16. ¿Dónde estás?

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La impresión me golpea duro, contundente. Aplastante.

Me aparto. Es una reacción involuntaria e incontrolable. Me alejo de él como si tuviera una escopeta apuntando a mi cabeza. Sus hermosos orbes me miran heridos, confusos, agónicos, llenos de pánico y culpa.

- No... -Mis ojos se inundan de lágrimas-. Es mentira... no puede ser.

- Perdón, perdón, perdón. No sé qué hacer, lo destruí.

Un segundo después mis rodillas fallan y estoy tirada junto a él, sintiendo su palpable miseria. Aún no lo puedo creer. No puede ser. Una persona como él no puede sufrir de una enfermedad tan atroz.

Alguien tan lleno de vida...

- Es mentira, ¿cierto? -En mi interior la esperanza se niega a morir. La bilis sube con velocidad por mi garganta y hago un esfuerzo titánico por no vomitar -. Me estás engañando. No puede ser verdad.

- ¡Maldita sea, que es verdad! ¡Tengo sida! Tengo sida. Tengo... Soy...

No continúa. El llanto explota dentro de él y puedo ver claramente que haber perdido a Antonio es solo la mitad de su pena. El asumir que tiene una enfermedad que no tiene cura es su cadena perpetua. El miedo de sentir que su vida ya tiene activada una cuenta regresiva...

Algunos transeúntes pasan frente a la casa y nos lanzan una mirada extraña. Debe ser poco usual ver a dos personas en el piso abrazadas y llorando.

- ¿Por qué lo engañaste? Pensé que estaban bien, que eran la mejor pareja que conocía...

Gruesas lágrimas ruedan por sus mejillas. Esto es tan irreal...

-Teníamos problemas. Los celos de Antonio llegaron a un límite donde no podía tolerar un estúpido reproche más. Yo jamás de daba motivos -sollozó-, pero aun así insistía en que era un imán de «putas y maricas», sin importar cuanto le decía que lo amaba solo a él.

Franco parecía destruirse con cada palabra que salía de su boca. Y yo me destruía junto a él.

- Una noche explotó. Un hombre me había estado mandando fotos y al verlas se puso como una fiera, que era mi amante, que desde cuando lo engañaba. No soporté y le dije que estaba cansado. Me fui a un bar de ambiente -sus pestañas se cerraron como si aquel recuerdo le removiera los órganos, como si apenas ahí comenzara su viacrucis-. Bebí todo lo que se pudiera ingerir, fumé todo lo que pude, bailé con todos los hombres que me regalaban una cerveza. Lo único que quería era no pensar, saturar tanto el cerebro de alcohol y droga que no pudiera procesar un pensamiento más... Al final de la noche uno de los tantos me besó, yo estaba furioso y por un momento pensé la estupidez de que si Antonio quería motivos yo se los daría... y...

- ¡No entiendo! No puede ser... ¡esto no puede estar pasando!

- ¿Te tengo que explicar cómo la metí?

- ¡No seas estúpido y cínico!

Me contuve de darle una cachetada. ¡No era momento para sarcasmos! Pero dejo pasar el comentario mientras que solo quiero hundirme en la miseria y revolcarme en ella. No deseaba levantar la cabeza y enfrentar la peor situación que podía imaginar. En el hospital había atendido muchos casos de V.I.H., pero ninguno era alguien tan cercano a mí. Conocía muy bien el efecto psicológico que causaba en los pacientes, el ser marginado en cuanto las personas se enteraban, la depresión... Todo era un problema tras otro hasta llegar al colapso.

Pero un segundo después, y por más increíble que parezca, todo pasa de malo, a terriblemente catastrófico. No conté el tiempo exacto en el que logré que mi cuerpo se moviera y volver a mirar a mi amigo. Escucho la forma en que las ideas encajan en mi cerebro mientras que la comprensión recae sobre mí y soy derribada por su poder demoledor.

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