Capítulo 26: Drowning in Self-Hatred

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Saeviour estaba tumbado en la cama del hospital, boca arriba, contando las baldosas blancas del techo por lo que parecía ser la millonésima vez. Resopló con fastidio y giró la cabeza hacia un lado, mirando las diversas tarjetas y caramelos que le llegaban a diario. Esperaba que San Mungo's hubiera escaneado el contenido de las cartas y los paquetes, y que no se limitara a dárselos. Lo último que quería era ser maldecido y que los curanderos lo curaran más.

No le importaba la atención de los sanadores. No le importaba que estuviera en una habitación privada, que nadie, salvo unos pocos elegidos, supiera dónde estaba. Era el hecho de estar prácticamente aislado durante largos periodos de tiempo.

Era estupendo que su padre lo visitara siempre que podía. Aunque, eso era principalmente por las tardes y sólo por un corto período de tiempo, que normalmente era una hora o dos. Nunca era por mucho tiempo, y siempre se iba, dejándolo atrapado en la estúpida cama de esta habitación privada, solo en sus pensamientos y recuerdos. Le dejaba lidiando con un demonio invisible que parecía acechar por encima de su hombro, susurrándole que esto era culpa suya, que no era un salvador lo suficientemente bueno y que siempre iba a estar destinado a estar solo.

El hecho de que sabía que sus amigos estaban ocupados, ocupados con sus trabajos escolares y sus clases, pero no podía evitar sentir que lo habían abandonado. Como si lo único que le sirviera fuera el hecho de ser simplemente el salvador del mundo mágico.

Y cuando el salvador del mundo mágico resultaba herido por una estupidez, no había nadie para él. Era como si todos lo vieran como el héroe, el niño que vivió, pero no les importaba que estuviera herido.

En momentos como este, simplemente deseaba ser otra persona.

Alguien normal.

Claro que estaba pidiendo mucho. No había nada normal en su familia. Su madre murió en circunstancias sospechosas, su ex hermano siempre estuvo celoso de él y de su fama, mientras que su padre era un poco más distante, pero seguía siendo dramático y lo mimaba igualmente.

Saeviour suspiró. No tenía sentido compadecerse de sí mismo a este ritmo, cuando podía convertirse en algo posiblemente peor de lo que ya sentía. Necesitaba algo para distraerse. Algo que lo distrajera de este dolor y angustia que sentía.

-Señor Potter, ¿está listo para tomar sus pociones?- Preguntó uno de los sanadores, abriendo la puerta de la sala privada con una mano, mientras en la otra había un montón de pociones.

-¿También tengo que hacerlo?- gimió Saeviour, haciendo una mueca ante la mención de las pociones.

-Vamos, ya conoce el procedimiento señor Potter. Cuanto más beba estas pociones y antes, volverá a Hogwarts-, insistió el sanador,

-Más bien, cuanto antes cumpla con beber estas pociones de mal sabor, dejarás de preocuparte por el niño que vivió-, murmuró Saeviour en voz baja.

-¿Por qué siempre tiene que ser terco, señor Potter?-, se preguntó el sanador.

Saeviour puso los ojos en blanco y se limitó a morderse la lengua como respuesta.

-¿Me vas a complicar la vida?-, resopló molesto el sanador, -Me vas a obligar hacertelo beber, ¿no?-.

El sanador acercó un frasco de una poción de color oscuro a los labios de Saeviour. Saeviour miró el frasco de poción de color neutro y separó los labios. El líquido frío se deslizó por su garganta mientras bebía todo el contenido del frasco. Casi se atragantó cuando el sabor posterior en su lengua se hizo evidente, y se encontró con una mirada de asco en su rostro.

-Uno menos... Faltan cuatro-, anunció el sanador.

Saeviour puso los ojos en blanco y se bebió el resto de las ampollas sin rechistar. Observó cómo la sonrisa crecía en el rostro del sanador al no oponer demasiada resistencia a la hora de beber las pociones. Miró fijamente al sanador.

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