Dos

11 1 0
                                    


DON VALERIUS

Hijo y nieto de caballeros, es un secreto a voces que sobrevivió a un terrible encuentro con la legendaria criatura que cubre de niebla la ciudad de Nephos. Todo caballero considera un honor cabalgar a sus órdenes.


LA RENDICIÓN TRJO CONSIGO CIERTA ESTABILIDAD, y con ella, la capacidad para habituarme a aquello que años atrás había desdeñado. Si era verdad que estaba buscando respuestas en el lugar equivocado, tal vez fuese también el momento equivocado. Y así, cansado de luchar, decidí que había llegado la hora de tomarme un respiro.

Habiendo transcurrido ya el tiempo de espera previsto, la impaciencia insistía en hacer mella de nuevo, y esforzándome para no caer en sus redes, me sorprendió la noche en la que media docena de hombres se presentaron en el monasterio.

Alertado por lo intempestivo de la visita y empujado por el interés, no tuve reparo en reunirme con ellos. En mis expectativas, la idea de que el padre Augustus estuviera entre los recién llegados, animaba mis pasos. Nada más lejos de lo esperado, aunque nunca tan sorprendente.

-¡No puede ser! -exclamé en voz alta.

-Disculpad, señor. ¿Podemos ayudaros en algo? -preguntó respetuoso uno de los presentes.

-Tal vez un fuerte abrazo como antaño, pudiera aclarar la situación.

La expresión de extrañeza del requerido me obligó a reír sin reparos.

-Tenéis buena espada pero muy mala memoria -añadí-. Por lo que se ve, el

paso de los años os ayuda a dejar el ayer en el olvido.

-¡Por todos los santos! ¡¿Mateus?! ¡Válgame el Cielo! ¿De verdad eres tú?

La satisfacción del reencuentro culminó con el solicitado abrazo y de los minutos posteriores apenas guardo el recuerdo de las palabras. Tan intenso fue el júbilo que se despertó en mi corazón, que el sentimiento obnubiló el sentido, ofreciéndome para el recuerdo un gozo que ahora, al contároslo, todavía vuelvo a experimentar.

En compañía de don Valerius, se despertó el pasado como animal herido. Verlo a él y a sus hombres, avivó un anhelo que, por despecho, prefería mantener oculto.

-¿Qué vas a hacer ahora? ¿Esperarás al padre Augustus?

En el monasterio, acabábamos de recibir la noticia: el abad se retrasaría.

-Ciertamente, no lo sé. Si he de seros sincero, me siento perdido de nuevo. Parece que todo aquello que persigo se me escapara de las manos y no hago más que ir de frustración en frustración.

-¿Por qué lo dices?

-Os explico: es como si nunca llegara a donde quiero, persiguiendo un final que se esconde a cada paso del camino.

Guardé silencio y continué.

-Veréis, he oído que hay hombres que viajan muy lejos, hasta remotos parajes en los que no hay agua, ni árboles, ni comida. Sólo arena. Pasan días y días caminando sobre la arena. Cuentan, que en su desesperación, buscando un descanso, creen ver aquello que no existe y que como humo se desvanece cuando, convencidos, consideran haberlo alcanzado. A mí me sucede lo mismo. ¿Entendéis de lo que os hablo?

-Sí.

Me animé en mi exposición.

-Hace muchos años que vos y yo nos conocemos, y a vos, siempre os he visto en vuestro sitio, como si fuera ahí donde tenéis que estar y precisamente, ahí, donde queréis estar, sabiendo siempre y en cada ocasión lo que habéis de hacer. En cambio, en mi caso, podría concluir que nunca estoy donde debo, o bien, nunca quiero estar donde estoy. Por favor, perdonad si os incomodo con mi discurso.

-En absoluto. Continúa.

-Debéis saber que en este trasiego, llegué a perder toda esperanza, y por ello decidí regresar al monasterio en busca de una verdad a la que asirme.

-¿Y la habéis encontrado?

-No sabría qué deciros. Tal vez me haya topado con algo, pero no con aquello que buscaba.

-Es ladina, ¿no?

-Sí, ciertamente.

Sonreímos ante la aclaración.

-¿Qué buscas?

Su pregunta me encaró con la realidad.

-Tranquilidad, sosiego. No sé si para mi mente o para mi alma.

-Bueno, eso es algo que yo no puedo proporcionarte, pero al margen de tu búsqueda, tengo una oferta que tal vez pueda interesarte. Y... ¡quién sabe lo que puede pasar!

-Vos diréis.

-Mis hombres y yo partiremos en unos días para Occipittum y esta vez, sí que no tengo inconveniente en que nos acompañes, claro está, a no ser que decidas esperar al padre Augustus. ¿Cuánto tiempo hace que no tomas una espada entre tus manos?

-Tanto, que ya ni me acuerdo.

-Bueno, podría ser un buen momento para empezar de nuevo, ¿no te parece?

-Prefiero no tomar decisiones precipitadas -respondí aferrándome al pesimismo-. Dadme unos días y os daré una respuesta.

-Como tú quieras. De todas formas, ¿qué tal un poco de entrenamiento?

-No estaría mal para abrir el apetito.

-Entonces, ¡en guardia! -gritó al tiempo que me ofrecía un reluciente acero.

Y bastó el contacto con la empuñadura, el sonido... Al instante bajé la guardia rendido a los pies del sentimiento.

-¿Qué sucede? -preguntó entre sorprendido y asustado.

-Teníais razón. Es hora de empezar de nuevo. Me iré con vos.

Los Días IntermediosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora