6. Falsedad

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––¿Cómo nos conocimos?

Su sonrisa fue puro dientes blancos, radiante y con efectos catastroficos en mi sistema digestivo.

¡Seguro que era gastrítis! ¡Tenía que serlo!

Dudé. No era un secreto que no podía revelarle información que ––por el bien de mi integridad física, mental y espiritual––, pudiera de alguna forma reestablecer sus memorias. Debía hacerlo él mismo.

¿Intentaría matarme en ese momento?

Me sabía de sobra la respuesta.

––Debes tratar de recordar, no puedo decirtelo yo.

––Pero necesito saber... sólo dime un poco.

Negué suavemente. ¿Eran mis ideas o se había creado una extraña atmosfera de melancolía entre nosotros?

––No puedo ––susurré––. Esto pasará pronto y tu volveras a ser el mismo.

<<El mismo que intentó matarme, el mismo que me hizo el amor que fingió hacerlo el mismo que intentó hacer que me violaran>>, pensé. 

––¡No puedo esperar! ¿¡Y si tengo familia que me está buscando¡? ––chilló y evité con todas las fuerzas de mi alma lanzarle una mirada envenenada. Por su puesto que tenía familia que querría encontrarle. Ya imaginaba al mafioso tratando de sobornar a todos en el hospital para que le ayudasen a encontrar al chico frente a mí ––. ¡Mis padres deben estar desesperados! ¡Por favor! ¡Tienes que decirles que estoy aquí! ¡Vendran por mi y ya no estaré tan perdido!

Se me encogió el corazón y de nuevo, el sentimiento que odiaba seguía emergeiendo, haciendo brotar una pena y una tristeza por él, quien no merecía nada de mí.

Volví a negar. ¿Por qué era tan difícil? ¿Por quñe tenía que ser yo quien apagara el brillo alegre que de pronto resplandecía en sus orbes miel?

––No puedo ––lo vi abrir la boca para protestar y levanté un dedo para que me dejara continuar––. Ellos se mudaron hace un tiempo ––¿al cielo?––, y yo no he sabido nada de ustedes. No tengo el numero de célular ni correo electrónico.

Se echó de nuevo en la camilla bufando, con la frustración notoria.

––¿Por qué tuvo que pasarme esto a mi? ¿¡Por qué!?

Lo escuché renegar y me mordí la lengua sin poder controlar la ceja que se alzaba. ¿Por ladrón, sicario y pequeño narco, tal vez?

––No lo sé... algún pecadillo estarás pagando....

¡¡¿Por qué no me mordía la puta boca?!! ¿Es qué ansíaba morir? Mauricio me fulminó con la mirada y chasqueó la lengua, bastante inconforme con mi repsuesta.

––No me salgas con eso, es ridículo. Es culpa de los pilotos de mierda.

––¿Pilotos?

¿Recordó? ¿Era hora de correr? ¿Tenía la suficiente velocidad para inyectarle un calmante?

––Se supone que me encontraron bajo las alas de un avión ––explicó––, así que es obvio que yo iba en el.

Tragué grueso.

¿Por qué era tan astuto?

––Quien sabe...

––¡¡AHHH!! ––se exasperó––. ¡Eres frustrante! ¡No me dices un coño!

AMNESIA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora