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│ ✐; CAPÍTULO VEINTINUEVE
│ ┆ ✐; COPOS DE NIEVE
╰─────────────────Los días se escurrieron como espuma entre sus dedos. Poco a poco, el tiempo en Galicia iba agotándose; y Esther intentaba hacer caso omiso mientras pasaba tiempo en los supermercados, seleccionando varias golosinas para llevárselas a sus abuelos. Pagando una bolsa, descubrió gratamente que su tarjeta de crédito seguía rebosante. Xoel había regresado al bufete de abogados una semana atrás, y solían reunirse antes de cenar para pasear a Zeus. Intentaban no mencionar el mes restante. Pero ¿cómo impedir lo inevitable? Pasaban tiempo juntos, algunas veces dormía en su departamento, aunque solían desvelarse mirando maratones de películas fantásticas.
Él admitió tener cierta fascinación con Orgullo y Prejuicio solo por ella. Cuando pasaban las noches mirando maratones, Esther había perdido la cuenta de cuántas veces peinó sus dorados cabellos; todas aquellas noches haciéndole peinados graciosos. Xoel se reía. Incluso calificaba cada peinado con muchísima seriedad.
La mañana del lunes nueve de enero recibió las primeras copias. Dàlia pasó media hora disculpándose por haber empleado un deficiente método de envío, y después tardó media hora felicitando a su mejor escritora. Sabela inició una videollamada con Xoel quien, al parecer, había pausado una importante reunión para presenciar el momento. Cuando terminó de trabajar fue a casa y llevó consigo varios dulces. Además, pidió una copia dedicada y autografiada. Esther intentó no ser tan cursi escribiendo dicha dedicatoria, pero fracasó. Su mejor amiga también solicitó su copia, aunque no iba a leerla.
Poco a poco fueron transcurriendo los días. Esther pasó las semanas comprando recuerdos, prometiéndole a Sabela que pronto regresaría, recorriendo varias playas y fotografiando cada rincón. Xoel siempre intentó estar presente. Cuando el calendario marcó veinte de enero, faltaba una semana para regresar a Venezuela; y Don Vicente estaba contento celebrando que pronto volvería su nieta adorada, sonriendo hermosamente en cada videollamada. Doña Isabel había tomado mucho cariño a quien sería su yerno, pues jamás se opuso al compromiso, e incontables veces comentó tener una habitación libre. Él jamás declinó aquella invitación, pero tampoco confirmó nada.
La mañana del veinticinco de enero empezó a limpiar la casa, oyendo una mezcla curiosa entre Luis Miguel, Michael Bublé y Elvis Presley. Su mejor amiga, casi hermana de otra madre, admiraba todo desde el cómodo sillón, dedicando mimos a los regordetes mininos.
— Esti, no te vayas. —dijo.
— Prometo que regresaré. Voy a casarme, ¿recuerdas?
— ¿Y por qué no os casáis ahora mismo?
— Necesito muchos papeles para casarme con un español. —sonrió, apoyándose cómodamente en la escoba; tenía los castaños cabellos rozando su delicada cintura—. Me han pedido tanta documentación para casarme que estoy conociendo nuevos documentos. ¿Sabías que exigen carta de soltería y no sé qué de nacimiento?
— Joder —suspiró—, ¿Xoel no te ha pedido que te quedes?
— Sabe que estas cosas requieren tiempo. —Esther suspiró, pronto tomando asiento junto a Sabela. La pelirroja no tardó en recostarse cómodamente de su hombro desnudo—. Vine a Galicia sin expectativas amorosas. Quería conocerte, conocer este hermoso país. He guardado cada recuerdo en mi corazón. A veces pienso que es un sueño. Pero ningún sueño podría sentirse tan bonito.
— Qué cursi eres. —se burló.
— ¡Siempre! ¿Olvidas que soy escritora? —respondió.
Había empezado a hacer maletas lentamente metiendo los recién comprados recuerdos, algunos conjuntos que no volvería a utilizar; y, asimismo, botó los productos de maquillaje ya terminados. El clóset estaba vaciándose conforme más días transcurrían; solo quedaba su ordenador reposando sobre el escritorio. Extrañaría desvelarse mirando aquella amplia ventana donde veía muchas personas pasar, e incluso saludaba a una tierna viejecita todas las mañanas cuando paseaba al adorable perro de raza desconocida. Extrañaría dormir en las cómodas sábanas que Sabela compró para ella meses atrás. Extrañaría mirar maratones de Barbie hasta quedarse dormida.
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Todo por cinco euros
RomanceEsther nunca pensó que encontraría el amor en Pontevedra gracias a una simple pregunta: «¿podrías permitir que te admire por cinco minutos si te pago 5€?», y él, un desconocido de ojos azules, contestó: «negociemos, ¿cuánto me pagarías si me quedo a...