Definitivamente aquella nueva etapa dio sus frutos, y la posada, se convirtió en un lugar de encuentro, de descanso y como no, en aquel lugar en donde durante un tiempo, hallé cierto reposo a mis inquietudes. Si tres años estuve regentando el establecimiento, algo más tardé en comprender que aquella no era vida para mí. Al menos, no era la vida que mi alma anhelaba. Sin embargo convendría hacer mención aquí a los sucesos acaecidos durante mi encomienda como posadero.
Corría el otoño de mis veintiséis años, cuando recibí una notificación de Don Honorius reclamando mi presencia en su casa para, lo que según señalaba el aviso, sería una velada en compañía de unos amigos. Extrañado por la invitación, pero temiendo rechazarla, dispuse lo necesario para poder acudir a la cita, preguntándome qué interés podría tener aquel hombre en mi visita.
Ataviado para la ocasión, y con más curiosidad que convencimiento, me personé en la casa en el momento y condiciones requeridas. Nada hacía presagiar lo que estaba a punto de suceder.
En un amplio salón de chimeneas encendidas y mesas repletas de viandas, algo más de una veintena de hombres luciendo cuidadas vestiduras conversaban
animadamente. Convencido de estar fuera de lugar, ya me había planteado retirarme cuando oí mi nombre en una voz extremadamente familiar.
-Huyendo no se enfrentan las circunstancias -añadió-. Nunca ha sido así y nunca lo será.
De espaldas, temiendo girarme y afrontar la realidad me tambaleé entre el pasado y el futuro; entre la vergüenza y el valor. Pero como carecía de sentido hacer caso omiso al comentario, encaré la situación y me oí decir:
-¿Padre Augustus?
-El mismo -respondió él.
Al ver mi desconcierto objetó:
-La vergüenza y la culpabilidad nunca son útiles, pero en estos momentos lo son, si cabe, menos aún que en cualquier otro.
Me relajé.
-¡Padre!
Y recibí el abrazo que secretamente deseaba.
-¿Cómo estás hijo?
Cualquier respuesta hubiera sido inadecuada, así que me limité a sonreír e intuyo que él supo leer en mi silencio. Silencio rápidamente roto por la presencia del anfitrión que reclamaba su beneplácito.
-Por lo que veo ha sido un agradable reencuentro, ¿no?
Y sin esperar respuesta concluyó:
-Disfrutad de la reunión. Yo tengo obligaciones que cumplir.
Don Honorius se retiró, y aprovechando la confianza que al parecer, el abad tenía con el caballero, hicimos uso de una sala contigua que nos permitió hablar con más tranquilidad y menos trasiego.
-Me han dicho que estuviste esperándome.
-Sí, os han informado bien.
-¿Y qué te trajo por el monasterio después de tanto tiempo?
-El dolor.
-¿El mismo dolor que te sacó de él?
-Sí, en efecto.
-¿Y han mejorado las cosas?
-Bueno, ahora estoy en la posada...
-Algo me han contado, pero ¿y tu vida? ¿Funciona tan bien como el negocio?
-Llevar un negocio es fácil. No así, ser feliz.
-¿Y qué te lo impide?
-No lo sé, ojalá pudiera averiguarlo. Esperaba que vos me dierais la respuesta.
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Los Días Intermedios
EspiritualLos Días Intermedios: segundo volumen de la trilogía de La Mitad de todo el Tiempo. Después de multitud de experiencias y algún que otro aprendizaje, Mateus continúa buscando las respuestas que pongan orden en su vida. De regreso al monasterio, pued...