Capítulo 37: Unwavering Loyalty

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Saeviour voló por encima de la mansión Potter, mirando la mansión de abajo junto con Ron. Podía verlo todo, ya que parecía tan diminuto desde la distancia. Árboles diminutos, plantas y flores diminutas -(en particular los lirios que rodeaban la mansión)- en memoria de su madre. Hacía que todo pareciera una mota y que nada importara realmente aquí arriba. Era casi como si pudiera ser él mismo, sin tener que preocuparse por nadie ni por nada.

Se lo estaban pasando bien, antes de que algo afilado le cortara la cabeza. Se tocó la cabeza y miró la sangre que la cubría.

Su cicatriz sangraba.

Nunca antes había sentido un dolor así, ni siquiera durante el primer trimestre en Hogwarts, cuando le dolían las clases de Quirrell. Esto era diferente. Era como si la cicatriz estuviera ardiendo y algo estuviera pasando.

Algo malo.

-Amigo, ¿qué pasa?- Preguntó Ron, mirándolo. -¿Te duele la cicatriz?-.

-Sí-, admitió Saeviour. -Me duele mucho-.

Apretó los dientes para no gritar de dolor.

-Creo que ha vuelto-, dijo, mientras el dolor se apoderaba de él y que nada.

-¿Qué... ya sabes quién?- Aclaró Ron. -Eso es imposible. Lleva muerto diez años-.

-¿Qué otra cosa es?- Cuestionó Saeviour. -Dumbledore no creía que estuviera muerto-.

-Han pasado años, Saeviour. Deberíamos haber visto las señales o algo-, le dijo Ron. -Si estás tan preocupado... quizá deberías ponerte en contacto con Dumbledore-.

-Probablemente tengas razón-, murmuró Saeviour, una vez que el dolor empezó a residir. -Además, ¿las heridas viejas no actúan de todos modos?-.

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Los antiguos guardianes que rodeaban la mansión Slytherin le dieron la bienvenida con un leve silbido de maestro de bienvenida cuando la atravesó. Habían pasado diez largos años desde la última vez que puso un pie aquí, y parecía que nada había cambiado. La maleza había sido mantenida y retirada de los arbustos y los altos árboles que bordeaban la entrada de la mansión. Las enredaderas que envolvían los lados de la mansión tenían exactamente el mismo aspecto: no habían crecido, pero no habían sido retiradas.

En la parte trasera, podía ver la débil silueta del bosque de los largos árboles cuyas ramas se extendían hacia fuera, creando sombras que llegaban hasta la mansión. El jardín había sido limpiado de gnomos, y allí crecían verduras y plantas frescas. Parecía bastante tranquilo y sabía que los elfos domésticos que allí residían cuidaban de la mansión, por si regresaba algún heredero o descendiente de Slytherin.

No tuvo que caminar mucho antes de que aparecieran ante ellos unos elfos domésticos, todos vestidos con paños de cocina a juego con el escudo de Slytherin en la parte superior, en una esquina.

-¡Maestro, ha vuelto!- saludaron los elfos domésticos. -Nos alegramos mucho de que haya vuelto y de que haya vuelto con nosotros. ¿Hay algo que podamos ofrecerle?-.

-Vuelvan a sus puestos-, ordenó.

Los elfos domésticos desaparecieron con un súbito estallido, y él continuó hacia arriba, entrando en la mansión, y todo menos antes de dirigirse al estudio. Nagini lo siguió, deslizándose y siseando de placer al ver lo grande que era la mansión.

El estudio era exactamente como era. Las cortinas negras y pesadas estaban corridas para dejar ver el sol abrasador, mientras la luz iluminaba la habitación. Había una sola estantería en la habitación con pilas de libros sobre ella, la mayoría de los lomos eran principalmente de encuadernación negra. Se sentó en el escritorio, donde había montones de papeles, la mayoría anteriores a su caída en la noche de Halloween. Los guardó en un cajón, antes de encontrarse cara a cara con Nagini, que decidió deslizarse por encima de su escritorio y se tumbó allí.

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