CAPÍTULO TREINTA

61 8 152
                                    

╭┈ ↷
│ ✐; CAPÍTULO TREINTA
│ ┆ ✐; RISAS Y ABRAZOS
╰───────────────── 

— ¡Joder! ¿Ya estamos a treinta y uno de enero? —Sabela amaneció histérica andando de un sitio a otro, observando a Esther preparar el último desayuno por mucho tiempo—. Pero ¿qué se ha creído el puto tiempo pasando así porque sí? ¡Tú no te vas! Que te conseguimos la residencia ya mismo, cancelamos el pasaje y ya está. Tres meses han pasado en un puto parpadear, joder. ¡Qué mala leche!

— ¿Y a ella qué le pasa? —le preguntó Breixo a Xandre.

Xandre se encogió rápidamente de hombros.

— ¡Ay, guapa! Gracias por todo. Gracias por acogerme en tu hogar, por tenerme tanta paciencia y por existir. Te quiero muchísimo. Mereces el mundo entero. No os preocupéis, damas y caballeros, que regresaré nuevamente a iluminar vuestras vidas. ¡Os quiero mucho a todos!

— Sigo pensando que deberías quedarte —alegó Sabela—, porque no tienes nada que hacer en Venezuela. Te traes a los yayos y ya estamos.

— Te quiero. —sonrió—. Y muchísimo.

Sabela no parecía convencida, y Esther prosiguió:

— Guapa, volveré este mismo año. Me tendrás viviendo aquí por muchísimo tiempo, preciosa; y podrás visitarnos para ver películas, enseñarme a cocinar y muchas cosas más. Te extrañaré tanto que lo sabrás mediante mis oraciones, ¿vale? —Esther intentó abrazarla por más de tres segundos, pero Sabela, una persona que apenas sabía expresar sus sentimientos y hacer conocer sus emociones, se echó hacia atrás encogiéndose de hombros. Breixo, quien estaba junto a ella, bosquejó una sonrisa sarcástica—. Breixo, prométeme que no vais a discutir por nada de este mundo. Mira que Dios todo lo ve y seguro estará ahí diciéndome que vosotros estáis peleando.

— Ya nos veremos, Esther. —se burló.

Primero, aparentando estar amargada, Noa extendió su mano diestra para despedirse elegantemente. Pero la venezolana sonrió y acabó atrayéndola en un corto abrazo, palmeando su espalda. Ella pareció disfrutarlo. Después de todo, no tendría con quién discutir y fingir amargura. Xoel solía burlarse de aquel comportamiento.

Con Xandre solo fue un apretón de manos.

Breixo la despidió con un corto abrazo. Se había ofrecido días antes a acompañarla al aeropuerto Santiago de Compostela, rememorando el momento donde se conocieron; pero Xoel tenía otros planes y acordó llevarla él mismo. Además, aunque nunca fuese pronunciado, Sabela necesitaba compañía mientras expresaba aquellas emociones a su manera, derramando todas las lágrimas posibles y teniendo un frío ataque de ansiedad. Esther lo sabía. Tenían tantos años conociéndose que ignorar tales detalles jamás sería posible.

No obstante, Sabela acortó la distancia y besó su frente con ternura. Esther bosquejó una sonrisa; el contacto había sido cálido. Se marchó escaleras arriba rápidamente intentando no tropezar. Breixo, sonriente, también le deseó buena suerte y fue en búsqueda de la pelirroja, a sabiendas que llevaría bastante tiempo calmarla. La venezolana pronto cogió las maletas para arrastrarlas hacia la camioneta de su novio, aunque mientras avanzaba dejando aquella preciosa casa detrás donde experimentó tantas emociones, sintió un vacío adueñándose de su corazón. La misma sensación que experimentaría alguien cuando no quería marcharse de donde había tanta alegría.

«Serán pocos meses», pensó, «y después volveré». Galicia, tierra de esperanza. Tierra donde experimentó tantas vivencias hermosas, una tierra donde quería pasar la vida entera admirando el cielo.

Esther supo que su corazón pertenecía a Galicia. Pasó de desconocer dónde quedaba Galicia a hacerle sitio en su alma. Fue como descubrir el más hermoso tesoro escondido durante siglos hasta desear ser hallado cuando menos imaginó buscarlo. La preciosa sensación de estar en casa gracias a todas esas personas maravillosas, a Sabela, quien siempre demostró, a su manera, guardarle indudable cariño. Y cuando conoció a Xoel todas aquellas piezas dispersas encontraron forma, seguido amorosamente de Algo sobrenatural musitando: «aquí, aquí está lo que me has pedido durante años»; un soplido delicado en sus cabellos, acompañado por la hogareña calidez del corazón.

Todo por cinco eurosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora