10. Heridas de guerra

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Cronos, Zeus, Poseidón, Plutón, Deméter, Hera, Hestia, Hades Artemisa ––y otro montón que seguro me miraba con odio desde arriba––, anda, ¿qué fue eso tan grave que les hice para que me condenen de esta forma tan tenaz? 

Miré alarmada a Mauricio que movía ritmicamente su cabeza de aun lado a otro, como un niño de cinco años que ve un programa de Barnie. Casi era tieno, casi. Su cabello marrón brincaba despeinado con cada movimiento de su cuello. 

––¿Te... tu te acuerdas? 

Él asintió, inusualmente feliz. 

––¡Si! ¿No te ha pasado? ––los ecos de la voz gruesa y rasposa de Asier se perdía entre los muros de la habitación––. Que no sabes porque, pero mientras la canción va sonando tú la vas recordando, sin saber por que te la sabes. 

Asier hijo de puta, ¿por qué naciste? 

––Eh, yo... si, a veces. 

––¡Es genial! Ya estoy recordando cosas. ¿O no? 

––Si ––escupí con desgana––, genial

––¡No veo la hora de largarme! Odio los hospitales. 

Alcé una ceja incrédula. 

––¿Y ese odio es adquirido o tambien lo recuerdas? 

Se rascó la barbilla. 

––Anda pues, ni puta idea, pero me encanta sentir que puedo estar recuperandome.

Estreché mis ojos y lo miré, sin haberme perdido el matíz y el acento extraño que había adquirido. Era muy leve, pero lo notaba bien. 

 ––¿Cuándo me van a quitar estos trapos blancos? 

Me acerqué a él aún sintiendo mis órganos como un flan gigante. Tenía una barba crecida de varios días y ni así se veía mal el muy hijisimo de gran puta. Su pecho cubierto por vendas y lleno de morados me saludaba, tan firme como de costumbre. 

––¡Quítamelas por fa! Me siento como un pedazo de momia. 

<<Dudo mucho que las momias se vean como tú>>

––¡No seas infantil! ––detuve sus manos con las mías sin poder evitar morir mil veces ante el contacto de la piel de mi único y peor enemigo––. ¡No te muevas las vendas!  

––Pero me pican. 

Le miré detenidamente. Tan infantíl, tan niño, tan hombre, tan débil, tan letal. ¿Cómo podía tener tantas caras? 

––Eres un crío ––le reproché––. ¡Ni se te ocurra echarte alcohol por ahí! 

Se tapó la cara exhasperado y ahullando. 

––¿Entonces no me rasco y me aguanto la piquiña? 

––¡Si! ––luché por que las comisuras de mis labios no se alzaran pero era difícil––. Te guantas. 

––¡No es justo! ––chilló. 

Me permití sonreír un poco esta vez. 

––Ay Cristian ––solté un suspiro––, la vida no es justa. 

––Mierda. 

––Ay ya, no que tuvieras sarna. 

Mauricio gruñó y me lanzó una de sus miraditas de Tienes que estar jodiendome

––No ––resongó––, pero casi la misma cosa. 

Cerrándo los ojos con fuerza y haciendo uso de toda mi fuerza de voluntad examiné las heridas. Su piel caliente era cómo la recordaba. El dolor en la mandibula era el único indício de que tan fuerte apretaba mis dientes en un intento por controlar el torbellino de emociones desatadas. Tal vez fueran ideas mías pero no podía pasar desapercibidas las miraditas de reojo que me lanzaba Mauricio. 

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