8. Señales

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Puedo ver el oscuro cielo caer ante mi, oscurecer la tarde de un cielo gris y sin control. Puedo sentir ese miedo correr por el frío techo de aquella habitación sin salida. Bajo un sin fin de palabras entre tantas hojas en blanco, junto a un dolor incontrolable y vil. Puedo sentir su agonía correr por mis venas junto a ese temor de querer correr y no poder. Y quiero estar junto a ella, para abrazarla y decirle que todo estará bien, pero no puedo. Porque justo ahora alguien entra a su habitación y la pilla observándome con plumones en la mano manchados de temor y angustia.

La he estado observando desde la extraña conversación que tuve con papá en la sala cerca de las escaleras. Mamá se ha levantado y a salido al super, estaba por comprar la cena. Luego a llegado y se ha puesto a cocinar. Creo que aún sigue ahí. También creo que papá sigue dormido, aunque hace unas horas se había levantado para comer un poco.

La vivida lluvia que corre por todo alféizar de la ventana me hace echarme hacia atrás y tomar mis sábanas para no tener frío. Escucho como alguien se acerca a mi puerta y se que seguramente se trata de mamá.

Y sí, efectivamente era ella.

Abrió la puerta, entrando con sutileza y mirando a mi alrededor. 

—Ya he terminado de servir la cena, ¿bajaras a comer?

No tenía ganas de absolutamente nada, pero debía comer, aunque no quería hacerlo abajo.

—Creo que bajaré más tarde mamá, ahora no me siento muy bien.

Pude ver como su rostro pasaba de cansado a preocupado.

¡Joder! la había cagado.

—¿Qué? ¿Cómo que te sientes mal y no me lo habías dicho?

—No, mamá. Esta bien. Solo es dolor de cabeza.

—¿Seguro?—dio un paso al frente—. Si estas mal debes decirme.

—No, mamá. Solo es un dolor de cabeza que pronto pasará.

—Esta bien, pero pasare luego para ver como estas.

—Claro.

—Bueno, yo iré a comer a la habitación.

Que raro, mamá jamás haría eso, pero aún así asentí.

—Ok…

Me sonrió sin decir más nada y se marchó.

Mamá jamás diría que comería en su habitación, tampoco era tan protectora conmigo como lo estaba haciendo ahora. No sé que estaba pasando, pero definitivamente nada de lo que pasaba tenía sentido para mí.

Minutos después volví a acomodarme en mi cama, quería seguir observando a la casa roja, más bien, a Tara y a su familia.

Pero esta vez fue más extraño que antes, porque ella me veía directamente cuando apunte el telescopio a su habitación.

Me asuste, me dio vergüenza, no se que carajos estaba haciendo en ese preciso momento. Ella acaba de verme, lo sabía, ya sabía que la estaba observando.

Lo pensé un momento, baje de la ventana, no quería que me viera. Pero luego me decidí, no podía seguir bajo el manto negro, escondiéndome de ella sin solo no poder decir algo más. Ya debía dejar de ser ese tonto chico, tenía que ponerme como realmente ameritaba una situación como esta.

Me levante y volví a verla.

Seguía observando hacia mi. Pero esta ves no me asuste ni me escondí, solo volví a hacer lo mismo del día en que conectamos la mirada. Sin embargo, esta vez lo hacía sin nervios dentro de mi. Alcé la mano y salude.
Ella me devolvió el saludo y sonreí.

La chica de la casa roja Donde viven las historias. Descúbrelo ahora