Tobías & Ángela (3)

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—Tobías y Ángela—

(Nueva Buenos Aires – fecha: 07/10/2216)

1

El oficial Tobías Ramos se encontraba en la entrada de una de las galerías adyacentes a su oficina en la comisaría N°12 del Barrio-23. El murmullo de las voces y el ruido de las máquinas llenaban el ambiente. A su alrededor, los conflictos de las personas se resolvían entre forcejeos y gritos. Aquella mañana, Tobías había llegado temprano, pero se había detenido frente a una máquina expendedora de café, que expedía la infusión al instante. Sin embargo, Tobías no recordaba su clave de acceso para utilizarla.

Cada agente debía asignar un código personal para usar las expendedoras, evitando que alguien las utilizara en su nombre y le hiciera perder Méritos. El oficial permanecía inmóvil, observando la aero-proyección de la máquina, con la respiración lenta mientras intentaba de recordar la contraseña.

—Tu clave es: munayki —dijo Ángela, apareciendo a su lado con dos vasos de café en las manos.

—Maddre vive, Angie —saludó Tobías, sobresaltado por la inesperada interrupción.

—Probá esa clave —insistió ella.

—A ver—dijo Tobías, volviendo la vista hacia la expendedora—. Vamos a probar: munayki.

El dispositivo desplegó una aero-proyección con el texto: «Contraseña comprobada: ¿Qué desea servirse, oficial Ramos?».

Tobías giró la cabeza rápidamente hacia Ángela. Tras un instante de silencio, abrió los ojos y la boca en señal de sorpresa.

—Yo te puse esa clave —dijo ella—. El día que trajeron la máquina, no se te ocurría ninguna contraseña, así que te sugerí que usaras "munayki".

—Eso me pasa por poner contraseñas diferentes a todo —respondió Tobías, rascándose la nuca con frustración.

—Ya lo sé—añadió la oficial—. Ahora cancelá la operación y agarrá uno de estos —Ángela extendió las manos, ofreciéndole uno de los vasos descartables—. Los compré en la máquina de la entrada.

—Gracias, Angie —dijo Tobías, después tomó uno de los vasos y se lo comenzó a pasar de mano en mano, quejándose—. ¡Ay, quema! ¡Está recaliente!

—Dale, Tob, no es para tanto —respondió ella, frunciendo el ceño y negando con la cabeza, en un gesto de leve desaprobación.

—El agua de este café está hirviendo —dijo él, devolviéndole el vaso, casi sin darse cuenta—. ¿Cómo es que vos no te quemás? —preguntó, confundido.

Ángela dejó los vasos en el suelo y, sonriendo, se incorporó. Sus ojos brillaban.

—Boludo, no está tan caliente —dijo, riendo suavemente, con una risa que endulzaba sus palabras. Mientras hablaba, tomó la mano de Tobías entre las suyas, acariciando su piel con suavidad, en un gesto protector que parecía buscar transmitirle seguridad.

—Bueno, dale, vamos a la oficina —dijo finalmente, y soltó la mano de su compañero para recoger los vasos del suelo.

2

Al entrar en la oficina, Tobías se dirigió hacia la ventana para levantar la persiana metálica. Le gustaba que el lugar estuviera siempre iluminado por la luz natural, aunque esa mañana gris apenas había claridad. Las gotas de lluvia golpeaban la ventana sin descanso, creando una suave melodía que se fundía con el sonido del exterior.

El botón que controlaba la persiana se atascó, como ocurría cada mañana. Mientras Tobías forcejeaba con el interruptor, Ángela dejó uno de los vasos de café sobre su escritorio él y luego se dirigió al suyo, ubicado en posición perpendicular.

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