado «buen día» para que Esther, tras sobresaltarse debido al sorpresivo saludo, sonriera en respuesta. Olía a rosas frescas, como si hubiese regresado de un inmenso campo floreado. La bonita muchacha acortó la distancia tomando asiento al borde de la cama, dedicando encantadoras caricias a su adormilado rostro. Él suspiró, cerrando los ojos ante el tacto dulce y relajante.
— Buenos días, mi amor. —dijo.
No obstante, cuando se disponía a darle un beso, Xoel consiguió sujetarla por la cintura e inesperadamente atraerla hacia su cuerpo, ocasionando que ella soltase un sorpresivo jadeo. Olía a rosas. Él, maravillado gracias al forastero aroma, abrazó a Esther y hundió su rostro en aquel grueso suéter. La muchacha sonrió, ahora dedicando caricias a los cabellos rubios del gallego. «Hueles bien», oyó decir.
— ¿A dónde has ido? —preguntó él.
— Fui a misa por ser Navidad. —contestó, hundiendo los gráciles dedos en aquellos lacios cabellos; él olía a jabón, como siempre, y tenía el cuerpo caliente gracias a las sábanas—. ¿Hice mucho ruido? Intenté entrar a hurtadillas, pero fracasé en el proceso. ¿Te subo el desayuno, querido? Estás muy cómodo como para levantarte.
Xoel levantó el apuesto rostro y negó con la cabeza; después, aún adormilado, rozó ambos labios hasta besarlos con muchísima ternura, como si fuesen el más hermoso querubín existente. Esther llevó sus manos hacia su desnuda espalda, atrayéndolo de forma algo brusca, ocasionando que él consiguiese apoyar la mano diestra en el colchón, mirándola con innegable dulzura. «Te amo», deseó musitar; pero no pareció el momento apropiado. Ella le colocó un mechón de cabello detrás de la oreja, apreciando sus preciosos ojos azules. Lo besó. Y la intensidad del abrasivo ósculo, porque no podría llamarse de otra manera, logró arrebatarles el aliento. Estaban ardiendo.
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Todo por cinco euros
RomanceEsther nunca pensó que encontraría el amor en Pontevedra gracias a una simple pregunta: «¿podrías permitir que te admire por cinco minutos si te pago 5€?», y él, un desconocido de ojos azules, contestó: «negociemos, ¿cuánto me pagarías si me quedo a...