12. ¿Español?

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Mauricio.




Me dolía todo. Y todo es todo. Incluso estaba seguro que sentía molestia en la prostata, los huevos, todo eso por allí adentro. Mi descendencia no nacía estaba sintiendo el dolor aplastante de cada articulación.

La cabeza me daba vueltas y todo se movía a mí al rededor. Las luces parpadeantes del techo me encandilaban. ¿Es que acaso nadie se ha quejado de las putas luces? ¿Cómo esperaban que uno abriera los ojos si la luz blanca te quemaba la córnea? Era cómo mirar el sol directamente.

El dolor de cabeza no me daba tregua ni cuartel.  Cerré los ojos conteniendo un gemido lastimero. Parecía un perro moribundo sin orgullo ni honor, tirado en medio de una calle maloliente y oscura. Que asco de situación. La realidad superaba la ficción en un panorama que pintaba cada vez más desalentador y lúgubre.
¿Cómo había llegado hasta aquí? ¿Por qué no recordaba nada? ¿Qué se supone que iba a hacer ahora? ¿Dónde iba a vivir sino tenía ni una moneda para parar un pan tieso?

PA-TE-TI-CO

No había otra descripción posible. Estaba vuelto mierda, vendado como una momia y sin saber si quiera cual era mi verdadero nombre.

Juan, Pedro, Miguel, Matías o Tomás. Podía ser cualquiera y yo no lo sabía. Ninguno de esos nombres me inspiraba algo y tenía que conformarme con el nombre que aquella muchacha decía que era mío. Pero, ¿y si no era así? ¿Cómo iba a confiar a ciegas en cualquiera? El camino al infierno estaba lleno de buenas intenciones.

Me tapé con la sábana hasta la cabeza. Mas bien quería meterla en un hueco en la tierra y esperar que se abriera y me tragara. Sólo eso me faltaba. Seguro que si cerraba los ojos y me quedaba quieto me cagaba un murcielago.

Nada de esto debía estar pasando. ¿Y qué coño estuviera haciendo? ¿Estudiaría en la universidad? ¿Alguna amiga, novia, amante? ¿Hijos? ¿Y si realmente habían niños esperando por mi?

Que maldita desesperación. Toda la alegría o menor indicio de simpatía que tenía se volatizó en el aire tan rapido como el humo del cigarrillo. ¿Cómo podía andar payaseando como un imbecil si estaba borrado como un maldito pendrive? ¡Me cago en todo lo cagable en el mundo! Me quería largar, ¡largar! A donde fuera, no me importaba, debía tener un hogar. Nadie era tan despreciable como para que nadie este esperándole.

--Buongiorno ragazzo.

Levanté la cabeza de golpe y por el súbito movimiento sentí una pequeña punzada en mi sien izquierda. Cerré los ojos de la impresión.

¿Eh?

Había un hombre parado en mi puerta con facciones finas y alargadas. Sus ojos estaban clavados en mi, estudiandome.

--Stai parlando con me? --respondí sin pensar. Giré el cuello para ver mejor a ese hombre. ¿Qué hacía en mi puerta y qué quería?

--Di corso, bambino.

Entonces si estaba hablando conmigo.

--Cosa vuoi? -- "¿Qué deseas?" Era lo mínimo que debía preguntarle. No sé porqué pero el tipo no me inspiraba confianza. Era un desconocido sin un peso en el bolsillo, ¿qué podría querer de mí? El tipo únicamente estaba aumentando mi frustración y ese deseo vivo de caerle a patadas a lo primero que se me cruce.

--Dovrebbe sapere?

La cara del tio se endureció y la poca amabilidad que mostraba desapareció. Su rostro se volvió sombrío con mi pregunta. ¿Era tan descabellado que le preguntara si debería conocerlo? ¡Para mí no lo era! Y me negaba a decirlemi debilidad a un extraño, con la cantidad de locos psicopatas que hay en el mundo uno nunca debe bajar la guardia.

--Non ti ricordi di me?

¿Qué si no lo recordaba? No recordaba ni que de lado me acomodaba el paquete dentro de los boxer.

—No —admití con los dientes apretados y furioso. No sabía quien coño era el vejete. ¿Y qué?—.Chi sei?

—¿Qué estás... ? —Una cabellera negra se asomaba por la puerta abierta y me miraba con la boca abierta y la mirada desencajada—. ¿Hablas italiano?

Fruncí el ceño automaticamente. ¿Cómo era que se llamaba? ¿Carelis, Natasha?

—¿De qué estás hablando?

¡Natalia!

—¡Estás hablando italiano! ¡Te acabo de escuchar! —chilló y me señaló con un dedo alargado—. ¡No lo niegues!

Mi enfermera estaba loca de remate.

—Creo que te estás equivocando —dije señalandome la boca como si dijera la mayor de las obviedades— estoy hablando exactamente igual a como he hablando siempre. ¡Sólo estoy hablando!

—¡En Italiano!

—Estás delirando, señorita.

—¡Doctor Phillipe, dígaselo! –la muchacha desequilibrada señaló al hombre que hacía segundos hablaba conmigo. ¿Y esta era de las personas que se encargaba de cuidarme?  El hombre la miró con seriedad. Así que se llamaba Phillipe.

—Temo que el trabajo la ha agotado, Fernández. —Natalia abrió y cerró la boca varias veces como un enorme pez Globo—. El muchacho sólo me decía que le duele la cabeza.

La cara de mi enfermera particular se deformó de tal modo, que no supe si la indignación le ganaba a la impotencia que se dejaba ver en su rostro.

—Bueno yo me voy. Tengo que terminar la ronda —dijo Phillipe. Yo lo miraba caminar hacia mi. Sacó una pastilla de su bata inmaculadamente blanca y me la tendió. Al estar tan cerca pude ver que soltó aproposito su boligrafo azul. Se agachó a mi lado y susurró un suave—Non dire niente bambino.

Mis ojos se abrieron desmesurados y mi quijada cayó al suelo sin ningún tipo de disimulo.

¿Era... era cierto?

                             

 "No digas nada, muchacho"

AMNESIA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora