Ocho

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DOVICULAS


Poblada de ovejas desde tiempos inmemorables, la leyenda cuenta que el

primer hombre que habitó esta tierra era mitad hombre, mitad cordero.



Temprano todavía, el sonido de unos cascos me despertó. Seis jinetes y otros tantos caballos se aproximaban. Deseoso de identificarlos salí al encuentro. A pesar del sol cegador no resultaba difícil adivinar que eran caballeros.

-¡¡Shoooo!!

El que iba a la cabeza demandó la parada de un corcel que presto, obedeció.

-¡Buenas tardes, señores! ¿Qué os trae por aquí? -pregunté.

-Disculpad la intromisión...

Un joven de entre los hombres de la fila se aproximaba.

-¿No sois vos el señor Mateus?

-El mismo, pero no tengo el honor....

-En la casa de Don Honorius, una noche, junto con Don Valerius y el padre Augustus. ¿Recordáis? Mi nombre es Primus.

Y el corazón se me encogió con el recuerdo.

-¡Oh, sí, señor! Disculpad mi mala memoria, por favor.

-No temáis. No es precisa la disculpa. ¿Hacia dónde os dirigís? -prosiguió

-Tenía planes de llegar hasta Occipitum.

-¿Algún asunto que precise de nuestra ayuda?

-Pues la verdad es que no, pero igualmente agradecido.

-A pesar de ello, si mi capitán no muestra inconveniente alguno, sería un honor para todos que nos acompañaseis. ¿Qué opináis, señor? -preguntó a su

superior.

-Poco resta por decir. Verdaderamente sería un honor.

-Pues no se hable más -concluyó el joven caballero.

Incorporado ya a la formación. La vergüenza y la rabia se aliaban con la envidia. Las primeras, por haber malgastado una vida, y la segunda, por ver en otros aquello que aún no había conseguido para mí.



El sonido de unos cascos me despertó. La convicción de haber estado soñando me empujó hacia el camino. Seis hombres a caballo pasaban de largo en el sendero. Sonreí, y aliviado, decidí continuar con mi camino.


Precisé de varias jornadas para llegar a la próxima parada: Dovículas, tierra de prados y sosiego junto al mar, y tal como dictaba la costumbre, el primer contacto tuvo lugar en la posada.

El posadero, hombre rollizo y risueño me enseñó lo que sería mi cama haciendo la siguiente aclaración:

-Estáis de suerte, señor. Compartiréis la noche con seis reputados caballeros.

Callé. El posadero se veía más entusiasmado que yo.



-Buenas noches, señores. ¿Puedo serviros en algo?

Aquel hombre se deshacía en amabilidades ante los recién llegados. Éstos, cordiales y educados, solicitaron algo de cenar y se sentaron en una mesa no muy lejana a la mía.

Los Días IntermediosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora