Once

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PRÍSTINUS

La dulce sonrisa del monasterio reconforta sin reparos el sufrimiento de cualquier corazón atormentado.

-Admitirlo. ¡No podré superarlo! Esta vez, no. Estoy convencido de ello.

El abad prestaba oídos a todas mis lamentaciones.

-Podrás. Al igual que en otras ocasiones.

-Pero esto, esto es peor, mucho peor. Tenía al niño a mi cuidado y dejé que se muriera. ¿Qué castigo merezco por tanta crueldad?

-Olvídate de castigos. No es momento de ocuparse de eso ahora. ¿Qué vas a hacer? ¿Vendrás conmigo al monasterio?

-No lo sé. De nuevo mi vida navega sin rumbo.

Resultaba inútil razonar conmigo. El abad me observaba interrogante y yo, ante la duda, escogí la opción que más cómoda me resultaba: el regreso.

Regresé al monasterio en un viaje plagado de tristeza y amargura.

-Si es posible y no tenéis inconveniente -comenté al llegar-, prefiero retirarme a mi celda de siempre.

-A tu disposición está, al igual que esta casa. Si me necesitas estaré en la enfermería.

Tal vez lo necesitara, pero al menos, de momento, me esquivaban las palabras. Huir. Puede que huir fuera lo más conveniente, sin embargo en aquellas circunstancias no encontraba hacia dónde, así que resignado, decidí refugiarme en aquello que a duras penas, me aportaba un poco de consuelo: el silencio.

Aquella rutina, que tanto me incomodaba en mi niñez, se convirtió en el reposo de mi alma. Celda y capilla constituían el refugio de una mente y un corazón atormentados.

Me transformé en un ser cabizbajo y taciturno. Tan sólo en la oración encontraba descanso.

-Mateus, no podéis continuar con este comportamiento.

El padre Augustus me había parado en el pasillo varios meses después de mi llegada.

-Disculpad, padre, pero debo continuar.

-Continuar, ¿para llegar a dónde?

-Al perdón.

-¿Por qué os martirizáis?

-¿Y cómo no hacerlo?

No me interesaba escuchar lo que él, ni nadie tuviera que decirme. Tras una ligera inclinación continué con mi camino.

-Hablemos.

Semanas después, el abad continuaba insistiendo.

-Y no se te ocurra excusarte -continuó-. Me debes respeto y obediencia, y por tanto, o hablamos, o te vas del monasterio. Tú decides.

Ante tal tesitura no me quedó otro remedio que ceder.

-Vos diréis.

-¿A dónde crees que te conduce esta forma de actuar?

-Es el único camino que encuentro para experimentar un poco de paz.

-Mateus, trataré de explicarme con suficiente claridad. El camino del silencio, el camino de oración, es una elección perfecta cuando es eso precisamente lo que se busca, pero se convierte en un arma de doble filo cuando se vive como una huida. No se puede ir por la vida huyendo o replegándose ante una circunstancia que juzgamos como dolorosa. Eso puede estar bien durante un breve período de tiempo, como una transición, pero la vida sigue, tu vida sigue, y huir sólo acabará produciendo más y más dolor. Lo que no se enfrenta, se pudre, y llega un momento en el que el malestar se hace insostenible.

Los Días IntermediosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora