EPÍLOGO

69 8 116
                                    

╭┈ ↷
│ ✐; EPÍLOGO
│ ┆ ✐; LA GALAXIA EN TUS OJOS
╰─────────────────── 

Te dedico el capítulo final,
guapo. La galaxia siempre
ha estado en tus ojos.


Había juguetes regados por todo el salón de estar. Esther solía preguntarse cómo se multiplicaban cuando pasaba gran parte del día recogiendo los interminables desastres; pero tener tres hijos en casa durante fiestas decembrinas aseguraba perpetuo caos. Las vacaciones jamás resultaban atractivas para los padres. «¿Por qué el reloj tarda milenios en dar medianoche? ¿Acaso está descompuesto?», pensó, sirviéndose una merecida copa de vino tinto. Oía las armoniosas risas bosquejadas por sus traviesos hijos provenir del jardín trasero; le causaba muchísima gracia pensar en Breixo, quien odiaba cualquier interacción directa con pequeños seres humanos, jugar con los azules bloques de construcción mientras fingía estar contento. No todos estaban hechos para tener hijos. Algunas veces, mientras veía a sus amigos interactuar con los traviesos niños, apostaba cuánto tiempo permanecerían aguantando esas risas y gritos.

Sabela aguantaba media hora jugando con Edith, su ahijada. Luego, fingiendo estar sonriente, arrugando tanto la nariz que podrían salirle arrugas en cualquier momento y pasaría horas sollozando delante del inmenso espejo, musitaba un inaudible: «¡qué mona tu niña!»; Xoel siempre sonreía cuando ella repetía dicha escena cada domingo. Usualmente, Esther estaba demasiado ocupada prestándole atención a Isaac; tenía apenas un año y requería más atención que sus hermanos. Pasaba las noches jugando muñecas junto a Edith e intentando que Gabriel no rayase los muebles paseando con su nave espacial.

La maternidad siempre conseguía sacarle sonrisas.

«¿Cuándo pasaron siete años?»; pareció sacado de una caricatura, pero tras acabar su copa de vino, escuchó a Edith exclamar «¡mami, ven!», porque cuando había algo interesante o terrible qué atender, mamá siempre debía echar un vistazo primero. La última vez, hace tres días, contempló a Gabriel rayar las blanquecinas paredes con un crayola naranja, y contó mentalmente hasta quince mientras agradecía tener pintura extra guardada por ahí. Ser mamá era difícil. Esther inspiró hondo, verificó que no hubiese nada peligroso en la cocina y luego avanzó hacia el jardín trasero donde todos estaban reunidos.

— Mamá, ¿cuándo podremos abrir los regalos? —Edith preguntó impacientemente, y Esther no supo explicarle que faltaban dos horas hasta oír las campanadas de medianoche. Yacía sentada sobre el pasto cambiándole el vestido a su muñeca—. Estoy aburrida. ¿Cuándo viene Papa Noel, mamá? Juega conmigo, ¿vale?

No había manera de negarse.

— Falta poco, hija. Papa Noel todavía no viene. —Esther ignoró estar usando un bonito vestido azabache y decidió sentarse junto a su hija, agarrando otra muñeca. No obstante, recordando que había invitados, bosquejó una agradable sonrisa—. Señora Catuxa, ¿quiere más vino? Señor Anxo, ¿quiere más jamón ibérico?

— Ya iré a buscarlo yo, querida. Siéntate. —respondió.

La Sra. «No Me Gusta La Navidad» se casó con el Sr. «Me Flipa La Navidad» y ahora había un montón de personas en casa esperando pacientemente las campanadas de medianoche. Esther siempre temió llevar mala relación con Anxo y Catuxa, los padres de Xoel, pero resultaron ser unos suegros encantadores y bastante comprensivos. Nunca hubo quejas respecto al matrimonio. Decidió acompañar a Gabriel mientras construía una torre usando bloques de construcción, aplaudiendo cuando añadía otro y otro. Su esposo ingresó al patio cargando a un recién levantado Isaac.

— Le he cambiado el pañal a Isaac. Olía fatal. —Xoel peinó los dorados cabellos del pequeño con los dedos. Estaba usando un bonito suéter navideño que Esther había comprado para la ocasión—. Sabela ha ido a retocarse el maquillaje. Algo sobre una raya.

Todo por cinco eurosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora