CAPÍTULO CATORCE

51 8 46
                                    

╭┈ ↷
│ ✐; CAPÍTULO CATORCE
│ ┆ ✐; A LOS PIES DEL OCÉANO
╰───────────────── 

Breixo estaba preparando el desayuno; usaba una gruesa sudadera azabache y pantalones deportivos, como si hubiese salido a correr, deseando olvidar todo por un minuto. A Esther le gustaba correr. Principalmente, porque cuando corría, no pensaba en nada más, solo buscaba quemar energía haciendo deporte. Él sonrió. Parecía muy tranquilo aquella mañana; quizás, halló tranquilidad. La venezolana decidió tomar asiento, observándole cocinar.

— ¿Ya se ha despertado Sabela?

— No. Sigue durmiendo.

— Habéis dormido juntos, ¿cierto?

Claramente, no se refería a «dormir».

— Vale. —dio vuelta a la tortilla—. He sido débil.

— Evidentemente.

— Yo... he intentado decírselo.

Pero «intentar» no servía de nada, en verdad. La conversación quedó suspendida en el aire; quizás, habría continuado de no haber hecho aparición Xoel, oliendo a jabón. El muchacho se inclinó para besarla delicadamente, ocasionando que algunos cabellos cubriesen dicho movimiento; y Breixo se quejó en voz alta, pidiéndoles guardar decoro ante quienes no tenían un amor verdadero. Solo causó una amarga sonrisa en Esther que parecía decir: «te pasa por tonto».

— ¿Tenéis prisa por iros temprano? Molaría ir a la playa. —dijo Xoel, apenas sirviéndose la primera taza de café; parecía un tanto agotado, quizás por haber bebido demasiado vino tinto.

— Les molaría a vosotros; yo quiero quedarme. —rebatió Breixo, negando rápidamente con la cabeza, como si ir a la playa fuese un horrible sinónimo de «abandonar su tranquilidad»—. Pues, vale, que llevo yo a Sabela y vosotros podéis quedaros aquí, haciendo cosas de novios. ¿Quieres las llaves, Xoel, o iréis a casa más tarde?

Esther se encogió de hombros, pues le daba bastante igual. Los propietarios eran quienes decidían, aunque sonase feo, qué debía o no debía hacer la muchacha en su «territorio». Xoel aceptó las llaves, notando que ella no opondría negación y acordaron ir de paseo más tarde, quizás después del mediodía.

— Buenos días, criaturas. —Sabela, animada como siempre, entró a la cocina, buscando servirse leche vegetal. Resultó evidente que estaba usando una sudadera de Breixo. Fue tan evidente que incluso Xoel frunció el entrecejo, confundido—. ¿Qué tal estáis?

— ¿Tú? ¿Preguntando qué tal estamos? —dijo Esther—. Tengo dos teorías. Primero, te has enamorado de la cultura venezolana. Segundo, ¿quién eres y qué hiciste con mi amiga, casi hermana?

— He tenido una noche estupenda.

Xoel fingió demencia, como buen caballero, pues había armado semejante rompecabezas en tan solo segundos, y decidió enmudecer, bebiéndose otra taza de café cargado. No obstante, Breixo se esfumó tan pronto como Sabela apareció, excusándose con querer ducharse urgentemente y, si hubiesen estado solos, ella le habría seguido. Los novios pronto cambiaron el tema de conversación.

— Debería avisarme cuando sale a correr. Me gusta correr.

— ¿Te mola salir a correr? No me lo esperaba.

— ¡Lo sé! Es rarísimo, ¿eh? —la venezolana sonrió—. Vivo cerca de una zona verde, por así decirlo, así que me gusta salir a correr por las mañanas. Sabela tiene fotos. Es un lugarcito precioso.

— Yo no iría jamás para allá. —alegó Sabela.

Sin embargo, el gallego se encogió de hombros.

Todo por cinco eurosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora