2: Cataclismo hospitalario

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––¡Fernandez, a la cama cinco! ––escuché la voz del doctor de planta gritarme mientras veía un nuevo camino de sangre. Mi estómago volvió a cerrarse cuando seguí la dirección de el pequeño charco y vi un trozo de piel tendido al final del camino echo de gotas. La bilis me subió y me tapé la boca con la mano. Definitivamente era un dedo––. ¡Ve, ahora! ¡Te estoy dando una orden!

Di un brinco y el frasco de Silocaina que tenia en las manos casi se va a estrellar contra el suelo. Trague grueso y cerré los ojos con fuerza, contando hasta diez. Esa imagen realmente me había descolocado. Apenas un segundo despues escuché otro grito urgido de atención. Reanudé de mi marcha, sin ningún deseo de seguir recibiendo reprimendas y ordenes como si estuviera en un grupo militar.

Mis pies se movieron mas por instintos que por ganas de hacerlo. No me di cuenta que mis dedos estaban temblando hasta que fui incapaz de abrir la puerta del lugar donde guardabamos la medicina. Pedí ayuda a alguien y así logré entrar al jodido cuartucho. Dejé la silocaina en donde estaba y me fui volando a la sala de emergencia.

Traté desesperadamente de no mirar al piso, mientras menos lo hiciera menos posible era que vomitara sobre un paciente. Eso si que iria de numero uno en mi lista “Mil cosas que podrían pasarme a mi y solo a mi”. Corrí por los pasillos y vi a Carla en plena carrera con varias inyectadoras en la mano. Me imaginé que el panorama que ella estaba presenciando era identico al mío. Muertos, personas ingresando al hospital con mutilaciones y un reguero de sangre.

Me detuve frente a la cama cinco tratando de ignorar los gritos y alaridos de dolor que proferían las personas a mi al rededor. Le eche un vistazo rapido a mi bata azul claro y las manchas de sangre me escandalizaron.

¿Cuando me había manchado de esa forma?

Corrí la cortina de un manotazo y la pequeña camilla estaba rodeada por varias personas hablando a la vez.

––¿En qué puedo ayudar? ––pregunté.

Tres pares de ojos se giraron hacia mi y me observaron solo un par de segundos, luego mi aparición perdió interes.

––Bebe Fernandez, por fin te dignas a honrarnos con tu presencia.

Me contuve a duras penas de lanzarle una mirada fulminante y cargada con todo mi odio y la maldad del universo. Con el rencor de Vegueta hacia Goku y el desprecio de Leah hacia James.

¡Ja! Supera eso, idiota.

––Es que tuve problemas para guardar unos medicamentos y no podía cargarlos en la mano.

Desde donde me encontraba vi la burla en sus labios y un claro: Notecreo.

––Excusas, pequeña. Excusas ––negó suavemente girando el rostro y adoptando una fingida expresión de tristeza––. Te va a creer la nariz como al ratón. Inyectale 3mlg de Loratadina.

Obedecí moviendome por el limitado espacio con el ceño fruncido.

––¿El ratón? ¿Cual ratón?

El doctor Sthellheart ni siquiera levantó el rostro de su paciente cuando me respondió. Era impresionante la rápidez con la que detenía la hemorragia en na pierna, la velocidad y eficacia de sus movimientos con el visturi.

––El ratón ––respondió––. El que es de madera y le crece la nariz.

Me detuve y no pude evitar mirarlo con la incredulidad y la sorpresa brillando en los ojos.

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