10 - Bajo la lluvia

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Es casi hora de poner en marcha el plan. Mamá ha hablado con papá, a Andy lo a llamado por teléfono y yo solo lo he aceptado, porque si me voy a ir de este pueblo debo irme siendo un héroe. Debo tener una historia que contar a los que serán mis nuevos amigos.

La lluvia aún no paraba, solo se hacía más y más fuerte. Creo que ese era un punto a favor inmenso para mi, así no verían ni escucharían que yo estaría en la casa. Todo está a mi favor, pero debo esperar un poco, lo haré como ella lo había planeado antes. A media noche, cuando todo el mundo duerme. Sólo faltan unos minutos y nada más.

Me siento nervioso, y no se porque. Aún me preparo con mi impermeable negro y una pequeña navaja que le he robado a papá, sí, esta es de papá. Se que la guarda entre sus cosas en la habitación de mamá, así que he entrado discretamente para solo sacarla de donde la esconde, bajo el escritorio de trabajo. Mamá no lo sabe, creo que papá no se lo ha dicho nunca, pero pensándolo bien, creo que así está mejor.

La coloco en mis zapatos.

Bajaré las escalares y abriré esa puerta de un golpe para correr hacia la casa roja, bajo la lluvia que golpea todo el lugar. Sí, mis pies volverán a traspasar aquella línea que había tachado desde hace años, esa línea que me alejaba de todo lo que ocurriera en esa casa. Pero ahora no se trata de algo superficial, si no de un caso de secuestro que aún no me logro explicar. No puedo llamar a la policía porque no quiero parecer un idiota, se que estas personas se pueden arreglar para hacerme ver como uno, así que será mejor que yo mismo haga las cosas por méritos propios y luego vendría todo lo demás.

Pero por ahora. Solo hay un objetivo. Salvar a Tara.

Tic. Tac. Tic...

El sonido de mi alarma me avisa de que es la hora de actuar. Es momento de bajar e ir a por esa misión casi suicida. Aún con el corazón en la mano y mis manos temblando, debo hacerlo, pero tengo miedo, mi mundo se vuelve a poner en mi contra porque siento un bajón en mi. El ambiente cambia repentinamente, solo escucho el ruido del agua caer de golpe sobre la casa y la calle, la veo correr por el alféizar de la ventana, puedo casi sentirla sin aún no llegar a fuera.

Doy pasos lentos pero seguros, porque tampoco quiero despertar a mamá, ni mucho menos a papá. Mi respiración comienza a ser acelerada, y eso me agobia, odio cuando esto comienza a pasar de la nada solo por mis nervios, pero intento tranquilizarme, inspiró y exhalo. Cuando llego por fin a las escaleras siento un alivio, jamás había sentido tan lejos el trascurso de mi habitación hasta las escaleras.

—¡Oliver! —dice una voz a mi odio.

«¡Carajo!»

Me giro asustado porque creo que es mamá pero no es nadie, giro a ver al pasillo, al cuarto de huéspedes y no veo nada. Finjo que no he oído nada bajando un poco más rápido las escaleras, aún intentando no hacer ruido. Pero mis pies y las tablas de la casa que cubren el suelo no colaboran, chirrían constantemente, debo calmarme, porque la lluvia aún cae y eso amortigua todo el ruido que estoy pensado que hago, así que solo sigo hasta poder llegar a la puerta principal.

Las luces están apagadas. Las únicas que están encendidas son las de fuera.

Corro hacia la ventana porque necesito ver que no haya nadie fuera o dentro de la casa. Agachado pose mi ojo en una esquina de la ventana, observo cada lado de la calle y de la casa, no veo nada, así que por fin decido salir sin interrupciones.

Abro la puerta intentando no hacer ruido, mi corazón vuelve a palpitar más de lo normal aunque intento ignorarlo. Y escucho un grito, parece un hombre. Abro la puerta completamente, por un momento pensé que era papá, pero luego me di cuenta que no, era el hombre de la casa roja. El agua caía mientras el grito se escuchaba por toda la casa, la luz empezaba a encenderse, pero no la de la sala ni de la cocina, solo la de la habitación de Tara.

—¡Oliver, cariño! —volvió a decir alguien a mi odio.

—¿Mamá? —preguntó.

Me gire para ver si era ella, pero no, nuevamente no había nadie, me dio escalofrío, y un dolor inmenso en mi cabeza. Levantó la mirada hacia la casa roja nuevamente, y escucho gritos y golpes que vienen desde dentro, así que me decido de una buena vez correr e ir a ver que pasaba.

El cielo estaba oscuro más de lo normal, las nubes deslumbraban truenos que hacían un fuerte ruido mientras yo corría bajo la lluvia, intentado llegar a la casa roja. Mi mente pensaba en la vez que había prometido jamás volver ahí, ya que la última vez nada había sido tan divertido como lo había planeado, por esa casa había estado en el hospital, por esa casa había hecho llorar a mamá, por es casa había....

Me quedé pasmado.

La vi salir a trompicones de aquella casa, por fin. Estaba asustada y con las manos hechas un desastre, estaba manchada de algo.

—¡Tara! —dije en voz alta cuando la vi. Aún me costaba respirar por la adrenalina.

—Vuelve a casa, que no te vean. Yo estaré bien —me dijo.

Corrió por aquellas calles llenas de agua, entre la lluvia que caía cada vez más y más fuerte. La vi marcharse entre tanta angustia.

La puerta del garaje se abrió, pude oír el grito desesperado del hombre llamando a Tara. La luz de la sala se encendió, y enseguida seguí al pie de la letra la orden que ella me había dado.

«Vuelve a casa, que no te vean»

Mi impermeable estaba empapado como mis pies, tenía la manos frías y el cabello mojado, era muy pequeño para mi, así que no me había cubierto lo suficiente en cuanto a la cabeza. Aunque llegue, volví a estar dentro de la casa, aún escuchando el sonido del auto intentado arrancar para poder atrapar a Tara. Debía llamar a la policía. Era el momento. Debía hacerlo ahora.

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La chica de la casa roja Donde viven las historias. Descúbrelo ahora