CAPÍTULO VEINTE

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│ ✐; CAPÍTULO VEINTE
│ ┆ ✐; NOA Y LAS MAGDALENAS
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Esther pronto cedería al desquicio de continuar así.

Marcaban las tres y media de la madrugada; no llovía, pero el cielo ennegrecido anunciaba tempestad. Esther había pasado en vela dicha noche, intentando avanzar en su novela histórica mientras aguardaba pacientemente, inquiriéndose por qué habían pasado tan poco tiempo juntas. Las ausencias de Sabela podían deberse a dos teorías: primero, algún bajón emocional; segundo, fiestas y más fiestas. Por supuesto, cualquier persona coherente estaría preocupada; pues, no quería ni imaginarse acontecimientos dolorosos, aunque sufría.

La ansiedad yacía carcomiendo sus entrañas, pues los minutos seguían transcurriendo hasta volverse horas y pronto avistó el amanecer. No obstante, todavía aguardaba alguna respuesta a sus mensajes. Una vez hiciese aparición, Esther guardaría silencio e ignoraría sus métodos, saludando como de costumbre y preguntando cómo pasó la noche. Aunque, por supuesto, estaría enojada; pero Sabela hacía y deshacía cuando de sanar se trataba, así que evitaba opinar.

Tuvo paz cuando oyó las llaves impropias. Los gatos inmediatamente salieron al encuentro de Sabela, ronroneando. Quizás, si pudieran conversar, estarían implorándole que nunca volviese a irse, pues Esther desconocía cómo darles caricias decentes y solía hablarles cual perros tontos persiguiendo sus colas por aburrimiento.

— He llegado ya, Esti. Buenos días.

— Bienvenida, guapa. —Esther fingió su mejor sonrisa; yacía tendida delicadamente sobre el sillón, viendo televisión. Por supuesto, no es como si pudiera sacar las garras para debatir—. ¿Cómo te ha ido? Pensaba ir al supermercado más tarde, ¿quieres venir? Necesitamos reponer algunas especias que ya han caducado.

— La verdad es que no me apetece salir. —se descalzó, pronto agachándose para saludar a sus encantadores mininos, quienes ronroneaban gustosos de verla, al fin—. Pero busquemos cuches para hacer un maratón de Barbie, ¿te apetece? 

Esther asintió, echándose el cabello hacia atrás.

— He acabado ya mi novela; debo enviar el borrador. —era cierto, desvelarse ocasionó que terminara su novela y en breves minutos enviaría aquel ambicionado borrador—. Ojalá hagan pronto la edición, así podría firmarte el libro antes de marcharme. Pero qué va. Dàlia podría demorar semanas corrigiendo mi borrador. Habéis estado tan ensimismados con mi nuevo proyecto...

— Tú no te vas a ningún sitio. —alegó.

— Volveré a casa en algún momento.

— No te vas y punto. —concluyó.

Discutir sería perder tiempo; también quería quedarse. Sabela subió escaleras rumbo al baño, queriendo ducharse lo más pronto posible, alegando sentirse pegajosa y sudada por tanto bailar. Esther sonrió, cogiendo nuevamente su ordenador, adornado con pegatinas coreanas, para redactar el correo electrónico. Pasó cinco minutos redactando, como si estuviese dirigiéndose al mismísimo presidente; después, leyó varias veces las palabras ahí escritas.

Recordó que era domingo cuando Xoel ingresó a la casa, arrojando tranquilamente las llaves al sillón más cercano. Estaba usando un llamativo suéter rojo, bastante navideño, y tenía los cabellos rubios atados en una coleta alta. Zeus parecía llevarse bien con sus amigos mininos, pues decidieron echarse una siesta juntos.

Luego, como buen novio, se aproximó para besarle con ternura, tomando asiento. Observó, entonces, bastante curioso, cuando Esther presionó «enviar». Asimismo, releyeron varias veces el correo electrónico, dándole visto bueno.

Todo por cinco eurosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora