Moa & Ando (2)

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Moa y Ando─

(Territorio Tokugawa, Japón, año 1598)

1

La noche se desplomó sobre el templo de los Asahi-ikki, sumergiéndolo en las sombras. En la enfermería del lugar santo se encontraban Moa y Ando. 

El muchacho yacía en una camilla de redes de grueso cordel, con el brazo herido envuelto en vendas y un tazón de arroz sobre su abdomen. Habían pasado varias horas desde que recuperó el conocimiento, luego de perderlo durante la desesperada huida de los soldados de Yukimura, en el ingreso al templo.

La habitación estaba iluminada tenuemente por dos antorchas pequeñas, una a cada lado, que proyectaban sombras danzantes en las paredes. Estas estaban adornadas con cortinados de bambú con inscripciones que enumeraban las reglas del recinto, encabezadas por la más importante: "silencio". Sin embargo, el mutismo que reinaba entre Moa y Ando no era fruto de devoción, sino de una tácita negativa a abordar conversaciones incómodas que rozaran los recientes y próximos acontecimientos.

Desde el pasillo lateral, se escucharon pasos que se acercaban con calma. La amplia puerta de la habitación se abrió y un monje encargado de la enfermería ingresó con serenidad.

—No ha comido nada, joven —dijo el monje con preocupación.

—No tengo hambre, perdón —respondió Ando con debilidad, ofreciendo el tazón de arroz con una mano temblorosa.

—Si, comerá, —replicó Moa de inmediato— solo dele unos momentos más, por favor.

—No tengo hambre —contestó Ando mientras su mano comenzaba a temblar por el peso del tazón.

—Comerás igual —dijo con firmeza Moa.

El monje, que permanecía al lado de la camilla, prefirió no intervenir en la discusión y no tomó el recipiente con arroz. —Vendré después —se limitó a decir, antes de retirarse con discreción. Sin embargo, antes de salir, se volvió hacia Moa y le preguntó— ¿Le apetece una taza de té antes de dormir?

—Gracias, me agradaría. Pero que sean dos, una para mí, y otra para mi amigo —respondió Moa con una sonrisa amable.

El joven monje se retiró con pasos cortos y silenciosos, haciendo resonar sus sandalias de madera contra la loza del suelo con un sonido seco.

Una vez que ambos quedaron solos, Ando finalmente inició la conversación que había estado evitando:

—¿Qué sentido tiene, Moa-chan? —preguntó con desesperación—. ¿Qué sentido tiene que esté aquí? Ya era un inútil antes, ahora con un brazo herido soy aún más incapaz de blandir una espada. Un ejército acecha afuera de los muros, y para la guerra venidera solo seré un lastre —. Su voz estaba llena de frustración y desánimo.

—Si no puedes pelear hay menos posibilidades de que te maten, así que me alegro por eso.

—No lo entiendes, Moa-chan —replicó el muchacho, con frustración—. Quiero, por una vez, dejar de ser el que corre, el que huye. Quiero ser valiente, quiero luchar y no terminar llorando escondido en la enfermería de un templo, como un cobarde.

—Hay distintas formas de ser valiente.

—¿Qué?¿de que hablas?

—Hablo de que deberías comer —respondió Moa, señalando el tazón de arroz que Ando había rechazado—. La valentía no solo se demuestra en el campo de batalla, sino también en los pequeños actos cotidianos.

—Eso no tuvo sentido —contestó Ando, ceñudo.

—Hay que ser valiente para blandir una espada en medio de una batalla, pero hay que ser aún mas valiente para escribir poesía desnudando el corazón en público, como lo haces tú, Ando-kun. 

El Espíritu de ChronosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora